Jenny deMarco |
En 1987, cuando estudiaba en el Tec de Monterrey, audicioné para tocar
la guitarra en el departamento de Difusión Cultural, con apenas un par de años
de haber agarrado una guitarra por primera vez. Es maravillosa la ignorancia y
la incapacidad para contextualizar las propias fuerzas, cuando se tiene 17
años.
El legendario Pony González, el músico más surrealista y divertido de la
historia del universo, era el director musical en ese entonces y era quien
estaba juzgando a los que íbamos a audicionar. Quisiera decir que lo impresioné
con mi talento pero la verdad es que hubo dos cosas a mi favor; la primera es
que por alguna afortunada coincidencia fui en esa ocasión el único de los
guitarristas que sabía leer partituras. La segunda es que iba ampliamente (y un
tanto injustificadamente) recomendado por Óscar Elizondo, una persona con tres
cualidades cruciales: ser el mejor pianista de la historia (verán que hoy ando
un poco dado a la hipérbole), estar ya tocando en Difusión Cultural, y la más
importante: ser mi amigo. Así que el Pony se tuvo que conformar conmigo.
Con las años llegué a participar en un montón de espectáculos como
guitarrista, porque si había algo que sí sabía, era leer partituras. Y en menor
grado, mantenerme al ritmo de las eternas fiestas etílicas de los músicos. Así que
fueron cuatro años inolvidables, porque cuando uno toca en vivo suceden todo
tipo de cosas extrañas.
Una de esas fue en 1988, cuando estábamos por estrenar el Réquiem al
escritor Mauricio Magdaleno (1906-1986). Los réquiems eran espectáculos en los
que se seleccionaban partes de la obra de un escritor y se presentaban en una
mezcla de declamación y musicalización. Los declamadores siempre eran artistas
famosos así que era una doble emoción conocer a gente como Ofelia Guilmáin ó
Guadalupe Pineda. En esa ocasión, el artista invitado era Leonardo Daniel, que
por aquél entonces era el galanazo de moda y salía en una de tantas novelas
infames, llamada Rosa Salvaje.
La única foto que hallé de ese entonces. |
La cosa es que estaba yo ahí casi preparado, a menos de una hora de que
comenzara la función, y estaba en los camerinos junto con los demás músicos, vistiéndonos
con los smokings que eran de rigor, cuando me di cuenta de que no había llevado
mis zapatos de vestir. Horrorizado, bajé al vestíbulo a pedir un teléfono (no
había celulares en aquellos tiempos cavernícolas) y hablarle a mi hermana que
afortunadamente estaba en casa, para que me trajera los zapatos al teatro a
como diera lugar.
Sudando frío, estaba yo ahí tras el escenario yendo y viniendo, vestido
de smoking y con unos tenis blancos espantosos. Escuché con angustia infinita
la primera llamada y en ese momento salió de su camerino Leonardo Daniel, que
viéndome pálido, me preguntó qué pasaba. Le conté el predicamento y con cara de
póker, tan sólo me respondió con un monosílabo y se retiró. Yo seguí viendo el
reloj que está tras bambalinas y sintiendo mariposas en la panza.
Cuando oí la segunda llamada, estaba frenético, pero en ese momento
sentí una palmada en el hombro y al voltear vi a Leonardo que había regresado,
pero ahora él también traía puestos unos tenis con su smoking. Me dijo:
“¡OK, ya estamos listos los dos!”
Así con esa frase se me olvidó toda la angustia. Me aseguró que si mi
hermana no llegaba a tiempo, él también saldría así al escenario. Lo bueno fue
que no tuve que averiguar si lo decía en serio, porque en ese momento llegó mi
hermana.
Después de la función, por supuesto que todos nos acercábamos a que el
artista invitado nos firmara el programa. De toda la gente que conocí, tan sólo pedí dos autógrafos (el otro fue a
Guadalupe Pineda). Y el programa que firmó Leonardo, que aún conservo en un
arcón polvoso, dice:
“Para Alfonso. Con toda la angustia por tus zapatos.”
VIDEO DEL DÍA
El Imaginario del Doctor Parnassus
fue la última película que filmó Heath Ledger, ese James Dean del siglo 21 que
se fue temprano dejando un puñado de actuaciones asombrosas. La película, del
estrambótico Terry Gilliam (Brazil, Las Aventuras del Barón Munchhausen) es una
maravilla de imaginación que desgraciadamente no tuvo mucho éxito en la taquilla.
Ledger había terminado de filmar las
partes del ‘mundo real’ de la película pero murió antes de poder filmar las
escenas en el mundo fantástico, de modo que en una afortunada decisión, los
actores Jude Law, Colin Farrell y Johnny Depp llegaron a completar las partes
faltantes, dando como resultado una historia aún más surrealista:
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