Via El Nuevo Herald |
Ayer vi un tweet que equivocadamente refería esa foto, diciendo que es
una protesta en Londres por los 43 desaparecidos en México; en realidad es una
protesta en Barcelona en contra de la industria de la piel de animales. Pero
para lo que voy a discutir aquí, da exactamente lo mismo.
En cualquiera de los dos casos, la gente ve la foto, dice OK, y tres
segundos después da click en el siguiente link, probablemente con una foto de
un gato con mala gramática. El shock se ha vuelto trivial.
Y no es para decir que no se deba protestar o hacer valer las propias
convicciones, ni mucho menos. Se debe de hacer, y se debe cuestionar y
presionar para que vayamos empujando nuestros modos de convivencia hacia formas
cada vez más justas y aceptables para más miembros. Pero las tácticas de shock
ya no funcionan como antes.
En 1916 comenzó el movimiento artístico —o anti-artístico— llamado
Dadaísmo, un estilo de vanguardia que cuestionaba los valores establecidos. De
hecho ya desde 1913 Marcel Duchamp había empezado con su propuesta de “anti-arte”
que llegó al pináculo de la fama en 1917 con su obra Fountain, que sí causó
revuelo:
Via Wikipedia |
Sí, un mingitorio. Esa era la obra. Por supuesto, causó indignación y de
hecho fue rechazada por los jueces de la exhibición a la que la inscribió, pero
su concepto influenció a una gran cantidad de artistas plásticos y filósofos
del arte que en esos momentos tensos (Primera Guerra Mundial) cuestionaban en
conjunto muchas de las bases generalmente aceptadas del arte y de la sociedad,
de sus funciones e interacciones. El crítico y filósofo Stephen Hicks interpretó
la obra de Duchamp como una declaración de que “el arte no es más que algo en
lo que nos orinamos.”
Estos cuestionamientos han tenido una larga tradición en el siglo 20 y
hasta nuestros días, explorando y de-construyendo, con gente famosa como Andy
Warhol y sus sopas Campbell’s y un largo largo etcétera. Pero la técnica del
shock como análisis y disección del comportamiento humano individual y social
tuvo más impacto aún en el arte del performance, en el que la obra no es un
objeto sino una acción a ser observada. En estos performances muchos artistas
llegaron a extremos bastante drásticos, como Chris Burden, que en los 70s se
hizo famoso por sus acciones como Trans-Fixed: donde hizo que lo clavaran de
las manos a un coche, en posición de crucificado. Marina Abramovic, otra
pionera, presentó en 1974 su infame Rhythm 0: una sesión de seis horas
durante las cuales ella, sentada en una silla y sin moverse, puso frente a sí
una mesa con 72 objetos —entre los cuales había una pistola cargada— que los
espectadores/participantes podían usar en ella de cualquier manera que
quisieran. La gente llegó a cortar su ropa en pedazos, ponerle espinas en el
abdomen e incluso apuntar la pistola a su cabeza.
Hoy sigue habiendo quiénes usan estos métodos, pero los cuestionamientos
que causan difícilmente ameritan más que una mirada por encima, y son usados ya
no como vehículo de exploración artística y social sino sólo como protesta, de
la misma forma que una huelga de hambre. En 2013 un artista ruso se clavó de
los testículos al suelo de la Plaza Roja, en protesta por acciones represivas
del Kremlin, por ejemplo. ¿Escuchó antes esa noticia? ¿De su impacto?
Exactamente.
Volviendo a los 70s: esa época fue de empujar y romper muchos límites
sociales establecidos. En 1973 se estrenó El Exorcista, que hoy nos puede
parecer algo trivial pero que causó una conmoción sin precedentes, rompiendo la
convención en el cine mainstream, de poner a cuadro completo y sin cortes las
escenas más violentas y perturbadoras. Antes de eso el terror era más bien insinuado
y completado por la imaginación del público, con sombras, silencios y diálogos
tétricos. Después de esta película se desató una moda de cine sanguinario
extremo, con las películas de Darío Argento (Rojo Profundo, 1975) y Ruggero Deodato
(Holocausto Caníbal, 1980) como exponentes notables, además del primer cine
mainstream de porno-tortura (también italiano) que en nuestros días es
representado por Saw (2004) y sus variantes cada vez más grotescas (Martyrs,
2008; Human Centipede, 2009).
A lo que voy es que en los últimos 40 años las imágenes de violencia
extrema se han hecho comunes, casi triviales: y no sólo en el arte sino que
ayudadas por la explosión de la comunicación por internet en donde todo es
instantáneamente accesible. Y si las imágenes de violencia tienen ese grado de
trivialización, el desnudo lo es mucho más: imágenes de alto contenido erótico
que en los 70s hubieran sido consideradas absolutamente inaceptables en
cualquier publicación masiva, hoy se usan para anunciar chocolates y agua destilada.
Spencer Tunick, fotógrafo de desnudos masivos desde 1994, tiene una propuesta
interesante desde el punto de vista artístico, pero está muy lejos de ser
provocadora por el sólo hecho de incluir desnudez.
El hecho es que este tipo de protestas, desprovistas de contenido
artístico, no asustan ya a nadie: en la ciudad de México hay protestas de
desnudos cada dos por tres, y a lo que llegan es a que alguien les tome fotos
divertido, o que alguien más diga “otra vez estos encuerados bloqueando el
tráfico”. El parar juegos de fútbol porque algún exhibicionista se mete al
campo ya es casi tradicional en varios países, y cuando unas chicas protestaron
desnudas ante Angela Merkel y Vladimir Putin en 2013, la cara de Putin lo dijo
todo:
Via The Guardian |
Si se va a protestar hoy en día, se necesita organización e inteligencia,
y tener el pulso de la sociedad donde se desenvuelve para saber de qué forma se
puede mover —y conmover— a nuestro vecino. Una imagen violenta o enseñar piel
ya no hace que la gente voltee la cabeza, y en muchas ocasiones la reacción es
de entornar los ojos, y pensar que lo único que quieren esos encuerados es un
poco de emoción y de romper con la rutina.
VIDEO DEL DÍA
Por
si el lector no me creía lo de Marina Abramovic:
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