‘El
principio que todo lo abarca’
Feng Youlan. A History of
Chinese Philosophy, Vol.
1, (1952).
‘La
realidad última en la que todos los atributos se unen y confunden’
Arthur D. Waley. The Way and Its Power (1958).
‘El
principio eterno y sin cambios que está detrás y dentro del mundo
fenomenológico’
Clarence B. Day. The Philosophers of China:
Classical and Contemporary (1962).
‘Aquello
que es responsable de la creación y la continua existencia del universo’
Lau Din-Cheuk. Lao Tzu/Tao Te Ching (1963).
‘Un principio metafísico que determina la
naturaleza de las cosas’
Donald Munro The Concept of Man in Early China (Stanford
University Press, 1969).
‘Una nada
orgánica que al mismo tiempo es movimiento y creación pura’
Ellen Marie Chen. Philosophy East and West 23 (1973).
‘Un
principio cosmológico, un origen o piso primordial, que es fuente de todo lo
que es’
Norman J. Girardot. History of
Religions 16
(1976/77).
‘La
divinidad inmanente en la naturaleza’
Joseph
Needham. Theology, 81 (1978).
‘La Realidad sin nombre a la que no se le
puede adjetivar de ninguna forma significativa’
R. N. Ross. Religious Traditions 2 (1979).
‘El
origen del universo y del orden natural que fluye en él’
George D. Chryssides. Religious Studies 19 (1983).
Estas
diez definiciones parecerían ser de filósofos que quisieran dar a la definición
tradicional de Dios un sentido más general o impersonal, pensando en un público
menos embebido en lo religioso, y algunas de ellas rayan casi en el
agnosticismo. Sin embargo todas ellas - entre cientos de otras que se han intentado
- son ensayos para poner en lenguaje occidental una de las frases más engañosamente
sencillas de la historia de la filosofía: la primera frase del Libro del Tao
(Tao Te Ching, ó Daodejing, de Lao Tse):
道可道非长道,名可名非长名 (dao ke dao, fei chang dao,
ming ke ming, fei chang ming)
Esos 12
caracteres quieren decir literalmente ‘el Tao que puede ser nombrado no es el
verdadero Tao, y el nombre que se puede mencionar no es el verdadero nombre’. Son, junto con las reflexiones que le
siguen y para la época en que se redactaron (s. VI a.C.), una concepción
sorprendentemente razonable del mundo, en la medida en que el pensamiento derivado
de ellas es práctico, tangible y aplicable. Lao Tse hace un reconocimiento
general de que el mundo partió de algo en algún punto; sin embargo ese algo es
incognoscible e inaccesible en su esencia, de modo que no se detiene más en
especulaciones metafísicas y pasa al punto importante para el ser humano: ese ‘algo’
no ama, no juzga, no castiga (y si lo hace no lo podemos saber, porque no lo
hace de ninguna forma humana) pero sí originó, junto con el mundo, reglas que
lo rigen. Esas reglas son observables y entendibles por el hombre. A la
primavera que es buena para sembrar, le sucede el verano; luego el otoño que es
oportuno para la cosecha y más tarde el invierno, cuando se descansa. Y las
cosas empiezan de nuevo.
Esta
filosofía, digamos, de campesino, tiene también complejas simbologías y ritos e
incluso una vertiente religiosa que es estudiada a fondo sólo por unos pocos, pero
que en su esencia - esa sencillez mencionada - es fácilmente comprendida por
cualquiera.
Si tienes
hambre, come; si tienes sueño, descansa. El observar las reglas de la
existencia y comprenderlas lleva a moverse junto con ellas, esto es ‘alguien
que sigue el Tao’. El ir en contra acarrea dificultades, de la misma forma en
que si parece que va a llover, no preparamos un paraguas.
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