miércoles, 18 de diciembre de 2019

No, no respeto tu opinión

Hay muchas formas de ver las cosas. Pero, contrario a la percepción general moderna, esa que está contaminada de “corrección política” innecesaria: no, no todas las formas de ver las cosas son válidas. Las opiniones, dicen, son como los ombligos: todo mundo tiene una. Pero cuando se agrega la segunda parte de “… y hay que respetarla” es cuando me empieza a dar urticaria en la conciencia, así como cuando oigo estas otras en el mismo tenor:

Cada cabeza es un mundo.
No existe lo objetivo.

Sé que lo políticamente correcto es decir “No comparto tu opinión”, pero ¿por qué no decirle al pan, pan? NO RESPETO TU OPINIÓN. 

Claro, hay que respetaro más bien aceptar el hecho de que todo mundo tiene su opinión, pero de eso no sigue que haya que respetar toda opinión en sí misma. Hay opiniones objetivamente estúpidas y lesivas, o simplemente hipócritas. No veo por qué haya que respetarlas.

Ahora bien, no hablemos de creencias religiosas, que es otro tema aparte y mucho más espinoso: hablemos de opiniones en cuanto al deber, en cuanto a la acción respecto a una situación. Esta opinión puede o no provenir de una forma religiosa de ver el mundo.

Alguien puede ser de la opinión de que la pornografía infantil es aceptable; o que la esclavitud es justificable. Sí, es muy su opinión, pero yo de ninguna manera estoy obligado a respetarla. De hecho, como miembro de una sociedad con cierto número de convenciones ampliamente aceptadas, estoy obligado a estar en contra. Cierto que no se llega a la Verdad por democracia, porque como sociedad aceptamos sin chistar un montón de idioteces, pero también es cierto que la evolución del ser humano en específico como ser social nos lleva a adoptar ciertas medidas que convienen a todos, aunque dichas medidas vayan cambiando con el tiempo porque los valores van evolucionando de forma natural.

Alguien puede argumentar desde el relativismo y decir que las cosas sólo son buenas o malas porque el hombre con sus valores cambiantes así lo decide en un lugar y un tiempo, pero no son buenas ni malas en sí mismas. 

Podemos tomar esa tesis de “todo es relativo” y ponerla a prueba, pero no con obviedades y ejemplos comunes a la experiencia, sino en los extremos, que es como se prueba la resistencia de cualquier cosa. Digamos que dos jóvenes son tomados al azar. No son especialmente violentos, ni generosos, ni nada en específico. Son, digamos, ‘normales’. A cada uno, durante años, no se les da a leer más que un solo tema: al primero, nada más que libros de filosofía y de ciencia; al segundo, nada más que libros pornográficos y novelas rosas.

Una dieta de uno y de otro a largo plazo, ¿qué mentalidad provocan? ¿O podemos pensar que el relativista contestará que no hay diferencia? Creo que sería difícil sostener tal posición; incluso si aceptamos que ninguno de los dos va a convertirse ni en un santo ni en un depravado activo, podemos extrapolar a partir de nuestra experiencia porque todos estamos expuestos a un gran rango de “alimentos mentales” que objetivamente hay cosas más deseables que otras en cuanto a lo que llamamos Ética. Tampoco se puede argumentar que “hay quien es resistente”, porque aunque es verdad en lo particular, no lo es en lo general, y tan no lo es, que esa es la razón por la que la industria de la publicidad, que mueve miles de millones de dólares, no ha quebrado ni quebrará jamás: porque el adoctrinamiento simplemente funciona.

Tampoco hay que irse de un lado solamente, pensando que sólo se deben permitir las “buenas lecturas” porque de ahí a la censura totalitaria se llega directo; pero es privilegio de quien ha logrado cierto grado de discernimiento, el poder decir que puede disfrutar de la basura de vez en cuando.

En la película Finding Forrester, de Sean Connery, hay un buen ejemplo: el joven estudiante Jamal Wallace por casualidad conoce al escritor retirado William Forrester, que vive recluido en su apartamento lleno de libros. En una ocasión, Jamal llega y encuentra a Forrester leyendo una copia del National Enquirer, lo que lo sorprende mucho porque es un periódico amarillista de lo peor, y los libreros del escritor están llenos de literatura de calidad. Cuando le pregunta por qué, Forrester responde:

El Times es la cena, y el National Inquirer es el postre.



 

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