domingo, 4 de febrero de 2024

Dos nudos, una enseñanza

 

La gente sabia de todas las épocas y geografías encuentra las mismas verdades humanas, pero el temperamento de la sociedad en la que vive —su forma de entender el mundo— le otorga un cariz particular al modo en que las expresa. Por ejemplo, tenemos en Occidente la admonición cristiana que reza, “Dios, dame serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar aquellas que sí puedo, y sabiduría para conocer la diferencia”. La esencia de este consejo es sin duda muy razonable pero, como  estamos hablando con el Altísimo y pidiéndole algo (como de costumbre), está teñida de cierto tono fatalista y, digámoslo, de desamparo: la actitud de que las cosas buenas provienen necesariamente desde fuera de la propia voluntad y el propio esfuerzo. Veamos un equivalente en la tradición taoísta china, ejemplificada en un cuento proveniente del clásico Los Anales de Lu Buwei (239 a.C.), un libro menos popular que el famoso Tao Te Ching, pero no menos interesante:

Un campesino envió una vez al Rey del Estado de Song un acertijo consistente en dos tramos de cuerda con un nudo cada uno. El rey hizo una proclama llamando a los hombres más avezados para que intentaran desanudarlos, pero nadie pudo hacerlo. Un discípulo del famoso filósofo Ni Shuo se ofreció a ver el acertijo y, tras una larga contemplación, desanudó uno de los tramos, pero no el otro.

Explicó así su resultado, “No es que el nudo tenga una forma de ser desanudado y que yo sea incapaz de hallarla, sino que está en su naturaleza misma que no puede ser deshecho, más que siendo cortado”. Cuando se le preguntó al campesino, contestó, “Es verdad. La naturaleza misma del nudo hace que sea imposible de deshacer. Yo lo sé, porque fui yo quien lo creó, pero ese hombre lo supo sin haberlo creado, así que su discernimiento es mucho mayor que el mío.”

Así que los hombres sabios, como el discípulo de Ni Shuo, se dan cuenta de qué nudos pueden ser deshechos y cuáles no. El corolario de este cuento dice: “Quien sabe usar el conocimiento, usa un principio para responder a diez mil situaciones, y no se ata a ningún método para realizar las cosas”.

Más adelante, abunda de esta forma: “El sabio se mueve libremente sin seguir formas preestablecidas; modifica sus prácticas y cambia sus costumbres y aunque los demás no lo comprenden, lo siguen en su proceder. Aunque parecen separados de la sociedad, no les falta solidaridad con ella”. 

 

 

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Los chinos para todo tienen un cuento, y aquí hay uno acerca de cómo lidiaba Confucio con los trolls, aquí uno de cómo un discípulo finalmente madura lejos de su maestro, y aquí la sabiduría de un granjero que no se dejaba engañar por las primeras impresiones de las cosas.