martes, 16 de diciembre de 2014

La trivialización del shock



Via El Nuevo Herald


Ayer vi un tweet que equivocadamente refería esa foto, diciendo que es una protesta en Londres por los 43 desaparecidos en México; en realidad es una protesta en Barcelona en contra de la industria de la piel de animales. Pero para lo que voy a discutir aquí, da exactamente lo mismo.

En cualquiera de los dos casos, la gente ve la foto, dice OK, y tres segundos después da click en el siguiente link, probablemente con una foto de un gato con mala gramática. El shock se ha vuelto trivial.

Y no es para decir que no se deba protestar o hacer valer las propias convicciones, ni mucho menos. Se debe de hacer, y se debe cuestionar y presionar para que vayamos empujando nuestros modos de convivencia hacia formas cada vez más justas y aceptables para más miembros. Pero las tácticas de shock ya no funcionan como antes.

En 1916 comenzó el movimiento artístico o anti-artístico llamado Dadaísmo, un estilo de vanguardia que cuestionaba los valores establecidos. De hecho ya desde 1913 Marcel Duchamp había empezado con su propuesta de “anti-arte” que llegó al pináculo de la fama en 1917 con su obra Fountain, que sí causó revuelo:
 
Via Wikipedia
Sí, un mingitorio. Esa era la obra. Por supuesto, causó indignación y de hecho fue rechazada por los jueces de la exhibición a la que la inscribió, pero su concepto influenció a una gran cantidad de artistas plásticos y filósofos del arte que en esos momentos tensos (Primera Guerra Mundial) cuestionaban en conjunto muchas de las bases generalmente aceptadas del arte y de la sociedad, de sus funciones e interacciones. El crítico y filósofo Stephen Hicks interpretó la obra de Duchamp como una declaración de que “el arte no es más que algo en lo que nos orinamos.”

Estos cuestionamientos han tenido una larga tradición en el siglo 20 y hasta nuestros días, explorando y de-construyendo, con gente famosa como Andy Warhol y sus sopas Campbell’s y un largo largo etcétera. Pero la técnica del shock como análisis y disección del comportamiento humano individual y social tuvo más impacto aún en el arte del performance, en el que la obra no es un objeto sino una acción a ser observada. En estos performances muchos artistas llegaron a extremos bastante drásticos, como Chris Burden, que en los 70s se hizo famoso por sus acciones como Trans-Fixed: donde hizo que lo clavaran de las manos a un coche, en posición de crucificado. Marina Abramovic, otra pionera, presentó en 1974 su infame Rhythm 0: una sesión de seis horas durante las cuales ella, sentada en una silla y sin moverse, puso frente a sí una mesa con 72 objetos entre los cuales había una pistola cargada que los espectadores/participantes podían usar en ella de cualquier manera que quisieran. La gente llegó a cortar su ropa en pedazos, ponerle espinas en el abdomen e incluso apuntar la pistola a su cabeza.

Hoy sigue habiendo quiénes usan estos métodos, pero los cuestionamientos que causan difícilmente ameritan más que una mirada por encima, y son usados ya no como vehículo de exploración artística y social sino sólo como protesta, de la misma forma que una huelga de hambre. En 2013 un artista ruso se clavó de los testículos al suelo de la Plaza Roja, en protesta por acciones represivas del Kremlin, por ejemplo. ¿Escuchó antes esa noticia? ¿De su impacto? Exactamente.

Volviendo a los 70s: esa época fue de empujar y romper muchos límites sociales establecidos. En 1973 se estrenó El Exorcista, que hoy nos puede parecer algo trivial pero que causó una conmoción sin precedentes, rompiendo la convención en el cine mainstream, de poner a cuadro completo y sin cortes las escenas más violentas y perturbadoras. Antes de eso el terror era más bien insinuado y completado por la imaginación del público, con sombras, silencios y diálogos tétricos. Después de esta película se desató una moda de cine sanguinario extremo, con las películas de Darío Argento (Rojo Profundo, 1975) y Ruggero Deodato (Holocausto Caníbal, 1980) como exponentes notables, además del primer cine mainstream de porno-tortura (también italiano) que en nuestros días es representado por Saw (2004) y sus variantes cada vez más grotescas (Martyrs, 2008; Human Centipede, 2009).

A lo que voy es que en los últimos 40 años las imágenes de violencia extrema se han hecho comunes, casi triviales: y no sólo en el arte sino que ayudadas por la explosión de la comunicación por internet en donde todo es instantáneamente accesible. Y si las imágenes de violencia tienen ese grado de trivialización, el desnudo lo es mucho más: imágenes de alto contenido erótico que en los 70s hubieran sido consideradas absolutamente inaceptables en cualquier publicación masiva, hoy se usan para anunciar chocolates y agua destilada. Spencer Tunick, fotógrafo de desnudos masivos desde 1994, tiene una propuesta interesante desde el punto de vista artístico, pero está muy lejos de ser provocadora por el sólo hecho de incluir desnudez.

El hecho es que este tipo de protestas, desprovistas de contenido artístico, no asustan ya a nadie: en la ciudad de México hay protestas de desnudos cada dos por tres, y a lo que llegan es a que alguien les tome fotos divertido, o que alguien más diga “otra vez estos encuerados bloqueando el tráfico”. El parar juegos de fútbol porque algún exhibicionista se mete al campo ya es casi tradicional en varios países, y cuando unas chicas protestaron desnudas ante Angela Merkel y Vladimir Putin en 2013, la cara de Putin lo dijo todo:
 
Via The Guardian

Si se va a protestar hoy en día, se necesita organización e inteligencia, y tener el pulso de la sociedad donde se desenvuelve para saber de qué forma se puede mover y conmover a nuestro vecino. Una imagen violenta o enseñar piel ya no hace que la gente voltee la cabeza, y en muchas ocasiones la reacción es de entornar los ojos, y pensar que lo único que quieren esos encuerados es un poco de emoción y de romper con la rutina.




VIDEO DEL DÍA


Por si el lector no me creía lo de Marina Abramovic:





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