Michel de Montaigne, en su ensayo De la fisonomía, reflexiona así: “siempre que leo en las historias acerca de las confusiones de otros Estados, deploro no haberlas podido presenciar; y mi curiosidad hace que me contente un tanto de asistir a este espectáculo de nuestra presente muerte pública, con sus síntomas y formas. Y ya que no puedo retardar esta muerte, celebro haber sido destinado a verla y con ella instruirme… Los buenos historiadores huyen de las narraciones tranquilas, para buscar las guerras y sediciones que saben que nos seducen.”
En el ensayo De gobernar su voluntad, añade que “cuando mi voluntad me inclina a un partido, no es con tan violenta obligación que contagie mi entendimiento. Las presentes revueltas de mi Estado no me hacen hacen ignorar las altas cualidades de mis antagonistas, ni las reprobables de mis correligionarios. No excuso todas las cosas de mi bando, como hacen otros que sólo pueden adorar sin crítica alguna, ni creo que el valor de una obra pierda sus buenas gracias por el hecho de ir en mi contra.”
Ahora veamos su época y los paralelismos con la nuestra:
a finales del siglo XVI, Francia estaba siendo azotada por las Guerras Religiosas entre católicos, protestantes y “malcontentos”, apoyados cada uno por facciones locales y por poderes extranjeros. El rey al que apoyaba Montaigne era Henri III, que estaba a favor de la tolerancia religiosa. El partido católico era apoyado por España; el protestante por Inglaterra y Holanda; y los malcontentos eran aristócratas liderados por el propio hermano del rey. Todos rechazaban la tolerancia hacia los que no fueran de su credo.
Como el rey no tenía heredero, la lucha se convirtió en una guerra por la sucesión, que finalmente fue decidida cuando Henri III fue asesinado por un fanático católico, acabando con la dinastía de Valois. El Rey de Navarra, uno de los aspirantes y que era protestante calvinista, encontró práctico aliarse con el ala católica de la lucha: abjuró de su fe, se bautizó católico, y ascendió al trono como Henri IV, primero de la Casa de Borbón.
Esto, que en términos modernos llamamos pragmatismo, fue llamado politique en ese entonces: alguien que pone la practicidad por encima de la ideología. Ya como monarca, Henri IV apoyó la tolerancia que había defendido su antecesor, poniendo fin a las Guerras Religiosas con el Edicto de Nantes. Socialmente trajo cierto grado de paz, pero no contentó a los extremistas de ninguna facción y también fue asesinado más tarde, por otro católico.
En aquél entonces, religión; hoy, partidos. ¿Politique?
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