domingo, 14 de junio de 2015

Reductio ad Hitlerum




No bueno. Por favor.

Vivimos en superlativo. Quien no está de acuerdo con mi opinión es directamente un traidor a la patria; cualquier acto de violencia es un genocidio; cualquier fulano es Hitler.

¿Qué palabras usaremos cuando realmente tengamos que describir un genocidio, o a un dictador? En Armenia, en Ruanda y en Kosovo hubo genocidios. Es una palabra infame que describe un acto infame, y que no debe usarse con ligereza. Kim Jong-il fue un dictador, como lo es su hijo Kim Jong-un, en Corea del Norte. Como Stalin. Como Idi Amin. En México no hemos tenido nada ni remotamente aproximándose a esos niveles; Porfirio Díaz fue un dictador más bien benévolo, y si nos apuramos, Plutarco Elías Calles.

Las discusiones a las que nos hemos acostumbrado son cada vez más faltas de marcos de referencia. Son las discusiones virtuales, donde podemos escupir cualquier tontería que seguramente no diríamos frente a un interlocutor físico, que quizá nos podría callar la boca. Pero en internet somos libres como palomas que no saben argumentar, sólo gritar.

Ya en 1990, cuando el internet no existía como lo conocemos sino sólo en la forma de Usenet, una red muy limitada con algunos miles de usuarios, Mike Godwin proclamó su famosa Ley de Godwin, que dice que a medida que avanza cualquier discusión virtual, la probabilidad de que alguien compare a algo con Hitler y los nazis se acerca más y más al 100%.

Y todavía eso no es nada nuevo, sino una extensión de la frase “Reductio ad Hitlerum”, que juega con la falacia clásica del Reductio ad absurdum. La reducción al absurdo es una forma de argumentación donde una premisa se lleva hasta sus últimas conclusiones lógicas, y si vemos que la conclusión es absurda, eso indica que la premisa inicial era equivocada. Esta es una forma de argumentación válida y muy poderosa y se ha usado desde los griegos para resolver problemas lógicos y matemáticos.

La frase “Reductio ad Hitlerum” fue inventada en 1951 —tan sólo seis años después de Hitler— por el filósofo Leo Strauss, para indicar jocosamente una falacia de argumentación: que cuando se acaban las razones válidas en una discusión —acerca de política sobre todo— alguien terminará comparando la cosa que está criticando con las acciones del gobierno nazi, que es la encarnación del mal por excelencia en nuestro imaginario moderno. Por lo menos podemos ver que no es invento mexicano, porque el ser exagerado es bastante humano.
  
Aquí hay otra perla de esas que se exacerban durante época de elecciones:


¡Vendepatriaaaas!

Realmente es muy poco empático, de parte de alguien que tiene la posibilidad de estar conectado al internet todo el tiempo, el emitir semejantes juicios acerca de compatriotas menos afortunados. Es lo mismo que lo de Hitler. Eso de “traidor a la patria” se puede usar y de hecho es válido usarse con ciertos personajes históricos excepcionales. Pero por favor. Una persona de baja extracción social, sin mayor educación y una pobrísima formación cívica,  a la que se le ofrece un tambo de plástico ó un aparato doméstico o cualquier otra cosa, ¿debemos decir que desde su punto de vista, puede remotamente juzgar lo que está haciendo —que es ver por sí misma en un ambiente muy adverso— como “vender su patria”? ¿O que desde cualquier marco de referencia externo a esa persona, sea válido juzgarla así? Es una infamia decir eso.

Seguramente habrá por ahí gente que real, explícitamente no tenga problemas con vender y traicionar a su patria. Pero eso exige cierto nivel de conciencia de sus acciones y sus consecuencias. La gran cantidad de gente que tenemos en nuestro país con una paupérrima formación cívica NO QUIEREN VENDER SU PATRIA. Ni tampoco Hitler tiene nada qué ver con lo que pasa en México, ni de lejos.

Haríamos bien en moderar la retórica y dejar las palabras grandes para las cosas grandes, o nos quedaremos mudos de gritar. Y haríamos mejor en, calladamente, hacer algo si está en nuestro poder, por mejorar el civismo, la conciencia política, el deseo de participación en el bien común. Tenemos a todas las personas a nuestro alrededor para argumentar.

Pero sin reductio ad Hitlerum.



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