viernes, 29 de marzo de 2019

Filosofía en la biología: el sesgo inevitable de la ciencia


Fredrik Andersen, Rani Lill Anjum, Elena Rocca
Artículo original: https://elifesciences.org/articles/44929  (Marzo 13, 2019)


ABSTRACT

Los científicos buscan eliminar todos los sesgos posibles de sus investigaciones. Aun así, al llevar a cabo sus actividades, todos ellos necesariamente trabajan bajo varios supuestos de naturaleza no-empírica, como los conceptos de causalidad, determinismo y reduccionismo. Nuestro argumento es que, ya que estos “sesgos filosóficos” no pueden ser evitados, deben ser debatidos críticamente.


Los sesgos de cualquier tipo van en contra de los ideales científicos de objetividad, transparencia y racionalidad, de modo que los científicos tratan de evitarlos a toda costa. La comunidad de la ciencia ha realizado grandes esfuerzos para detectar y examinar críticamente los diferentes tipos de sesgos que pueden aparecer en sus labores. Un ejemplo de esto es el catálogo de sesgos que afectan la evidencia médica, compilado por el Centro de Medicina Basada en Evidencia, de la Universidad de Oxford. Esta visibilidad es considerada crucial para hacer que la ciencia avance hacia la objetividad y la transparencia.

Sin embargo, hay una excepción a la regla, y a esta excepción la llamamos “sesgo filosófico”. Este sesgo se refiere a supuestos implícitos en la ciencia, que nos dicen cómo es el mundo (ontología), qué podemos saber de él (epistemología) y cómo debe practicarse la ciencia misma (normatividad). Estos sesgos filosóficos influencian, justifican y permiten la práctica científica: esto es, son parte integral de la ciencia.

Una suposición filosófica cuenta como sesgo porque direccionan el desarrollo de las hipótesis, el diseño de experimentos, la evaluación de la evidencia y la interpretación de resultados. Para dar un ejemplo relacionado con la Causalidad: al escoger un método para establecer la relación entre una condición médica y un virus, primero debemos saber cuál es nuestra idea de “causalidad”; y esta idea es una parte de la ciencia que no se descubre por experimentación, sino que es una suposición tácita en nuestra metodología.

Ejemplos de sesgo filosófico

Practicar la ciencia sin suposiciones filosóficas básicas es imposible. La pregunta es: ¿todas estas suposiciones son sesgos? Afortunadamente no es así: con frecuencia estas suposiciones se escogen de forma deliberada y explícita, y se usan como premisas auxiliares. Por ejemplo, para lograr que un modelo funcione, se adopta una suposición filosófica de determinismo; que quiere decir que si sabemos las condiciones iniciales de un sistema, sólo podemos tener un resultado. Digamos que creamos un modelo de crecimiento poblacional que asume que el crecimiento está completamente determinado por la densidad inicial. Así, si observamos una desviación de nuestra predicción, tendremos evidencia de que hay otros factores que afectan el crecimiento, además de la densidad inicial. Por lo tanto, aún si no “creemos” que el determinismo es verdadero en toda situación, el hacer la suposición sirve este propósito práctico al experimento.

Al escoger suposiciones de esta manera explícita, no les llamamos “sesgos”. Pero en la mayoría de los casos, de hecho los científicos no están conscientes de ciertas suposiciones y de cómo influencian su trabajo. Cuando existe una premisa implícitamente aceptada en nuestros métodos y teorías, es que se convierte en sesgo filosófico. Ahora bien, ¿cómo afectan estos sesgos a las ciencias de la vida?

Los sesgos filosóficos típicamente son adquiridos durante la educación científica, la práctica profesional y otras tradiciones que definen un paradigma; es por esto que personas con diferente formación científica adoptan diferentes tipos de sesgo. Por ejemplo: la biología se ocupa tanto de entes como de procesos, y la suposición ontológica más común es que los entes (v.g. proteínas)  son cosas más fundamentales que los procesos, ya que éstos se generan por la interacción de los entes. Los biólogos moleculares normalmente asumen esta postura; la habilidad de un ente como una proteína para interactuar con otra, depende de su estructura, de modo que para entender las interacciones hay que entender primero el detalle de los entes involucrados. 

Sin embargo, hay quienes toman la postura de que los procesos son más fundamentales que los entes. Desde este punto de vista, los entes son resultado de procesos que son estables en el tiempo, y la mejor manera de entender el comportamiento de un ente es estudiar sus relaciones con otros, no su estructura interna. Este punto de vista es más típico de quienes estudian ecología, pensando en términos de sistemas en donde las propiedades de un individuo o de una especie están determinadas por sus relaciones entre sí y sus relaciones con el medio ambiente.

La tensión entre estas dos posturas ontológicas no es puramente abstracta: puede tener consecuencias en lo práctico. Por ejemplo, los ecólogos y los biólogos moleculares sostenían diferentes posiciones respecto a los OGMs en los primeros debates acerca de su seguridad. Los ecólogos por un lado, se enfocaban en lo impredecible de los efectos que estos cultivos podrían tener en el medio ambiente, mientras que no tenían opiniones fuertes acerca de las diferencias entre estos organismos y los cultivos tradicionales. Por el otro lado, los biólogos moleculares enfatizaban la equivalencia fundamental entre uno y otro cultivo, ignorando la cuestión de impacto ambiental. 

Un debate similar surgió en el tema de aplicar métodos tradicionales de reproducción, a organismos genéticamente modificados. Un lado consideraba a la nueva planta como un híbrido convencional y argumentaba que su seguridad se puede inferir a partir del conocimiento previo acerca de la seguridad de sus progenitores. Esta postura asume que la complejidad es definida como combinaciones de partes que en sí mismas no cambian. Pero ante esta opinión, se oponía otra que argumentaba que no se puede inferir la seguridad de la planta de esta forma; su concepto de complejidad es el de una cualidad emergente, en donde las partes pueden perder sus propiedades en el proceso de interacción. 

Con estos ejemplos podemos darnos cuenta de que es crucial que los tomadores de decisiones, como gobiernos o agencias reguladoras, estén conscientes de estos aspectos no empíricos de la ciencia, al debatir regulaciones en temas controvertidos.

Debates filosóficos en ciencia y medicina

¿Los científicos se preocupan por este tipo de sesgos filosóficos? En su Estructura de las Revoluciones Científicas, Thomas Kuhn propuso la idea de paradigmas y de los cambios de paradigma en la ciencia. En un paradigma, existe un consenso generalizado acerca de las principales teorías, conceptos, preguntas relevantes, procedimientos y mecanismos básicos de investigación. A esta fase, Kuhn la llamó “ciencia normal”, y argumentó que en ella el principal trabajo del científico es ir llenando las lagunas de conocimiento presentes dentro de ese paradigma. Aquí, hay poco interés en discusiones filosóficas acerca de los conceptos fundacionales de una teoría. Pero de acuerdo a Kuhn, cuando la comunidad científica empieza a meterse en debates filosóficos acerca de su tema, puede ser que sea inminente un cambio de paradigma. Probablemente el ejemplo más famoso de este proceso es el ascenso de la Teoría Cuántica en la física, que desafió muchos conceptos básicos acerca de la causalidad, el espacio, el tiempo y el determinismo. Los famosos debates entre Einstein y Bohr jugaron un papel central en el desarrollo del entendimiento de esta teoría.

Actualmente, podemos ver síntomas de una crisis paradigmática en los debates que se están dando en la ciencia médica en muchas de sus ramas: modelos para entender la diferencia entre salud y enfermedad, enfoques para llegar a decisiones óptimas, normas para la recolección de conocimiento médico. Una de las discusiones importantes es acerca del modelo que discrimina entre salud y enfermedad y que ha dominado la práctica médica por décadas. Los críticos de este modelo argumentan que es reduccionista, que se enfoca únicamente en el nivel físico y que ignora la influencia de factores sicológicos y sociales en la biología humana.

Otro debate filosófico actual en la ciencia médica es acerca de las pruebas controladas aleatorizadas (PCAs) y su estatus como “regla de oro” para el establecer la relación causa-efecto. En una PCA, un factor se define como causal si los resultados del grupo de prueba y los resultados del grupo de control son diferentes de forma estadísticamente significativa. De acuerdo a las normas vigentes, los resultados de un PCA deben ser usados como guía para decisiones clínicas en individuos. Sin embargo esta postura crea una tensión entre la perspectiva de la salud pública —en donde las recomendaciones se dan a nivel poblacional— y la perspectiva clínica, que es a nivel individual. Se puede argumentar que tratar a un paciente desde el punto de vista de “qué funciona para un grupo” es una muestra de la falacia ecológica; o sea, de inferir de lo grupal a lo particular. Pero por otro lado esta inferencia es válida bajo el punto de vista del “frecuentismo”, que asume propensiones derivadas de verdades estadísticas. Podemos ver así que las tensiones entre la teoría y la práctica médica son tensiones con orígenes en sesgos de ontología, epistemología y normatividad.

 ¿Deberíamos tratar de evitar el sesgo filosófico en la ciencia?

Normalmente, la concientización es el primer paso hacia superar cualquier tipo de sesgo; pero esto no aplica en el caso de sesgos filosóficos. Acabamos de ver que es fundamental tener premisas básicas con las cuales trabajar; éstas representan el prisma con el que evaluamos nueva información. Así que si estas premisas son desafiadas, lo único que podemos hacer es reemplazarlas por nuevas premisas y nuevos sesgos. Por ejemplo, si rechazamos el dualismo, el reduccionismo o el determinismo, tenemos que adoptar una alternativa: holismo, emergencia, indeterminismo. ¿Por qué los investigadores debieran molestarse con estas cuestiones?

En primer lugar, el reconocer sesgos filosóficos es útil porque expone la realidad de perspectivas en competencia, lo que es crucial para el progreso de la ciencia, pues evita que se convierta en una empresa dogmática. Un ejemplo: el riesgo toxicológico de exposición a químicos complejos se ha calculado tradicionalmente por medio de una fórmula “por partes”. Se toma cada componente del químico a evaluar, se evalúa su toxicidad individual y se le asigna una fracción dentro del todo, con una “dosis de referencia” que es considerada segura. Después se usa una fórmula para combinar todas las fracciones de los componentes, y se llega a la predicción de toxicidad total

Este método ha sido criticado como una forma de reduccionismo, tomando partes individuales y recombinándolas para llegar a una conclusión. Aunque ha sido aceptado por largo tiempo como el más confiable, se han empezado a considerar suposiciones que proponen que los riesgos aparecen al nivel de emergencia del todo, y no pueden ser evaluados viendo meramente las partes. Esta nueva postura ha llevado a la creación de un nuevo sistema de predicción de riesgos llamada Toxicología Basada en Ecosistemas.

En segundo lugar, los sesgos pueden influenciar resultados, en especial cuando el sesgo es epistemológico (“qué podemos saber”). Esto es, ante cierta evidencia, un investigador puede enfocarse en la Confiabilidad como la característica más importante de su prueba. Este investigador valuará un PCA por encima de evidencia epidemiológica. Pero otro investigador preferirá tener evidencias convergentes de varios métodos, como epidemiología, respuesta a dosis, y mecanismos probables. Otro más preferirá la “validez externa”, con muestras representativas de casos relevantes. Idealmente, cualquiera de estos tres investigadores debería de poder argumentar porqué considera su propio método como superior a los otros, y el concientizarse de los sesgos es parte necesaria para tale argumentos.

La discusión acerca de ciencia y filosofía

¿Qué podemos hacer para promover el debate acerca de sesgos filosóficos en la ciencia? El reconocer su existencia es punto de partida, pero la responsabilidad no puede ser de los investigadores solamente. Debemos desarrollar una cultura de discusión crítica de temas conceptuales y meta-empíricos, que debería incluir a universidades, centros de investigación y revistas especializadas. Los filósofos de la ciencia debemos contribuir al proceso tratando de invitar a investigadores y estudiantes a discusiones acerca de normas, métodos y prácticas de la ciencia.

En nuestro instituto (el Centro Noruego de Filosofía Aplicada) hemos visto que estudiantes e investigadores se han interesado en el tema una vez que se concientizan de él. El sistema de educación noruego tiene una larga tradición de inclusión de filosofía de la ciencia en sus currículums, y las universidades polacas son famosas por su rigurosa educación científica impartida a sus estudiantes de filosofía. Este tipo de iniciativas apuntan hacia donde queremos ir: científicos informados en temas filosóficos, y filósofos de la ciencia con conocimiento científico, preparados para debatir entre sí en temas que son de alta relevancia para ambos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario