domingo, 18 de enero de 2015

De pizzas y peste bubónica



Hay dos cosas que se leen seguido en el internet y que me dan urticaria mental. Bueno, son tópicos que están en todos lados, pero en el internet se leen más seguido porque si uno tiene la costumbre de ver redes sociales, son mensajes que no se pueden evitar ver cada cinco minutos. Son como ruido de fondo y uno aprende a brincar esos mensajes tan pronto como un golpe de vista nos revela lo que son; pero son tan frecuentes que a veces no se puede menos que entornar los ojos y escribir un post. 

La primera de las dos cosas es eso de lo “natural”. Alguien me dice por ahí que quiere bajar de peso, porque para su desgracia no nació durante el Renacimiento, cuando podría haber sido celebrada como musa de algún pintor famoso. ¿Qué no es hermosa la vista de ese bajo vientre y esas caderas munificentes de los cuadros que cuelgan del Louvre? ¡Si tan cerca como los años sesentas celebrábamos los jamones de Parma de las actrices de cine y las rumberas! Pero en fin, el caso es que para desgracia general, la moda de verse como junkie –que francamente es un asalto no sólo a la vista sino al tacto amoroso, porque ¿quién quiere encajarse la cavidad cotiloide del hueso coxal, estando en mitad de un arrebato romántico?– pero digo que esa imagen de ‘prisionero de guerra recién rescatado’ es la que impera, porque hemos decidido –aunque a mí nadie me pasó el memo– que un infame cártel de zares de la moda apertrechados en París y Milán, tiene la potestad de decirle a todo Cristo cómo hay que verse para ser deseable. Y digo yo, ¿deseable para quién? Porque ni un caldo decente sale de ahí.

El caso es que la chica de la que hablo, a base de pura repetición debe de tener metida en la cabeza tal necesidad de ser gollumescamente delgada: de tanto ver a esas pobres creaturas que caminan por la pasarela como robots a punto de desarmarse debido a algún algoritmo mal programado. Yo para aminorar su angustia, le espeto sin rubores un chiste de familia:

  “Mira: la Naturaleza es sabia. Tú come lo que quieras y deja que el cuerpo tome la forma que le parezca más adecuada.”

Y sí, le saco el obligado  “:D” pero me dice que no sea salvaje, que comer en demasía blablablablabla. Pero mujer, le digo (y más en general, a la gente que no tiene idea de lo que significa un chiste): lo que quiero es hacerte reír y que te olvides por unos momentos de tus manías, instigadas desde lejos por sabrá Dios qué misógino glamoroso y decadente. 

El humor sutil es sin duda una de las funciones más superiores –si no la más alta– de entre las funciones superiores de la mente: la más filosófica, la que muestra un más alto grado de entendimiento. ¿Será que nos estamos haciendo torpes para reconocerlo últimamente? Quizá el internet nos está haciendo densos, a base de no poder ver los gestos ni escuchar las inflexiones de voz. Le digo: obviamente, mujer, no quiero que comas para que te veas como atracción de circo. Pero cómete una pizza sin remordimientos de vez en cuando. Y ahí es cuando sale con:

“Pero yo prefiero una dieta más natural”.
Um. Pues.
Qué te diré. 

Dejemos de lado lo de enflacar o engordar. Pero le digo, una pizza es tan natural como la miel. Tú no ves un árbol de miel ni un árbol de pizzas. (Bueno OK, sí está la miel de maple pero me estoy refiriendo a la miel de abeja. Obviamente. ¿Qué? ¿Que no es obvio? Um, mire, mi estimado lector: estoy tratando de ilustrar un punto, así que no me mortifique con pequeñeces).

¿Qué decía yo? Ah, sí: que la pizza es como la miel. Ninguna de las dos cosas se “da” sola: ambas pasan por un proceso, que es encontrar cierto(s) ingrediente(s), tomarlos y llevarlos a otro lado, y modificarlos hasta que dan por fin: un panal de miel, o una pizza de salami con aceitunas. Y queso doble. Y jalapeños para que amarre.

La única diferencia es que un proceso es más largo y complicado que el otro, pero son procesos naturales. ¿O una abeja es más natural que un ser humano? ¡No, pero la abeja no usa herramientas! Me dice. Bueno, una herramienta –un cuchillo y una espátula– son igual de naturales que una presa hecha por un castor. Tampoco hay árboles de presas, ¿verdad?

“¡Ay, nada que ver! ¡Una pizza no es natural!”

Discúlpame pero perdóname pero. 

Una pizza es natural. El cortador de pizzas también. El cuchillo servidor y la botellita con semillas de chile de árbol, también. Son cosas procesadas por el ser humano, de la misma forma que las termitas procesan tierra y hongos y quién sabe qué más cosas, y hacen condominios con aire acondicionado. Que por cierto se llaman “termitarias”. Y que en la Planicie de Busanga, en Zambia, se pueden hallar hasta 100 por hectárea. Son fascinantes realmente, las termitas.

Y son tan naturales como nosotros. Unos más grandes, unos más chicos, pero hacemos lo mismo: agarramos tierra y algunas cosas más, la amontonamos, y hacemos condominios. Con aire acondicionado. Y WiFi.

¿El WiFi es natural?

¡Sí !

¿Por qué esa idea de que lo que el hombre hace, deja de ser natural? El hombre –y lo que hace– no está fuera de la Naturaleza. De hecho, no hay nada fuera de la Naturaleza: sólo hay cosas con procesos más complicados que otras. Una fruta, una colmena, una represa de castores, un microprocesador IA-32 Pentium®4 con micro-arquitectura NetBurst™ (del cual tampoco hay árboles). Misma cosa. Todo es natural.

Qué afán de excepcionalismo.

Por cierto, tampoco hay nada “sobrenatural”. Hay cosas más difíciles de explicar que otras, y a las cuales les damos explicaciones temporales que pueden irse refinando. Pero todo es Naturaleza. Y al que no le guste, se pierde de una pizza deliciosa.

Esto me lleva, con muchos rodeos, a la segunda cosa que me irrita el encéfalo (porque espero que recuerde el lector que dije que eran dos cosas):  lo de que la Naturaleza es armonía. Ya sabe: los típicos posters con amaneceres o las melifluas frases mal asignadas a la Madre Teresa, que nos dicen que hay que hacerse uno con la naturaleza, y que la naturaleza es hermosa y sabia y todos los sinónimos que se hallan en el diccionario.

Sí, sí entorno los ojos cuando veo eso. Y no, no soy un grinch. O bueno a la mejor un poquito, pero no siempre. Sólo cuando me orillan. 

Para ser justos con esos posters motivacionales, la Naturaleza es maravillosa, y nuestra curiosidad y nuestro ingenio para entenderla y sacar sentido de ella es más maravillosa aún. Y además, seguido necesitamos motivación. Pero para no ser tan justos: sólo un hippie trasnochado (ó un niño de 15 años enamorado) cree que la naturaleza está hecha de flores y mariposas, y de auroras de rosados dedos (Homero dixit) que nos llenan el corazón de alegría, y las fosas nasales de aromas de rocío acariciando el pasto.

La armonía de la Naturaleza es lucha. A muerte.

Es peste bubónica, tsunamis y un león comiéndose viva a una zebra. Es una oruga que se convierte en mariposa, sí; pero también es un defecto celular que desencadena la formación de tumores cancerosos; es la majestad del mar y es explosiones de estrellas que podrían calcinar en un segundo todas las obras de arte creadas por el hombre, con planeta incluido. La naturaleza es salvaje y terrible en su hermosura; es una pizza de champiñones, es crueldad de asesino, es un colisionador de hadrones bajo la campiña suiza. Pero nadie manda un póster motivacional hablando de la triquina. Está bien que veamos la parte que inspira a la supervivencia y los sentimientos nobles; pero Shiva, el danzante sagrado, lleva en una de sus manos el tambor de la creación y en la otra el fuego de la destrucción. El ideal debe ir acompañado de entendimiento.

Via V&A

Y si el humor es como dije más arriba, la más alta forma de entendimiento, no muy a la zaga le sigue el entendimiento poético. Ambas son percepciones totales e inexplicables, tan sólo comunicables en sus propios términos y que exigen de un espíritu afín –o por lo menos que se encuentre en en un momento afín de percepción– para poder crear resonancia, para poder reír o asentir, y que en los más comunes momentos de sopor de la conciencia pueden antojarse sobrehumanos, o inhumanos. Pero al igual que con la Naturaleza, no hay nada que hacemos ó pensamos que no sea humano; sin importar qué tan alto o tan bajo.  

Chuang Tse se puso a tocar el tambor y a cantar a la muerte de su esposa: no por locura sino por entendimiento y por coherencia con su propio pensar. Y Baudelaire, en sus “Flores del Mal”, escribió acerca de un cadáver (Une Charogne):

Y el sol veía ese soberbio cadáver
como flor que se abre…
Zumbaban las moscas sobre este vientre pútrido,
del cual salían negros batallones
de larvas que manaban como un líquido espeso
por aquellos vivientes andrajos…
Y este mundo producía una música extraña
como el agua que corre y el viento,
o el grano que un ahechador con movimiento rítmico
agita y voltea con su criba.

Si hay cosas que son así de chocantes para aceptar, es porque el humor y la poesía son bofetadas Zen, aprehensiones totales que revuelven ó espantan. En un tono más accesible por su obvia muestra de dolor, en “Hoy como nunca”, López Velarde habla así de la inminente despedida:

Hoy, como nunca, es venerable tu esencia
y quebradizo el vaso de tu cuerpo.
Y sólo puedes darme la exquisita dolencia
de un reloj de agonías, cuyo tic-tac nos marca
el minuto de hielo en que los pies que amamos
han de pisar el hielo de la fúnebre barca. 

No puede ignorarse la indecible tristeza, pero tampoco la sublime belleza de esas palabras.

La sublimación es quizá la más bella de las aspiraciones, la más bella alegoría; tomar plomo y transmutarlo en oro: leitmotiv eterno de nuestros cuentos y mitos, cuánto más cuando el plomo es dolor. Así que algunas veces tornas tus lágrimas en puños, algunas veces tornas la pena en canción. Y otras veces eres lo suficientemente afortunado para tomar un sorbo de té, sentarte y sonreír, viendo la aurora de rosados dedos.

De modo que dejaré aquí lo dramático, y diré que el crear bellas ilusiones y pequeños engaños también es Naturaleza; creamos marcos de percepción que nos permiten entender el mundo –y de paso un poco a nosotros mismos– para tener un norte que consideramos deseable. El concentrarse en la belleza del momento es también naturaleza. Yo tampoco quiero pensar en elefantiasis sólo por ser incluyente, cada vez que veo una orquídea. Así que digamos que fue un exabrupto matinal, y que quizá no me había sentado a tomar el café antes de ponerme a despotricar contra un mensaje a todas luces bien intencionado. Como dice Laurence Sterne, no es lo mismo escribir recién comido que en ayunas. Así que prometo no poner comentarios cínicos en los pósters que me envíen hoy, de pájaros alimentando a sus crías y de bosques por donde se filtra la luz del sol.

Ahora discúlpeme el lector, que voy por una pizza de pepperoni como Dios manda.




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