Como dije una vez en otro post, mi abuela materna, que era una santa por
cierto, me enseñó a leer siendo muy chiquito, y esto tuvo muchas consecuencias
maravillosas en mi vida. También hubo otras consecuencias, un tanto menos
maravillosas, y una de ellas fue que en primero de primaria me aburría
muchísimo porque mientras que yo podía leer, la maestra Marina nos hacía hacer
planas de rayas y de bolas. Y aunque estaba enamorado de la maestra, eso no me
quitaba el aburrimiento, lo que causó que me cambiaran a segundo y de ahí en
adelante siempre fui no sólo un nerd, sino el más chico de la clase.
Ser nerd ya es de por sí invitación al bullying y si a eso le agregamos
ser un niño flaco y sin interés en el deporte, pues no pinta bien. Me salvaba
el hecho de que no era introvertido —porque ahí sí hubiera sido el
acabóse— pero sí que supe lo que era
que nadie me escogiera en el equipo, y que no pudiera comprar un dulce en la
tienda durante el recreo porque no podía abrirme paso entre la horda de niños.
Pero bueno, la verdad es que tampoco era para tanto; después de todo estaba
yo en una primaria marista así que las cosas no se ponían demasiado
cavernícolas. Y sí, estuve en una primaria católica donde nos llevaban a misa
cada semana y teníamos clase de Moral. Muchos amigos me han preguntado que cómo
terminé siendo un hereje, pero la cosa es que mis papás me metieron ahí después
de un largo debate. Mi papá definitivamente no era fan de los religiosos, pero
mi mamá lo convenció porque esa escuela tenía muy buena fama de nivel
educativo, así que mi papá se contentaba diciéndome, “Tú pon atención a las
matemáticas y lo que te digan esos curas no les hagas mucho caso.”
La verdad es que no tenía tanto de qué preocuparse. Sería que estaba
demasiado pequeño para comprender pero la verdad es que las misas me aburrían
indeciblemente; aún hoy creo que puedo dibujar de memoria el vitral completo de
la iglesia de la Purísima y recitar las letanías de la Virgen que están
escritas en el techo (no significaban nada para mí pero me gustaba cómo
sonaban), porque eso es lo que me pasaba viendo en vez de escuchar los
sermones.
El problema es que, siendo nerd con altas calificaciones, estaba sujeto
a otra situación que era mitad beneficio y mitad hostigamiento: los profesores
siempre escogían a los promedios más altos para algún honor, como ser
monaguillo.
Sí, fui monaguillo. En DOS ocasiones. La primera fue en la capilla de la
escuela y realmente estaba más de adorno porque casi todo el trabajo lo hizo
otro compañero, pero la segunda fue en una misa formal en la iglesia, y fue mi
última: sí me había aprendido bien las instrucciones de llevar la copa y sonar
la campana, pero definitivamente me había vuelto a aburrir y estaba viendo de
nuevo lo de Trono de Sabiduría, Torre de Marfil, Rosa Mística… cuando el
sacerdote estaba en plena consagración de la hostia. Sobra decir que el
monaguillo auxiliar me dio un zopapo, el cura me echó unas miradas más bien
diabólicas, y yo me puse a sonar la campana como si estuviera vendiendo helados
en la calle. Después de eso los hermanos decidieron que esto de ser monaguillo
no era para mí.
Pero la estampa definitiva vino más tarde.
Un día cualquiera, el temible Coordinador llegó al salón de clase a
preguntar por mí y a llevarme a la oficina del Director. Yo iba lívido, por
supuesto, porque eso no podían ser más que malas noticias. Pero al llegar,
ambos muy contentos me avisaron que había sido escogido, junto con los otros
dos promedios más altos de la escuela, para irnos de ‘vacaciones’ cinco días,
con diez en todas las clases por default. Me explicaron algo más pero yo sólo
recordé lo de las vacaciones al explicárselo a mis papás, que desde luego
hablaron a la escuela a saber de qué se trataba eso.
Lo que era en realidad era un Retiro Cristiano, a donde iban a asistir
200 niños igual de devotos, de todo el país. Claro que iba a haber piscina y
juegos y todo eso, pero a mi papá nomás no lo convencía eso de estar rezando
todas las noches. Pero al final por supuesto que mi mamá lo convenció.
El Retiro era una maravilla y en verdad eran vacaciones en un rancho, y
no me molestaban los rezos porque me la pasaba igual de distraído que en misa,
así que, misma cosa. Lo que sí me tenía aterrorizado desde el primer día era la
hora de comer: desayuno, comida y cena eran servidos en una especie de
cafetería al aire libre. El problema es que el método era sonar la campana y
esperar la estampida de niños que llegaban a hacer cola. Estampida que yo, por
supuesto, NUNCA podía vencer y terminaba invariablemente al final de la cola,
llegando por la comida fría. Al cuarto día esto me tenía realmente mortificado
y aún yo que era un flacucho y comía poco, estaba muriéndome de hambre, así que
ese día estuve jugando toda la mañana cerquita de la cafetería, con un ojo a la
campana y otro a los juegos.
Finalmente sonó la campana y de acuerdo a mi plan, corrí como desaforado
la poca distancia que me separaba de las bandejas. Contentísimo, era el segundo
en la cola.
Hasta que me dieron una lección de Biblia en el momento más inoportuno.
Ya estaba formada la cola entera, cuando llegó uno de los profesores y
nos dijo a todos, “Hoy vamos a aprender una lección muy importante. Mateo 20:16
nos dice, ‘Los últimos serán los primeros’, así que para ejemplificarlo, todos
van a cambiar de posición en la cola.”
What. WHAT.
No podía creer lo que estaba oyendo. En la única ocasión de mi infancia
que recuerdo haber hecho un desplante semejante y en público, pensé “qué Mateo
ni qué ocho cuartos”, enojadísimo aventé la bandeja al suelo y me fui a sentar
en una mesa.
Se le ha de haber bajado la sangre a los pies al profe, porque ese tipo
de cosa termina oyéndola todo mundo —en especial los papás— así que fue a mi
mesa y me dijo que podía ir a servirme ya. Yo rehusé y le dije que no iba a
comer, así que él mismo fue por comida que me llevó a la mesa. No la toqué por
más ruegos que me hizo. Sobra decir que mi reputación subió como la espuma, por
esas cosas raras de desafiar a la autoridad en público. Pero esa no era ni
remotamente mi intención, simplemente me pareció una arbitrariedad increíble,
perpetrada en mi estómago vacío.
Definitivamente no voy a decir que eso fue un punto de cambio en mi vida
ni mucho menos. Fue el coraje de un niño. Pero cuando llegué a casa y conté el
episodio, mi papá estaba encantado y no se le quitó la sonrisa en todo el día.
VIDEO DEL DÍA
Changes, Changes es un libro
infantil de 1971 de la autora inglesa Pat Hutchins. Ha escrito casi 50 libros
breves para niños pequeños (de 1968 a 2007), y varios de ellos han sido
animados, pero de entre todos, ‘Changes’ me parece especialmente genial:
Hay berrinches que valen la pena.
ResponderEliminarQue buena anecdota, me hiciste la tarde... Saludos.
ResponderEliminarexcelente relato
ResponderEliminarImagínate que mas tarde hubieran salido con Lucas 6:29, jajaja te mueres!!
ResponderEliminarJajajaja... buen relato de una de tus pato acenturas
ResponderEliminarBuenísimo tu relato. Tuve coincidencias con tu historia!!!!!!
ResponderEliminar"Muchos de los primeros serán los últimos, y muchos de los últimos serán los primeros". Para empezar no son todos.
ResponderEliminarBuenísima anécdota y de ahí cambió todo en tu vida, pero siempre yo en la comunión soy la última, en filas doy mi lugar y me quedo al ultimo, funciona para mi, todos me somdrien, me respetan y tambien recibo muchas palabras bonitas
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