Nadie
encuentra sentido en esto y sin embargo es terriblemente hermoso.
Aunque
agradezco tus consejos, padre, no intentes disuadirme.
Ve a
donde sea tu destino, si lo único que deseabas era salir y regresar.
Mas no
dejes que tu mirada me siga, no deseo ofrecer una tragedia como amarga corona
de tu sueño.
Es tan
sólo por esta hermosura terrible que vale la pena subir.
Me
viste... ¿por qué?
Te
empeñaste en verme... ¿qué fue lo que viste? Una caída.
Ya jamás
te podré decir tanta hermosura.
Polvo al
polvo.
No te
martirices: volveremos al laberinto, tú y yo. Nos perderemos y soñarás de nuevo.
Quizá entonces te pueda convencer de que me sigas y nos abrazaremos antes de
partir, partir solos. Te diré: padre, ven, toma mi mano. Sí, tómala. ¡Por esa
belleza inefable!
Y subiré
aunque el
sol queme mis alas.
- Telares, 10:8.
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