lunes, 9 de junio de 2025

Una inteligencia artificial y un cómic malhablado


Imágenes de DC Comics
 

Volvemos con la más reciente alucinación de una IA que, como en el caso pasado de no saber una cita de Shakespeare, es cometida por Gemini.

Decíamos que Google ha instaurado la pésima idea de dar una respuesta de su IA como primer resultado de una búsqueda, aún sabiendo de la cantidad de errores que cometen.

Y de nuevo, no estamos hablando de errores para procesar un problema razonado truculento ni un problema matemático raro: errores en búsquedas simples que su buscador tradicional resuelve perfectamente. En chino, se le dice a esto “dibujarle patas a una víbora” o lo que conocemos como “no arregles lo que no está roto”.

Aquí está la barrabasada:

Si mi lector no es fan de los cómics, permítame explicarle:

La búsqueda fue “Lobo bastich”. Este es Lobo, un personaje de DC, que es un cazarecompensas interplanetario que es extremadamente violento:

La palabra “bastich” es una expresión muy de él, un insulto que usa seguido y que es mezcla de “bastard” y “bitch”. De hecho, la búsqueda normal de Google (la respuesta de abajo) lo explica correctamente.

Por otro lado, la respuesta de Gemini no sólo es incorrecta sino que ni siquiera tiene sentido. Por alguna razón se pone a decir que “bastich” es una representación equivocada o incluso una variación de la palabra “lobo”, o sea que ni siquiera hace la relación con el personaje de DC, como sí lo hace de inmediato la búsqueda normal.

Ya hemos visto anteriormente que estas alucinaciones se pueden deber a una multiplicaidad de causas, desde datos de entrenamiento contaminados ó demasiado comprimidos, hasta ponderaciones de palabras que fallan en casos que requieren de mucho contexto por usar palabras polisémicas (en este caso “lobo”).

Hace un par de días salió un artículo que ha causado revuelo, publicado por los laboratorios de IA de Apple. Se llama The Illusion of Thinking y es bastante técnico, pero en pocas palabras hace un estudio de los límites de lo que llamamos en ciencias computacionales “modelos de racioncinio” (término bastante mal usado). Concluye que las actuales IAs que usan modelos de lenguaje grandes (LLM) no pueden llegar a un proceso de raciocinio como lo entendemos: el deducir cosas a partir de primeros principios. ¿Por qué? Pues porque están creados con (muchísimos) datos de entrenamiento y son buenísimos para reconocer patrones y predecir texto que va de acuerdo a tales patrones, pero...

Sin razonamiento real ni entendimiento real de los contextos (en este caso, la ambiguedad de la palabra “lobo”) es inevitable que sigan teniendo alucinaciones incluso en preguntas muy sencillas.

Así que, por el momento esperemos que más resultados como éste puedan atemperar el hype desbocado que rodea a las IAs en nuestros días, y con un mejor entendimiento podamos moderar nuestras expectativas y claro, identificar las áreas donde realmente son más útiles.




domingo, 8 de junio de 2025

Las modernas luciérnagas de Che Yin

 


En Occidente, quien haya terminado una carrera universitaria, sabe que el proceso educativo se va haciendo más difícil a medida que se avanza por primaria, secundaria, preparatoria y universidad. Esto parece obvio y lógico. Pero hay muchas cosas que tenemos que des-aprender cuando hablamos de China. El sistema educativo chino es bastante más pesado que el occidental en primaria, en secundaria es impresionantemente difícil, y la preparatoria hace llorar a un soldado. La universidad es un descanso.

Recientemente el gobierno chino ha presentado algunas reformas a su sistema educativo para aminorar la carga de los niños, en especial en primaria. Una de esas iniciativas propone que las escuelas no encarguen tarea sino hasta llegar a cuarto año, pues saben que los padres chinos por lo general enrolan a sus niños en una gran variedad de actividades extraescolares –inglés, matemáticas, historia– para darles un extra de oportunidades en la increíblemente competitiva sociedad china.

Pero estas reformas van poco a poco. Grosso modo, la secundaria (grados 7 a 9) y la preparatoria (10 a 12) tienen cargas de trabajo y niveles de estudio que en Occidente nos parecerían inimaginables. El sistema sigue siendo muy tradicional, con mucho énfasis en memorización, o bien en física y matemáticas, en el aprendizaje de técnicas preestablecidas para la resolución de problemas. Esto hace que los estudiantes chinos sean mundialmente famosos por sus habilidades en estas áreas cuando van a escuelas extranjeras, porque están acostumbrados a aprenderse de memoria la Biblia en verso y resolver problemas técnicos muy complicados con la aplicación de técnicas practicadas mil veces. Así que por ese lado es muy efectiva, pero como se ha criticado por siglos –desde dentro y desde fuera–, deja muy poco espacio a la improvisación y la creatividad. Ser un genio en China es entonces doblemente difícil, pues no sólo hay que lidiar con la incomprensión típica que conlleva, sino navegar en un sistema extraordinariamente rígido. Yo creo que por eso era algo de esperarse de un genio en la China clásica, que fuera un borracho o por lo menos un excéntrico incorregible.

Yo viví por más de un año en una secundaria y preparatoria china y vi la rutina diaria. Aunque no es la generalidad, ya que era una escuela tipo internado, en la que los alumnos sólo tenían los domingos libres, sí representa la actitud general del sistema y de la carga de trabajo.

El día empezaba a las 5:45 am, cuando los altavoces nos despertaban a maestros y alumnos con una canción que me aprendí de memoria y tardé varios años en sacarme de la cabeza. Con esa diana, bajábamos todos al campo deportivo –que era un campo de futbol rodeado de una pista olímpica– para hacer calentamiento, estirarse y correr dos kilómetros y medio. Con escarcha o nieve, ahí estábamos todos de 6:00 a 6:30 dándole vueltas al campo y gritando lo más fuerte que podíamos: “yi, er, san, si… yi-er, san-si!” (Uno, dos, tres, cuatro… un-dos, tres-cuatro).

Desde un principio me habían dicho que esto no era requerimiento para mí, pero me parecía poco solidario estar tapado y calientito una hora más, mientras toda la escuela se moría de frío ahí en el campo, así que lo hice siempre con ellos.

Después de correr, los estudiantes se iban media hora a sus salones a leer sus libros de inglés, mientras los profesores íbamos a lavarnos la cara o por lo menos a descansar un poco, mientras se servía el desayuno en las cafeterías, exactamente a las 7.00.

Las clases empezaban a las 8:00, y yo tenía horario completo diario, corriendo de salón a salón hasta las 11:30, y en la tarde de 1:30 a 4:30. Era algo brutal, porque cuando no estaba en clase, estaba en la oficina de profesores de inglés, y como era el único extranjero –no sólo en la escuela, sino a 200 kilómetros a la redonda– mis alumnos me buscaban durante todo el tiempo libre que tenía: a preguntarme dudas, practicar sus habilidades de conversación, invitarme a sus prácticas de la banda musical, enseñarme a cocinar baozis, ó a subir al observatorio (sí, teníamos observatorio en la escuela).

Pero mi carga de trabajo, que en México hubiera sido salvaje, era irrisoria comparada con la de mis alumnos. Además de las clases, tenían una sesión más de acondicionamiento físico a las 4:30, antes de la cena a las 5:30. Luego tenían un breve periodo de descanso entre 6:00 y 7:00 de la tarde –que muchos aprovechaban para jugar de nuevo al basquetbol o bádminton a donde, por supuesto, siempre me invitaban– y luego era irse de nuevo a sus salones de clase desde las 7 hasta las 9, para hacer tareas.

A las 9 en punto, sonaba la última diana del día, para que los alumnos se retiraran a sus dormitorios. Ahora bien, el edificio de profesores donde yo vivía estaba justo frente a uno de los dormitorios de estudiantes, pero la diferencia es que en los de ellos, las luces se apagaban a las 9:30, mientras que nosotros teníamos luz toda la noche.

Ahí desde mi cuarto, noche tras noche vi la misma escena a través de mi ventana, mientras tomaba un descanso de mis libros de chino y me preparaba un té de crisantemo: las “luciérnagas de Che Yin”.

Che Yin vivió durante la Dinastía Jin (265-420), y se dice que desde muy pequeño mostraba un gran amor por el estudio y la lectura, pero su familia era muy pobre y eso significaba que durante todo el día debía ayudar en las labores del campo. Cuando finalmente tenía tiempo libre, iba ansioso a su cuarto a leer los libros que su padre podía conseguir para él, pero siendo tan pobres debían escatimar en el uso del aceite para las lámparas, así que tras un tiempo muy corto debía apagar la luz y dejar de leer. De esta forma, el pequeño Che Yin se pasaba las noches viendo a través de su ventana y deseando que la luna llena llegara en una noche despejada, para poder leer tan sólo unas cuantas páginas más. Una noche de verano, el niño vio una gran cantidad de luciérnagas volando entre los árboles, encendiendo y apagando sus luces. Esto le dio una gran idea, por lo que de inmediato tomó una vieja red y se dirigió al jardín. Tras un rato de correr de un lado a otro, Che Yin capturó diez luciérnagas, que puso en una pequeña bolsa de tela tan desgastada que era ya casi transparente. Regresando emocionado a su cuarto, colgó la bolsa de una vara que sujetó a la mesa donde solía estudiar, y con alegría comprobó que la luz que emitían las luciérnagas era más que suficiente para abrir sus libros y leer durante la noche. A partir de ese día, Che Yin hizo de esto una rutina: cada día al terminar sus tareas en el campo, iba a capturar una docena de luciérnagas y se pasaba varias horas estudiando en la noche. Cuando creció, llegó a convertirse en un erudito renombrado y logró obtener un cargo oficial.

Frente a mi cuarto, en el dormitorio de estudiantes, vi cada noche esas luciérnagas: las pequeñas  linternas eléctricas que los estudiantes usaban para seguir leyendo bajo sus cobijas; adelantando alguna lección, practicando su inglés, leyendo un capítulo más del Sueño de las Mansiones Rojas. El espectáculo nunca dejó de fascinarme, enternecerme y quitarme el sueño, y es quizá una de las cosas más hermosas que he visto en China. Muchas veces me quedé despierto con ellos, con mis libros de chino abiertos sobre mi escritorio; acompañándolos hasta que la última luciérnaga se apagaba.


miércoles, 16 de abril de 2025

Las abuelas siguen bailando

 

BBC

 

En marzo de 2015 se hizo viral la noticia de que el gobierno chino estaba por restringir en sus actividades a las famosas “dancing grannies”, o abuelas bailadoras, que invaden las plazas públicas del país todos los días. Medios como el Christian Science Monitor pusieron encabezados ominosos como “El gobierno chino les advierte a las abuelas que marquen el paso y mantengan silencio”. Finalmente, la cosa no pasó de ser una noticia como otras muchas, sacada fuera de proporción por medios que gustan del escándalo; pero dentro de este fenómeno hay mucho que apreciar en el detalle. Vamos por partes.

Las abuelas bailadoras (大妈; dàmā) en efecto se han adueñado de las plazas públicas en años recientes, con su popular práctica de “baile de plaza” (广场跳舞; guǎngchǎng tiàowǔ), que es simplemente bailar coreografías al ritmo de diferentes piezas musicales, como ejercicio. Las mujeres llegan con un equipo de sonido y siguen la coreografía que la bailadora principal establece, cambiándola cada mes ó dos meses, para mantener el interés. Las participantes, que algunos estimados ubican en alrededor de 100 millones en todo el país, no son solamente “abuelas”, aunque ciertamente son su mayoría. Hoy mismo se puede ver a mujeres jóvenes y a hombres acompañándolas en sus bailes. Normalmente lo hacen temprano en la mañana o bien entre 7 y 9 de la noche.

Los lugares públicos que escogen son muchas veces las plazas principales, pero también usan plazas más pequeñas ubicadas en zonas residenciales, y como algunos vecinos han protestado por el ruido, los medios no resistieron la tentación de tomar algunas agresiones aisladas y hacerlas virales; esto sucede por lo menos desde 2013. Pero en general, las abuelas y sus bailes son muy populares y yo en 17 años nunca he visto un incidente con ellas. Se estará preguntando mi lector si alguna vez me he puesto a bailar con ellas; la respuesta es, ¡por supuesto! Y agregando: no crea que lo que bailan es fácil de seguir ni poca cosa de ejercicio. Estas abuelas tienen mucha condición.

¿De dónde viene todo esto?

Ciertamente no es algo que salió del vacío, sino una variación de una práctica mucho más antigua: el gusto por el ocio público de la gente mayor. En cualquier novela clásica china podemos encontrar innumerables ejemplos de tal esparcimiento: el salir a caminar por los jardines mientras se discute de poesía, el contemplar la luna con una jarra de vino, el salir a cualquier lado que no sea la propia casa para jugar ajedrez o apuestas sencillas con amigos. Esto, por supuesto, no es particular de la gente mayor, pero les es especialmente caro por la antiquísima tradición de “respeto a las canas” que ya he tratado antes. Es una máxima milenaria que “Un hombre joven no debía quedarse sin hacer nada si veía a un hombre de cabello blanco llevar una carga pesada sobre sus hombros” y sobre todo, la idea de que en una nación próspera, “no se ve por los caminos a un anciano llevando bultos en la espalda”. Entonces sigue que una de las manifestaciones más visibles de prosperidad en un país, es ver a los ancianos esparciéndose a sus anchas en las plazas públicas. Por milenios estas actividades han incluido el reunirse a cantar ópera tradicional (京剧, Jīngjù que es la de Beijing y 越剧, Yuejù que es la de Shaoxing); llevar a los nietos a jugar mientras ellos mismos juegan o apuestan con sus vecinos, practicar ejercicios de taichí () y qigong (), o la mencionada poesía y la apreciación de paisajes.

Sobra decir que en las últimas décadas, con la cada vez más visible prosperidad de la clase media, la gente mayor ha salido en masa a las calles y sus actividades se han ampliado por el acceso generalizado a nuevas opciones. Una práctica que se ha hecho popular también es la “caligrafía de suelo” (地书; dì shū), que es el tomar un pincel gigante y una cubeta de agua y ponerse a escribir poesía en la calle:

 


Para los sedentarios, los juegos clásicos como el dominó chino (; májiàng) se han juntado con los juegos de baraja occidentales, pero para la gente ávida de mantener la salud a edad avanzada, las artes marciales se han enfrentado a la inusitada competencia del baile en coreografía, y aquí es donde han entrado a escena las abuelas bailadoras. La práctica ha creado una verdadera locura (en el buen sentido) por todo el país y se estima que han creado una industria que vale miles de millones de dólares y que incluye ropa especial, accesorios como banderas, abanicos y cintos de seda… ¡y tecnología de punta!

Sí, no sólo hay fabricantes que ofrecen equipos de sonido especiales para las abuelas, que son más potentes y ligeros, sino que varias empresas digitales han creado aplicaciones para los teléfonos celulares en donde se pueden descargar canciones nuevas y compartir coreografías.

Hay dos cosas más que resultan de interés en este fenómeno: primeramente, el cómo concluyó la famosa nota del 2015 del intento del gobierno por “regular y restringir” a las abuelas. En realidad la noticia estuvo basada en una iniciativa bastante torpe de algún oficial de gobierno de esos que no tienen nada mejor qué hacer, pero lo que sí fue cierto también es que al enterarse de la idea, las abuelas reaccionaron con enfado mayúsculo y la propuesta fue discretamente retirada.

Uno no se pone a desafiar a una mujer mayor en China. Ni hoy ni antes.

Cierto que como muchas otras naciones, China tuvo un pasado altamente restrictivo para las mujeres y en 1927 Mao Tse-tung denunciaba su opresión y la necesidad de liberarlas de las “ataduras del patriarcado”. Pero por otro lado, mientras el hombre dominaba la vida pública, este dominio no se extendía a la vida doméstica: la literatura china desde los tiempos más antiguos da cuenta del poder de la esposa y sobre todo de la madre o la suegra sobre la disposición del hogar. Mencio (孟子; Mèngzi), el famoso erudito confuciano es un ejemplo del poder de la madre y las incontables historias de hijos filiales dan cuenta de esta realidad. El investigador Pedro Ceinos relata con detalle la importancia del matriarcado en China en su excelente texto El Matriarcado en China: Madres, reinas, diosas y chamanes.

Quizá el ejemplo más famoso está en una de las “cuatro novelas clásicas” chinas: El Sueño de las Mansiones Rojas (红楼; Hónglóu Mèng), donde una extensa familia aristocrática es obviamente presidida por La Abuela Jia (賈母; Jiǎ Mǔ), quien tiene la última palabra en todos los asuntos domésticos y cuya autoridad no se puede poner en duda.

Finalmente, otra curiosidad acerca de las abuelas bailadoras es su criterio para elegir su música: es mucho más ecléctico y permisivo que lo que alguien podría imaginar. Sus coreografías no son nada tradicionales, esto es, no siguen pasos de bailes clásicos chinos, sino que son activos y modernos. Diseñados para moverse lo más posible, sus selecciones son canciones modernas tanto chinas como extranjeras, sin importar si las letras son escandalosas, románticas o de cualquier otro tipo.

 

Las abuelas quieren bailar y bailar bien. Para que el lector se dé una idea, le comparto aquí una muestra de las canciones que he visto bailar a las abuelas de mi plaza, que por cierto comparten con grupos de taichí, de niños patinando y de profesores de percusiones, todos los días de la semana. Es realmente una gozada:

Shirley Ellis, The Clapping Song (1965)

John Denver, Country Boy (1974)

Laura Branigan, Self Control (1984)

The B52’s, Love Shack (1988)

Bon Jovi, It’s my life (2000)

Elena Gheorghe, Mamma mia, he’s italiano (2014)

Álvaro Estrella, Bedroom (2014)

Bishop Briggs, River (2016)

Álvaro Soler, Sofía (2016)