Se dice que en la China antigua, en el periodo conocido como Era de los Estados Combatientes (475-221 a.C.), un rey estaba ansioso de consolidar su mandato pues tenía poco tiempo en el trono. Sin embargo, era constantemente distraído por su afición a los caballos y quería conseguir un ”Caballo de Mil Leguas”, que era como les llamaban a los ejemplares más finos, en referencia a un caballo mítico capaz de recorrer tal distancia en un solo día.
Viendo la situación, uno de sus ministros se le acercó y le dijo, “Majestad, la gente no confía aún en su palabra; ofrezca mil piezas de plata por un caballo de ese tipo y yo me encargaré de encontrar el caballo para usted.” Contento, el soberano aceptó, pues era un precio muy reducido a pagar por un animal de ese tipo. El ministro salió de viaje a las provincias y tras unas semanas, regresó con un caballo muerto en una carroza, y acompañándose con el hombre que había sido su dueño. Al presentarlo ante el rey, el ministro dijo, “Majestad, este era un caballo de mil leguas, por favor pague las mil piezas de plata a su dueño.” El soberano, enojadísimo pero sin poder renegar de su palabra, hizo pagar la plata al hombre, que se retiró maravillado y haciendo reverencias.
Una vez a solas con el ministro, el rey montó en cólera y le dijo, “¡Cómo te has atrevido a humillarme de esa manera, mereces ser ejecutado de inmediato!”
El ministro contestó, “Majestad, mañana mismo la ciudad entera sabrá lo que estás dispuesto a pagar por un caballo de mil leguas muerto y dirán, ¡cuánto más pagará por uno vivo! Si en una semana no tienes a los mejores caballos de la tierra a tu disposición, puedes ejecutarme sin más.”
No pasó la semana entera cuando los patios del palacio estaban llenos a más no poder con los mejores criadores y entrenadores de la ciudad y sus alrededores, y se podían ver juntos más caballos finos que lo que nadie recordaba haber visto jamás. Los días pasaban y más criadores seguían llegando de las provincias. El soberano estaba que no cabía en sí de gozo.
Su ministro se volvió a acercar y le dijo, “Majestad, lo mismo es con estos caballos finos, que con los hombres de talento. Demuéstrales con sinceridad lo que estás dispuesto a hacer para tenerlos a tu lado y vendrán con confianza a ofrecer sus servicios para tu reino.” El rey convocó a eruditos y oficiales de manera similar y al poco tiempo formó para el reino una corte sin precedente en capacidades y lealtad.
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