El otro día estaba yo en mi oficina cuando llegó uno de mis ayudantes y me dijo, “señor, ¡hay un zafarrancho en el barrio, está de lo peor!” Sobresaltado, pedí a 40 guardias que me siguieran y nos fuimos corriendo a donde me indicó el ayudante.
Al llegar vimos una escena terrible: en la calle, diez personas con palos, machetes y pistolas, estaban moliendo a golpes a dos docenas de niños, mujeres y ancianos mientras otras personas armadas iban sacando a empujones a más gente de un edificio y aventándolos a la calle donde sus compañeros también los apaleaban. Había ya varios cuerpos inconscientes tirados sobre el pavimento.
Ante esta barbarie, ordené de inmediato a los guardias a que detuvieran la violencia, lo que hicieron con bastante dificultad.
Tras contener a los agresores y mandar llamar a unos cuantos médicos y enfermeras para atender a los heridos, el líder de los primeros me increpó por detenerlo a él y sus secuaces, así que tuvimos esta conversación:
— ¡No tienes derecho a detenernos!
— Pues verás, sí que tengo derecho porque esos guardias están bajo mi autoridad, y los representantes de todos los barrios estuvieron de acuerdo hace tiempo en que los puedo usar para detener zafarranchos como éste.
— ¡Esto no es un zafarrancho, y no tienes idea de lo que está pasando!
— A ver, en efecto no tengo idea de lo que está pasando pero mientras son peras o son manzanas, yo llegué aquí y te vi agarrando a palos a esos niños y a esas mujeres embarazadas, y no necesito hacer ni la primera pregunta para saber que eso no lo puedo permitir y punto. Ahora bien, explícame qué demonios estaban haciendo ustedes antes de que te lleve al frescobote porque aquí hay sangre.
— No nos puedes encarcelar, estamos defendiéndonos.
— Ah caray.
— Como lo oyes.
— Pues me vas a tener que dar más detalles, si no es molestia.
— Hay un criminal que se llama el Mochaorejas.
— Ajá.
— Que es desalmado.
— Ajá.
— Y que secuestró a dos de nuestros familiares, les cortó los dedos y las orejas, y nos extorsionó.
— Wow eso es una cosa espantosa, lo siento mucho.
— Gracias.
— ¿Y dónde está ese Mochaorejas?
— Lo encontramos, lo capturamos y lo matamos a palos.
— Um, ok ¿y estas personas qué tienen que ver?
— Son la familia, los amigos y los vecinos del Mochaorejas.
— What. ¿Y todos eran cómplices de él o qué?
— Sí. Bueno, no sabemos; a la mejor algunos. Sabemos que tenía por lo menos un cómplice. Mira, todos ellos son todos iguales, que no te importe.
— A ver a ver a ver A VER. ¿Viniste a medio matar a todos los conocidos de ese Mochaorejas sin pruebas de nada?
— ¡En defensa propia!
— Cuál defensa ni qué ocho cuartos, ¡ahí hay tres niños sangrando y esa anciana le rompieron la crisma!
— ¡Eran cómplices!
— ¿Cómo diantres dices eso!?
— ¡Mira, ese traía puesta una camisa nueva, seguro la compró con dinero que le dio el Mochaorejas! ¡Y mira, ahí a la entrada del edificio hay una alcantarilla, sin duda por ahí se metía el Mochaorejas para llegar hasta nuestro barr...!
— Guardias, llévense a todos estos fulanos a la cárcel.
— ¡No es justo, nosotros somos las víctimas! El Mochaorejas...
— El asunto del Mochaorejas ya lo entendí; esto que hicieron ustedes es una cosa totalmente aparte, es un delito y van todos pal bote.
— ¡Tú también eres cómplice del Mochaorejas!
— Pfff, menos mal que actuamos rápido, si no esto se hubiera convertido en una tragedia.
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