Los chinos para todo tienen un refrán o un cuento, y para referirse a nuevos ricos y a personas dispendiosas hay un montón. Veamos dos de ellos:
El refrán 世禄侈富车驾肥轻 (Shì lù chǐ fù, chē jià féi qīng) proviene del Libro de las Mil Palabras, un texto poético del s. V EC, escrito por Zhou Xingsi. Literalmente quiere decir “riquezas extravagantes, carruajes y gordos caballos” y se refiere a la forma en que las personas presumen con desverguenza sus riquezas.
Pero veamos un cuento bien conocido, que ejemplifica la vulgaridad de estas presunciones:
Wang Kai (王恺) y Shi Chong (石崇) eran dos personajes notables durante la Dinastía Jin. Mientras que Wang era un oficial de la corte y tenía un rango más alto, Shi era un comerciante extremadamente adinerado y con contactos importantes en las altas esferas de la sociedad. Ambos hombres se tenían una gran aversión y estaban enfrascados en una constante y extravagante competencia por eclipsar al otro ante sus conocidos.
En una ocasión, Shi Chong escuchó que en casa de Wang Kai usaban azúcar para limpiar bien los tazones y los utensilios de cocina, de modo que a partir de entonces ordenó que en su casa no se usara azúcar, sino grano de arroz para hacer lo mismo. Y aún más, ordenó que en vez de usar el fuego normal para cocinar, que los cocineros usaran ¡cuantas velas fueran necesarias!
En otra oportunidad, Wang Kai salió con varios familiares a pasear por las calles de la ciudad y para protegerse del viento que soplaba, mandó que sus sirvientes extendieran a ambos costados de todo su recorrido rollos y rollos de seda púrpura. Shi Chong vio esto y a los pocos días organizó un paseo más largo con su propia familia, pero ordenando que extendieran no seda, sino los brocados más caros que pudieran conseguirse.
Para superar este reto, Wang Kai organizó un fastuoso banquete en su residencia, al que invitó a toda la nobleza. Después de un rato de departir y ofrecer los platos y las bebidas más finas, dijo a sus huéspedes, “Quiero mostrarles ahora una rara gema”, con lo que hizo traer al salón un magnífico coral rojo de dos pies de alto, que inmediatamente causó admiración entre los conocedores presentes, tal era su brillantez y su forma.
Al verlo, Shi Chong tomó una piedra y la arrojó contra la frágil gema, que se hizo pedazos en el acto. Wang Kai estaba furioso y no daba crédito a lo que veía, pero Shi Chong le dijo, “Oh, ¿te acongoja perder esa cosa? ¡Permíteme compensarte!” A los pocos minutos, sus sirvientes aparecieron trayendo una docena de corales rojos, algunos de ellos de hasta cuatro pies de altura.
Los presentes se quedaron sin ninguna duda de quién de los dos era el más adinerado, pero también se quedaron atónitos ante tanta desverguenza, falta de clase y despilfarro sin sentido.