domingo, 28 de septiembre de 2014

Ojos humanos, corazones humanos






El reconocimiento y la creación ó re-creación de la belleza es algo universal en el hombre y aunque una u otra cultura use expresiones particulares con mayor frecuencia, la esencia es hallada en todo lugar. Abundando un poco en el tema, doy un ejemplo concreto:

El concepto de “sugerir” o “aludir”, es explícito en mucho arte ‘Oriental’ y esta cualidad evocativa u oblicua quizá se ha hecho famoso por sus pinturas envueltas en bruma, sus koanes Zen y sus jardines que “siempre esconden una sorpresa más para quien los visita”.  En la recopilación del s. X, “Historias Maravillosas del Periodo Taiping” aparece por primera vez la frase “el Significado trasciende la Imagen”, un concepto caro al arte pictórico y poético chino; y un siglo después, el escritor Chen Shidao refiere esta historia acerca de Han Gan, pintor de la dinastía Tang famoso por sus caballos:

Una pintura de Han Gan mostraba a un caballo al galope, pero había sido dañada y las patas del animal habían desaparecido. Cuando el pintor Li Gonglin la vio, dijo, “El caballo aún sigue galopando.”

Así, aunque la imagen estaba incompleta, su esencia permanecía y podía ser apreciada. Pero este concepto no es de ninguna manera oriental. En su pintura El Sacrificio de Ifigenia, el griego Timantes (s. IV aC) representa a una joven a punto de ser sacrificada. Un velo cubre el rostro de Agamemnón, su padre: hay en él un dolor que sólo podemos adivinar, una turbación más allá de la que en efecto es representada en los otros cuatro rostros de la pintura. Hablando del artista, el comentador Plinio el Viejo dijo: In omnibus eius operibus, intelligitur plus semper quam pingitur (“en todas sus obras, siempre plasmó más significado del que pintó”). 

En su poema “La Violación de Lucrecia”, el mismo Shakespeare hace una celebración de una pintura en la que se adivina la presencia del héroe Aquiles:

Había mucho campo para la fantasía,
concepción ilusoria tan completa y tan grata,
que para ver a Aquiles, bastaba ver su lanza.
Él se conserva invisible, salvo para los ojos
de la mente: un pie, un rostro, una pierna,
una cabeza basta para el que quiere ver.

Y Goethe, en su poemario Diván Oriental-Occidental (1819), inspirado en la sensibilidad persa y árabe y en especial en el poeta Hafiz, nos dice que “La palabra es como un abanico que esconde la cara de una bella mujer, mas no sus ojos. Y sobre la tela se asoma su hermosura que hasta mis ojos llega.”

Oriente, Occidente: corazón, ojos, comprensión humana. El arte de evocar y adivinar.



 

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