miércoles, 3 de febrero de 2016

Guadalupe Pineda y una canción que nomás no salía bien.

Ya antes había referido que entre 1986 y 1991 participé como músico en los muchos espectáculos que organiza el Tec de Monterrey: conciertos de música pop, teatro musical, orquesta de cámara y otros más. En ese periodo participé en varias Compresencias y Réquiems, que eran tributos a escritores vivos o muertos, y a donde se invitaban a artistas famosos a declamar los textos mientras tocábamos música de fondo o bien poemas musicalizados. Siempre era interesante participar en estos dos tipos de show porque podíamos conocer a gente como Humberto Zurita, Rebecca Jones ó Leonardo Daniel y con muy pocas excepciones, nunca llegaban en plan de divos, aunque tampoco es que se pusieran a socializar con todo mundo: la verdad es que los ensayos eran brutales y los artistas llegaban normalmente sólo al ensayo general ya con su material preparado, para asegurarse de que todo el espectáculo fluía bien. 

 

En 1989, estábamos preparando las Compresencias a Hernán Rocha, que en el pasado había musicalizado los textos de varios autores Alfonso Reyes, Ramón López Velarde, Mauricio Magdaleno, Griselda Álvarez y que ahora recibía su propio homenaje, o sea que era una especie de “grandes éxitos”. Las artistas invitadas eran Ofelia Guilmáin para declamar y Guadalupe Pineda para cantar, y sobra decir que estábamos emocionados con el prospecto de compartir el escenario con ellas: dos de las voces más reconocibles de México.

 

Ahora bien, decía antes que los ensayos eran brutales y esto es cierto especialmente para los músicos que como yo, seguido participábamos en dos, tres y más espectáculos por semestre y para todos los cuales teníamos que dedicar largas horas de ensayos. 

 

Era el último ensayo antes de que llegaran Ofelia Guilmáin y Guadalupe Pineda, al día siguiente. Yo recién había terminado de ensayar las 12 ó 15 piezas del teatro musical de ese semestre, más las 20 piezas del concierto pop, estaba en mitad de hacer un arreglo para cuatro guitarras en la orquesta de cámara y no sé, pero probablemente tenía bastantes trabajos atrasados y exámenes que no me inspiraban mucha confianza a la vuelta de la semana. Todas las piezas de la Compresencia estaban listas menos una, que era una canción para voz acompañada sólo con la guitarra, o séase yo. La canción la cantaría Guadalupe Pineda.

 

Sí, yo iba a acompañar solo con la guitarra a Guadalupe Pineda.

 

Ahora bien, la canción no era una pieza de jazz virtuoso ni nada por el estilo; de hecho no tenía ninguna complejidad técnica; era una vil progresión de La menor a Mi menor o algo así. Pero simplemente no había tenido tiempo ni de escucharla, tan sólo tenía escrita la letra y los acordes, y tampoco la había podido practicar con alguna de las cantantes de la orquesta. De modo que en el ensayo la toqué de forma atroz. O bueno, no completamente atroz; los acordes sí los toqué, pero la canción tenía que tocarse exactamente como había sido la original, y yo no la había escuchado, así que mi interpretación no fue recibidacon el más mínimo agrado por el legendario Gerardo Maldonado a quien no se le daba precisamente la sutileza para expresarse cuando algo no salía bien. Lo bueno fue que el director musical, el siempre bien ponderado Pony González, salió a defenderme.

 

Al día siguiente, ya había escuchado yo la pieza. El ensayo general comenzó, ya con las artistas. Todo iba bien hasta que llegamos a la fatídica, sencilla y aterrorizante canción de voz y guitarra. Guadalupe Pineda tomó el micrófono y la verdad es que me dio pánico escénico; la volví a tocar de forma, digamos que menos que satisfactoria. Gerardo Maldonado detuvo el ensayo y procedió a enumerar las razones por las que yo no era cristiano, los detalles de cómo me iba a morir, y hubiera seguido diciéndome misa en latín si la señora Pineda no hubiera hablado por el micrófono con el que había estado cantando:

 

“No te preocupes Gerardo, yo la ensayo con el guitarrista”. 

 

Y en los cinco segundos siguientes se escuchó caer un alfiler en el suelo. 

 

Cuando terminó el ensayo general, se acercó conmigo y me dijo “Ya es muy noche, no te preocupes, mañana llegamos temprano y ensayamos la canción. Te espero en mi camerino a las 6.”  

 

Si le digo al lector que no sabía yo qué decir, sería quedarme cortísimo, pero eso no fue lo más maravilloso. Al día siguiente llegué con mi guitarra desde las 5 y media, pero ella ya estaba en su camerino preparándose. La función era a las 8. Me invitó a pasar y me dijo:

 

“¿Ya la tienes lista?”

“Sí.”

“OK, dime cómo la quieres tocar y yo te sigo.”

 

What.

WHAT.

 

Ahí estaba yo, un guitarrista piojoso de 19 años con pánico escénico, y Guadalupe Pineda me dice con una sonrisa, “Yo te sigo”. Después de lo que debe haber sido un tiempo más bien largo de tener la boca abierta, alcancé a decirle, “¿Seguirme? No no no señora, ya la ensayé, usted cante y yo la sigo.” 

 

La tocamos completa un par de veces. Salió perfecta. Hernán Rocha entró al camerino y vio que todo iba bien. Ella tenía que terminar de prepararse y yo salí a ponerme el smoking.

 

Sí, una vez acompañé con la guitarra a Guadalupe Pineda; una artista excepcional. Pero a 25 años de distancia, mi memoria no es la del momento en que acompañé su voz brillante en el escenario, sino la de la calidez de su voz fuera de él. 

 

 

 

 

 

 

Via El Universal

http://archivo.eluniversal.com.mx/espectaculos/2013/guadalupe-pineda-ayuda-damnificados--953494.html

 

Leonardo Daniel

http://lmndsxtrn.blogspot.com/2014/05/leonardo-daniel-y-unos-tenis.html

 


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