Edmund, como alguien en los albores de un viaje largo e incierto,
sufrió, llevó sobre sí la desilusión de Rilka quizá más de lo que ella misma lo
pudiera saber o intuir. Joven Rilka, balcánica y blancamente hermosa, tan
impulsiva y tan aquí y ahora, tan lo que le faltaba a él. Tan creyente.
Rilka.
Hermosa, paciente Rilka.
Lo siento.
Hermosa, paciente Rilka.
Lo siento.
Maldito seas, Edmund, maldito seas. Todas mis palabras y mis besos no
bastaron para convencerte de que te hubiera sufrido tanto, lo hubiera hecho. No
quisiste protegerme, no quisiste entregarte como yo me entregaba cada vez.
¿Porqué me pediste tan poco? ¡Tan poco! ¿Porqué te conformabas con lo que ni
siquiera era necesario pedir? Pedir menos que migajas. Odio que seas tan débil
y que no puedas verme frente a frente para decirme lárgate de una vez por
todas, en vez de eso aún me dijiste te quiero ¡maldito seas! Odio que tu coraza
sea tan débil que yo la hubiese podido romper, ¡la hubiese podido destruir lo
entiendes? Pero nunca lo hice ni lo intenté pues nunca la ofreciste como
escudo, nunca me dejaste entrar, nunca. Hubiera querido - ahora quiero - quise
- amarte, destrozarte y armarte de nuevo y enseñarte cómo armar de nuevo los
pedazos desperdigados. Cómo armar todo de nuevo después de amar, armar todo otra
vez, conmigo. Pero no, preferiste seguir siendo una estatua frágil pero estatua
pero frágil. Pero estatua. Ya verás, aunque no lo verás pero por lo más sagrado
juro que no te extrañaré y ahora en pocos días... ojalá te hubieras quedado
sólo unos días ¡sólo unos días para mostrarte cómo me rompo y me despedazo y
armo de nuevo los pedazos! Armaré todos esos pedazos y nunca lo verás, maldito
seas. Olvida mi nombre y mi rostro y mi recuerdo, pues yo misma los barreré de
mi propia memoria. No me busques algún día, ningún día.
Aquí estaré.
Pobre, hermosa Rilka.
Lloras.
Adiós.
Lloras.
Adiós.
Telares. 3, 4 (Hilo verde)
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