domingo, 1 de septiembre de 2019

La locura del rey, la abyección de la corte


Esto, desgraciadamente, no es nuevo.  
La historia de la humanidad está llena de ejemplos de esta situación: alguien que asume el liderazgo de un grupo de personas, de una organización, de una nación... y que por locura o por ignorancia o por perversidad, procede a destruirla y a sí mismo en el proceso.
“…mientras nadie hace nada por detenerlo.”
Esta frase, que se repite mucho, no es del todo cierta. Pero cuando lo es, lo es porque hay dos razones de mucho peso detrás de ello: evolución y complejidad.
La primera razón, la evolutiva, tiene un fundamento biológico. El “seguir al líder” es una cosa importantísima para la supervivencia, no sólo en humanos sino en todo el reino animal. El líder, responsable de la seguridad del grupo, puede ser un miembro físicamente diferenciado, o sea que tiene características físicas esenciales que ningún otro miembro tiene: por ejemplo una abeja reina. Pero en los animales superiores, como los mamíferos, el líder puede ser el más fuerte (el que mejor puede proteger al grupo) de entre muchos iguales: morsas, lobos o leones lo escogen por pelea. En el caso de los monos, la fuerza va aunada a otras características más sofisticadas de interacción social; y en los seres humanos, cuyos cerebros y sociedades han evolucionado a una complejidad espectacular, el líder tiene muchísimas características emergentes, que no tienen los animales: planeación, estrategia, entendimiento en el uso del lenguaje y un largo etcétera que además varía de sociedad en sociedad.
De modo que una vez que un líder es escogido, es muy difícil sustituirlo porque primariamente representa la protección y la guía del grupo. Esto es, su supervivencia. En sociedades primitivas, si el líder de plano se volvía loco o demasiado opresivo, podía ser suplantado vía una certera aplicación de una quijada de burro al cráneo. Esto se siguió aplicando a medida que la civilización avanzaba y ha seguido siendo cierto hasta nuestros días, aunque es cada vez menos frecuente. El primer emperador chino, Qin Shihuang, sufrió múltiples intentos de asesinato; Julio César fue exitosamente asesinado en los famosos Idus de Marzo en el 44 a.C., los sultanes otomanos de los siglos 13 al 17 tenían la costumbre de matar a sus parientes para que éstos no fueran a hacer lo propio con ellos; las usurpaciones de tronos en Europa fueron cosa común durante todo el medievo y han sido inspiración de cosas como Juego de Tronos. Más recientemente, gente como Castro y Hitler también sufrían intentos de asesinato como cosa rutinaria.
Pero la segunda razón por la que es cada vez menos frecuente —especialmente en tiempos de paz— quitar súbitamente a un líder de su puesto es la Complejidad. Nuestras sociedades tienen un nivel de complejidad inimaginable para los romanos o los chinos antiguos, por más que ambos hayan sido excelentes administradores. La rápida remoción de un líder puede en algunos casos representar la remoción de un sistema, y esto puede desembocar en parálisis en el mejor de los casos, y en caos en el peor.
Tenemos ejemplos recientes y hasta contemporáneos.
Ya antes he mencionado que al caer la URSS, se quiso quitar un sistema obsoleto, pero la impericia de sus líderes —que no tenían una alternativa para sustituirlo— causó un largo período de caos y declive. En esa situación no fue el cambio de un líder personal por otro, pero coincidió casi, con la salida de Gorbachev y la entrada de Yeltsin.
Hoy mismo podemos ver el caos causado por el Brexit: una decisión resultado de una consulta fantásticamente estúpida e innecesaria del ex Primer Ministro Cameron, pésimamente manejada por Theresa May y ahora, con otro cambio abrupto de liderazgo, hemos visto cómo Boris Johnson lo primero que hace es dinamitar su propio Parlamento para poder ir adelante personalmente con ese lento harakiri al Reino Unido. 
A lo largo de la historia hemos tenido esa disyuntiva: quitar al líder loco o no, por la fuerza o no. Es tentador, porque a todas luces se ve que está loco pero por otro lado, ¿cómo vamos a lidiar con el caos inevitable, y cuánto tiempo durará? ¿Qué es lo menos peor, la relativa estabilidad idiota del presente, o la muy probable debacle?
Así desde los romanos hasta muchísimos dictadores modernos han gozado de las mismas ventajas que la evolución y la complejidad les confiere.
Dicho esto, las cosas no están perdidas del todo. Desde que ha habido líderes locos, ha habido un círculo cercano que es quien ejecuta sus órdenes: primero sus familiares de la tribu, luego un grupo de expertos, luego las cortes, hasta llegar a los complejos gabinetes y ministerios de nuestros gobiernos modernos.
En todas las épocas estos círculos de poder han albergado a confidentes y críticos del líder: no siempre han salido bien librados o siquiera escuchados, pero en todas las naciones y los tiempos han sido los consejeros quienes han hecho entrar en razón o por lo menos contenido los peores impulsos de su líder, cuando las circunstancias no han sido propicias para removerlo.
Pero cuando esa corte o ese círculo entra en complicidad con el líder, las cosas se encaminan al desastre: cuando no hay críticos sino sólo fanáticos e intereses, sin nadie que diga “No” a la cara del demente, cuando la corte deja de ser muro de contención y se convierte en una comparsa abyecta, no queda más vía que gritar desde fuera. La #SociedadCivil, esa hermosa creación de la modernidad, debe hacer lo que la corte se rehúsa.
Gritar.
Y no callar.

VIDEO DEL DÍA
The Madness of King George es una excelente película (1994) que dramatiza las locuras de este monarca inglés. Aquí una de sus escenas más memorables:

  

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