martes, 21 de mayo de 2013

La Vida, los Dioses, la Sabiduría




Esa es una frase de los ‘Soliloquios’ de Marco Aurelio (121-180), el emperador romano, que pertenecía a la corriente filosófica de los estoicos, que aunque se hicieron famosos por su doctrina de no dejar que las cosas exteriores a uno mismo afecten el ánimo, también contaron entre sus practicantes a gente desde muy determinista y de religiosidad ‘clásica’ como su fundador Zenón de Citio (334-262 aC), hasta gente con opiniones como la expresada arriba, que sin bien no era abiertamente agnóstica, sí se preocupaba menos de la divinidad (a la que dejó de asignar atributos e imágenes antropormofizadas) que de los asuntos éticos.

En la tradición taoísta china, esta es una postura común que ha permeado mucho del pensamiento práctico oriental. Se le atribuye al famoso espadachín japonés Miyamoto Musashi (1584-1645), la expresión de tal sentimiento en estos términos:

  Respeta a los dioses pero no les pidas nada,
  porque es tu esfuerzo y no su capricho
  el que pone arroz en tu tazón.

La doctrina de alejamiento de las cosas externas y la consecuente indiferencia ante los ires y venires de la fortuna es lo que marcó la imagen de los estoicos y es lo que ha llegado a significar esa palabra hasta nuestros días, con pasajes de este tipo:

  No son las cosas las que atormentan a los hombres,
  sino las opinones que se tienen de ellas.
  Propio de ignorantes es el culpar a otros de las propias miserias.
  Aquél que a sí mismo se culpa de su infortunio
  comienza en el camino de la sabiduría;
  pero el que ni se acusa a sí ni a los demás, ha llegado a ser sabio.

Esas son frases del Manual, de Epicteto (55-135), nacido en condición de esclavo pero que más tarde lograría su liberad y se convertiría en uno de los exponentes más importantes del estoicismo tardío.

Pero además de esa postura, y de ser considerados graves y taciturnos, hay mucho más que el estoicismo enseña y que más tarde contribuyó a subsecuentes corrientes, incluido el cristianismo. El constante auto-cultivo del sabio es otro de sus temas recurrentes y es tan enfático que suena a ratos casi como Confucio. 

Otra cita favorita, también de Epicteto, es la siguiente:

  Las ovejas no regresan el heno ni la hierba que han comido,
  pero en recompensa engordan y dan lana y leche.
  Así tú, no te ocupes de conversar de tus preceptos,
  porque es señal de que no los has digerido.
  Debes instruirlos con tus acciones.

   (Manual, 46.2)

Y como las cosas humanas son siempre las mismas y todos los observadores agudos - sin importar si se llaman estoicos, taoístas o sufís - las han notado y vuelto a notar, expresándolas en formas siempre nuevas, aquí hay dos ecos de ese pensamiento en ropajes distintos. La primera es de la tradición ortodoxa judía, referida en Cuentos Jasídicos (Paidós, 1985):

  Un maestro tzadik dijo a sus alumnos que los llevaría a visitar al gran maestro, que vivía a tres días de camino. Los alumnos se sintieron felices, pues no conocían al anciano sabio. El día de la visita, pasaron todo el tiempo en la cabaña del anciano, preparando pan, tomando té y conversando de cosas triviales. Al regresar a su pueblo, le dijeron con pesar a su maestro que se hallaban decepcionados por haber desperdiciado aquella preciosa visita en actividades banales. Ni una sola vez - dijeron - comentamos con él las escrituras, ni estudiamos los preceptos.
  Entonces - contestó el maestro - no han entendido nada. Yo voy a verlo preparar el té, y contemplo cómo abre la ventana y anuda los cordones de sus zapatos.
  Los alumnos callaron, avergonzados.




Y la segunda, diecinueve siglos después de Epicteto, está en palabras de Michael Ende (1929-1995) escritor alemán famoso por sus historias estilo infantil:

  Una bella poesía no contiene sabiduría, sino que es su resultado.

   (Cuaderno de Apuntes, Alfaguara, 1996).


VIDEO DEL DÍA

‘Hero’ (2002) es una película del director Zhang Yimou en la que, al estilo de Rashomon, una historia es contada varias veces pero usando, en vez de múltiples testigos, una espectacular cinematografía de ‘color por escenas’. En este fragmento de la Escena Roja, el ejército imperial se dispone a atacar una indefensa escuela de caligrafía, y en la marca de 1:37, podemos ver al viejo maestro dar una lección inolvidable a sus asustados estudiantes:

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