Alfonso Reyes, ese último gran clásico, era un monstruo de erudición. Todo
gran escritor latinoamericano lo ha llamado ‘maestro’ y Borges, ese otro erudito
insaciable de lecturas, lo celebró con su famoso verso:
Reyes, la minuciosa
providencia
que administra lo pródigo y lo parco
nos dio a los unos el sector o el arco,
pero a ti la total circunferencia.
que administra lo pródigo y lo parco
nos dio a los unos el sector o el arco,
pero a ti la total circunferencia.
que viniendo de quien viene, es un elogio mayúsculo. La obra de Reyes (más
de 13 mil páginas en 26 tomos) ha sido llamada ‘una literatura en sí misma’ que
abarca prácticamente todos los géneros literarios y una vastedad de temas
pasmosa. Difícilmente puedo aquí añadir
algo a los doctos comentarios de docenas de autores que se han dedicado a explorar
este monumental legado.
Lo que sí quiero mencionar es que Reyes, con todo lo admirado que es,
sigue siendo como la Biblia y el Quijote: todo mundo sabe de él, pero pocos son
quienes realmente lo leen y lo disfrutan, como no sean los mencionados estudiosos. Y esto es en
verdad una pena. En su natal Monterrey, si uno quiere conseguir libros de
Reyes, va a tener que buscar un buen rato.
Recientemente
el FCE reimprimió la colección, pero me parece son pocos los tomos que se
pueden conseguir con facilidad, porque contienen alguna obra de renombre como ‘Última Tule’ o ‘Visión
de Anáhuac’, aunque hay que reconocer que sí han hecho el esfuerzo de ofrecer
precios más accesibles. Fuera de estos tomos, hay por ahí algunos cuantos
libros con frases selectas fáciles de digerir pero desnudas de contexto, lo que
no permite apreciar la deslumbrante cultura de este autor.
A Reyes hay que leerlo, si no por otra cosa, simplemente para apreciar la
riqueza de su lenguaje y su increíble acervo cultural, del que dispone con naturalidad y sin esfuerzo para bombardear con generosas referencias al lector. Para
ilustrar este punto, me he tomado la libertad de tomar un texto poco conocido
de él: ‘Horas Áticas de la Ciudad’, un ensayo corto (3 cuartillas) en donde
hace un breve elogio de las ‘obras menores’ en las que a su ver, muchas veces
se encuentra lo mejor o por lo menos lo más sincero de los escritores. A este texto he
agregado nada menos que 25 notas explicativas, pues a un moderno lector casual tanto
el lenguaje como las referencias históricas y literarias que Reyes usa a cada dos
por tres, le pueden dejar sin entender la mitad de sus intenciones. El
documento anotado se puede leer o descargar aquí:
Ahora bien, cuando leemos un texto de ese calibre, nos imaginamos esa
imagen clásica de Reyes, la del intelectual consumado que nos asombra con su
saber:
Y es entonces cuando reparamos en la fecha de publicación de ese pequeño
ensayo: 1910, y quedamos doble ó triplemente impresionados, al ver que Reyes ya
escribía así a la de edad de ¡veintiún años!
Hay que leer a Reyes. Si
no por otra cosa, para mejorar como lectores.
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