lunes, 29 de noviembre de 2021

Coronavirus, tendencias, perspectiva... y México

 

Vaomavé. Hay dos cosas que debemos notar: la primera en el mundo y la segunda en México.

Primero vamos a ver el mundo y lo importante es: que el número diario de casos de Covid, que vemos machacar a diario en todos los países, ya no significan exactamente lo mismo que significaban hace año y medio.

Observamos que el número de casos diarios se ha disparado por ejemplo en Alemania y otros países europeos, y esto causa alarma, por supuesto. Pero lo que tenemos que ver es que en casi dos años la situación es distinta:

Lo que importa ahora mismo son los comportamientos en perspectiva. Veamos.

Esta es la gráfica de cómo se han comportado los casos diarios en Alemania, desde el principio hasta hoy:


Esa última subida se ve horrible y claro, lo es: nadie quiere ver casos creciendo de esa forma, pero como decimos la situación ha cambiado mucho. Esta es la gráfica de cómo se han comportado las muertes diarias:


Podemos apreciar que cuando empezó la pandemia y en las primeras dos ó tres olas (o sea hasta marzo de 2021), las muertes crecían de una forma mucho más elevada que después de marzo: esto es obviamente porque antes teníamos muchas menos herramientas para hacer frente al coronavirus. Ya con mucho más conocimiento de la enfermedad, con vacunas y con más preparación en hospitales, vemos cómo las muertes no crecen en la misma proporción.

Ahora bien: en Alemania no se está del todo bien, porque de manera sorprendente, ha habido una proporción elevada de gente reacia a las vacunas. El comportamiento en Francia, Italia y España, que han vacunado a una proporción mayor de gente, se ve mejor todavía. Esta es la de Francia:

 



Hay muchos países que han vacunado a grandes proporciones de población en las que el comportamiento es parecido. Por otro lado, EEUU tiene una proporción mucho más alta aún que Alemania, de gente reacia a las vacunas: un artículo reciente menciona que hay áreas en las que hasta el 60% de la población rehúsa tomarlas. Y aunque el país hizo un gran trabajo en el despliegue temprano de las dosis, se topó con esta población escéptica, y podemos observar los resultados en sus gráficas. Las muertes que deberían crecer mucho menos que en olas anteriores, aún son muy altas:



MÉXICO

No es de sorprender que México se parece más a EEUU que a Europa, pero en el caso de nuestro país no es por tener altos números de población reacia, sino por la lentitud y lo errático de la vacunación:



Otros muchos factores han contribuido a que la curva de muertes no haya disminuido, y con el invierno y nuevas variantes problemáticas en puerta, es probable que veamos algo parecido en la siguiente ola.

Una cosa más: los números falsos que se manejan.

Al principio de la pandemia había muchísima variación en el impacto entre países, por una miríada de factores: malos conteos o conteos no estandarizados, super saturación de hospitales, retrasos de información, etc. Pero después de dos años y más de 250 millones de casos registrados en el mundo, el número que tenemos es: 2% de mortalidad sobre los casos totales. La letalidad real es menor, porque hay muchos casos no registrados, pero trabajemos con ese número.

Claro, al meternos al detalle de países sigue habiendo variaciones pero no tan drásticas como al principio; si vemos la lista de los 15 países más afectados, veremos que la mortalidad oscila entre 1.3 y 2.6%. Hay dos outliers: Turquía con 0.87% e Indonesia con 3.38%, ambos pueden deberse a subconteos y sobreconteos:

 


Y luego, por supuesto, está México, con un increíble 7.57%.

Esto no significa que haya más letalidad, sino que apunta a la miserable política de identificacion (entiéndase pruebas), aislamiento y rastreo de casos.

Vamos a hablar en números redondos: la mortalidad promedio en el mundo es 2%, o sea que por cada muerte hay 50 casos. Si en México tenemos 300 mil muertes eso significa aproximadamente 15 millones de casos, no los 4 millones registrados.

Pero momento: ese número “oficial” no debe usarse, sino otro número igual de oficial, pero basado en exceso de mortalidad y actas de defunción, que dan algo más cercano a 600 mil decesos.

Si lo multiplicamos por 50, vemos que México ha tenido alrededor de 30 millones de casos que debían haber sido probados, registrados, aislados y tratados. O sea 26 millones de casos que no entraron al sistema y que no fueron tomados en cuenta para hacer política pública, ya no digamos para evitar que dispersaran más el virus.

30 millones son uno de cada cuatro mexicanos.

Más claro: uno de cada cuatro mexicanos hubieran dado positivo en un test de Covid (aunque fuesen asintomáticos o con síntomas leves), y por falta de una política pública agresiva de control, se permitió al coronavirus salir a la población abierta.

 

De 30 millones de casos han muerto 600 mil: el 2% de mortalidad estándar que sabemos que tiene la enfermedad.

Sigue sin haber revisiones serias en aeropuertos, ni mucho menos rastreo y ya no digamos cuarentenas a viajeros. Sigue sin haber políticas de pruebas masivas en focos reconocidos, mucho menos acordonamiento temporal ni restricciones de movilidad entre ciudades. Sigue sin haber muchas otras cosas.

Y viene el invierno. Otra vez.

 

   

lunes, 15 de noviembre de 2021

Satán, la risa y la guerra

 

En su novela corta, El Forastero Misterioso (The Mysterious Stranger, 1916), Mark Twain hace que tres adolescentes en la supersticiosa Austria del siglo XVI de repente conozcan en una excursión al bosque, a un joven apuesto e interminablemente entretenido. Este joven es ni más ni menos que Satán, aunque él dice que el ángel caído es “su tío”.  

 

Satán les toma una especie de cariño, aunque para él la humanidad es casi como bacterias, intrascendente y afectada de un terrible caso de “moralidad” que la empuja a hacer tonterías de forma constante. Bajo la mirada del ángel, nuestra sabiduría, nuestra ciencia y nuestros más altos logros no merecen ni siquiera su desdén, de lo bajos y primitivos que son. Pero entre toda esa miseria, hay algo que le llama la atención:

 

¿Vendrá ún día en que reconozcan la inmadurez de las cosas que aprecian y, riendo, las destruyan? Vuestra raza, dentro de su pobreza, posee incuestionablemente un arma eficaz: la risa. El poder, el dinero, la persuasión, las súplicas, la persecución...  todas esas cosas pueden ir creciendo o decreciendo, siglo tras siglo; pero únicamente la risa es capaz de hacer volar todo de golpe por los aires. Nada puede resistir al asalto de la risa. Os pasáis la vida armando revuelo y peleando con las demás armas de que disponéis. ¿Empleáis ésta alguna vez? No; la dejáis enmohecer. ¿La empleáis alguna vez en vuestra totalidad de raza? No; os falta buen sentido y valor.

 

La risa: esa forma de reconocer el absurdo y destruirlo en un momento de claridad, es lo que llama la atención del ángel.

 

En otro pasaje, Satán se pone a expicarle a Teodoro, uno de los tres chicos, acerca de cómo ve la guerra o más bien, las eternas justificaciones que damos de ella:

 

Jamás hubo una guerra justa, jamás hubo una guerra honrosa, por parte de su instigador. Yo miro en lontananza: un millón de años en el futuro, y esta norma no se alterará ni siquiera en media docena de casos. Un puñado de vociferadores, como siempre pedirá a gritos la guerra. Al principio, con cautela y precaución, se pondrán dificultades; la gran masa enorme y torpe, se restregará los ojos adormilados y se esforzará por descubrir por qué tiene que haber guerra, y dirá, con ansiedad e indignación: «Es una cosa injusta y deshonrosa, y no hay necesidad de que la haya». Pero el puñado vociferará con mayor fuerza todavía. En el bando contrario, unos pocos hombres bienintencionados argüirán y razonarán contra la guerra valiéndose del discurso y de la pluma, y al principio habrá quien los escuche y quien los aplauda; pero eso no durará mucho. Los otros ahogarán sus voces con vociferaciones y el auditorio enemigo de la guerra se irá raleando y perdiendo popularidad. Antes que pase mucho tiempo verás este hecho curioso: los oradores serán echados de las tribunas a pedradas, y la libertad de expresión se verá ahogada por unas hordas de hombres furiosos que allá en sus corazones seguirán siendo de la misma opinión que los oradores apedreados, pero que no se atreven a decirlo. Y, de pronto la nación entera recoge el grito de guerra y vocifera hasta enronquecer y lanza a las turbas contra cualquier hombre honrado que se atreva a abrir la boca; y finalmente, esas bocas acaban por cerrarse. Acto seguido, los estadistas inventarán mentiras de baja estofa, arrojando culpas sobre la nación agredida y todo el mundo acogerá con alegría esas falsedades para tranquilizar la conciencia, las estudiará con empeño y se negará a examinar cualquier refutación que se haga de las mismas. De esa manera se irán convenciendo poco a poco de que la guerra es justa y darán gracias a Dios por poder dormir más tranquilos tras ese proceso de grotesco engaño de sí mismos.

 

Aplica tanto a la guerra como a cualquier rendición de la conciencia ante una maldad: la injusticia, la opresión, la tiranía. Las mentiras que inventamos para no ver la realidad y tranquilizar, o más bien anestesiar, nuestras conciencias. 

 

Poco podemos ocultar a la vista del ángel. Poco podemos ofrecer como argumento en contra.