lunes, 22 de diciembre de 2014

Cuando nos ponemos domingueros


Via TripAdvisor


Para Oscar, Alejandro, Silvia y Johnatan

¿A que es gratificante usar las palabras domingueras y apantallar al respetable? Claro que sí. Cualquier cosa que agrade al ego, nos dicen los científicos, es como comer una rebanada de pastel de tres leches, y hacer que los neurotransmisores del cerebro se inunden de dopamina. Y justo ahí me acabo de poner dominguero, así que permítame el lector un segundo, mientras disfruto mi pericazo lingüístico-encefálico.

Ahhh.

OK. Pero como todas las cosas, usar palabras domingueras tiene su cómo, su cuándo y su dónde. No vamos a decir “Escancia una copa más de las dádivas de Baco” si estamos jugando dominó en una cantina de mala muerte. Y si lo dices, es que definitivamente ya te escanciaron muchas y más bien deberías pedir un caldo de camarón, pero sin hacer referencias a Poseidón ni al Capitán Ahab, de preferencia.

Nos ponemos domingueros al dar una plática ante un salón de eruditos, o saludando a una delegación de altos dignatarios, claro. O sea, cuando queremos aparentar ser eruditos nosotros mismos. Y como no lo somos, la siguiente mejor alternativa es ser incomprensibles, al estilo de muchos filósofos franceses postmodernos. John Searle es un filósofo estadounidense, y según su opinión, el filósofo/superestrella francés Jacques Derrida es un oscurantista de lo peor, porque en sus escritos “es tan abstruso que no lo puedes entender, y si le dices que lo entendiste, te contesta que lo estás malinterpretando y que eres un bruto”. De esa manera maliciosa, siempre se desafana de las críticas. Michel Foucault, otro francés, explica con cierto embarazo que “en Francia necesitas ser un poco incomprensible al escribir; de otra forma la gente no te va a tomar como un pensador profundo”. Así que es un poco como la retórica pública en México, que es enfadosa heredera de las costumbres antiguas de la Madre Patria, en el sentido de que para todo tiene que ponerse la forma más rebuscada de decir una cosa. Nada de “agua” en un noticiero, eso es para facinerosos. Nosotros decimos “el vital líquido”. Agregar sílabas inútiles parece dar pátina de respetabilidad, y usar cuantas esdrújulas se pueda, es ser un académico.

Y ahí arriba por cierto usé cuatro esdrújulas en la última oración y me puse a hablar de filósofos postmodernos. Dominguerismo puro. Snob total. ¿O hipster? Ya no sé bien cómo son las clasificaciones de pedantería hoy en día. Igual que la música, todo lo vamos complicando con clasificaciones más y más especializadas ¿Qué no era blues, pop y rock? ¿Qué diablos es Acid House Techno Trip-Hop? Pero bueno, vayamos a otras ocasiones más relajadas donde se puede ser dominguero.

En el post anterior hablé de que había muchos juegos de mesa que me gustaba jugar en los 80s. Uno de ellos se llamaba “Disparates” y no sólo era ocasión idónea para ser dominguero, sino que ese era el punto central del juego. En cada ronda, se leía una palabra extraordinariamente rara, como “hoyanca” ó “vacabuey”, y cada jugador tenía que inventar una definición. Luego todas estas definiciones eran leídas –junto con la real– y había que votar por la que creía uno que fuera la verdadera. Así que entre más dominguero se pusiera, más posibilidades se tenía de que otros jugadores votaran por la propia definición, y así ganar puntos.

Claro que al principio había quién no entendía bien la importancia de ser ostentoso y formal en las definiciones, e inventaban cosas como “segunda versión del calipso” para la palabra “ilapso”. En realidad significa “éxtasis”, aunque hasta la fecha no me decido si lo del calipso fue una burrada monumental o una genialidad suprema; aunque me inclino más por la segunda porque más de 20 años después me sigue dando una risa incontrolable cada vez que pienso en ella, y por más que quiera no me puedo acordar de la definición que yo inventé.

Era un juego excelente, aunque teníamos la regla de la “chancla”. Como se imaginará el lector, era un juego que requería bastante concentración y creatividad, y no se podía jugar por horas; así que cuando veíamos que empezaban a aparecer muchas definiciones como “chancla precolombina” ó “pájaro de lindos colores”, era tiempo de pedir hamburguesas y hacer otra cosa. Por alguna razón, siempre empezaban a aparecer cosas precolombinas y pájaros lindos en las definiciones, cuando nos fatigábamos. ¿Herencia cultural? ¿Añoranza subliminal por nuestros ancestros? Ah, eso será un misterio para los antropólogos. Sería interesante ver a franceses jugándolo, y descubrir que cuando se cansan, empiezan a poner definiciones como “borceguí de la época de Luis XV”, ó “queso de fragante aroma”.

Pero como decía hace rato, hay ocasiones en las que no se puede ser rimbombante, y las consecuencias pueden ser desde drásticas (como en la cantina) hasta levemente desconcertantes. Y de éstas últimas voy a mencionar dos, porque son las graciosas.

Un día, o más bien una noche, estaba una pareja dormida en su cama. No, no estaba yo presente pero la anécdota nos la contó ese fin de semana él, y desde entonces es historia obligada en todas nuestras reuniones. El caso es que tenían una bebita recién nacida, y la mamá es editora de una revista. Ambas cosas parecen no tener relación, pero he aquí que la bebita empezó a llorar en mitad de la noche –como cualquier bebita que se precie– y la mamá le dijo a su marido, “Ve a ver por qué la niña está llorando con tanta vehemencia.”

El pobre, entre los lloridos de su niña y la alta retórica de su mujer, sólo pudo decir, “A ver, primero dime qué diablos es vehemencia.”

De plano.

La segunda anécdota es de mi mejor amigo, que en todas sus transacciones es infinitamente organizado, detallado y preciso. Seguramente si le pido ahora mismo que me muestre la factura de un tambor que se compró en 1984, no se debe de tardar más de 3 minutos en hallarlo. Y no, no es hipérbole. Y seguramente lo primero que me diría es que no fue en 1984, sino en 1985. En marzo 12.

Así que este organizadísimo y correcto amigo, estaba hablando con alguien por teléfono y le tenía que decir algunos datos importantes, así que se puso a deletrear la palabra para que no hubiera confusiones.

- “T” de Tito.
- Ajá.
- “R” de rojo.
- Sí.
- “A” de árbol.
- Sí.
- “B” de… um…de… ¡Bismuto!
- …
- ¿Escuchaste? “B” de Bismuto.

Quién sabe si esa mañana mi amigo confundió la Tabla Periódica con el periódico, o si acababa de leer el “Enriquezca su Vocabulario” del Selecciones de ese mes. A la mejor se encontró por casualidad una baraja del juego de Disparates. El caso es que la respuesta fue la que cualquiera daría:

- ¿Y Bismuto se escribe con B de Burro, o con V de Vaca?




VIDEO DEL DÍA


No hay video del día. Sólo quitarle la curiosidad:

HOYANCA es una fosa común.
VACABUEY es un árbol que crece en Cuba.




1 comentario:

  1. Buenísimo. A mi me sucedió que le dije a una vecina: "Ya estoy cansada de que los perros dejen sus miasmas en mi entrada " Y luego me platicaron que dijo :"No pensé que Doña Margarita usara ese lenguaje" Porque ella entendió miarda :)

    ResponderEliminar