viernes, 31 de octubre de 2014

Cuando la Pantera Rosa anunciaba Tecate



Eso del “Product Placement” no es nada nuevo. Las cerveceras, fabricantes de ropa, dulceras y todo tipo de empresas han usado las películas desde siempre para anunciarse. ET es famosa porque disparó las ventas de unos dulces llamados Resses Pieces; I, Robot fue un anuncio de hora y media de los tenis Converse; Twister hizo que Pepsi derrotara a un tornado mortal; y Apple paga una lana para que Raj se enamore de Siri en The Big Bang Theory.

Y para que la región 4 no se quede atrás, hasta la cerveza Sol salió de fondo durante la pelea entre Neo y el Agente Smith, en la genial Matrix, que por cierto sólo tuvo una película. ¿Alguien dice que hubo más películas? No oigo no oigo blablablabla:


El caso es que anunciar cosas en películas es tan viejo como las mismas películas. Georges Melies, el genial francés que revolucionó la narrativa del cine a principios del s. XX; aprovechó una de sus películas para anunciar la champaña Mercier en 1901:


Así que no nos vamos a soprender a estas alturas. Aunque… bueno sí, sí nos vamos a sorprender porque no me había dado cuenta que La Pantera Rosa anunciaba cerveza mexicana en los sesentas. En el episodio Bully For Pink (1965), por alguna razón la Pantera se quiere convertir en matador, porque claro que eso es algo que se le puede ocurrir. Durante un rato parece que le va bien:


Pero como no es muy ducho termina esquivando al toro más como payaso de rodeo que como otra cosa:


Pero lo interesante es que en un par de ocasiones podemos ver los anuncios en la plaza de toros, que no son nada menos que de:


¿Et tu, Pantera?  No puede ser. Mejor voy a echarle la culpa a los animadores que seguramente estaban en un viaje ácido y ponían lo primero que se les ocurría, como la ciudad de ‘Colexico’ y un tal ‘Pepe Mandoza’ entre los pósters, e incluyendo ponerle un sonido de elefante al toro. Después de todo, eran los sesentas, ¿quién hacía cosas sobrio?:




jueves, 30 de octubre de 2014

Sin tiento un tonto




Sin tiento, un tonto no calla tanto;
no halla que falla y cae si descuella.
Se mofa de rienda, de freno y de valla;
no enmienda y así es que acaba con llanto.



Sintiendo tanto, peca de tonto;
el alma da, y la mella y la encalla.
Aleja la calma y la fe con metralla,
se pierde en afrentas y no vuelve pronto.





VIDEO DEL DÍA


Ten Thousand Days es un corto hecho en Nueva Zelanda. Es muy difícil de describir, así que lo dejo aquí sin más comentario que este: muestra el extraño humor del absurdo.





lunes, 27 de octubre de 2014

Cuarenta y cinco




¿Sabe que hoy, 28 de octubre, cumple años Bill Gates? ¡Y Julia Roberts, y Jonas Salk, y Mahmoud Ahmadinejad!

Wow, esta información de plano son malas noticias para entusiastas del Zodiaco. Y más porque yo también me incluyo en la lista y ni aparezco en el Forbes100 ni me río conquistadoramente, ni he inventado vacunas ni tengo programas para enriquecer uranio que podría o no usarse de mala manera algún día.

Aunque quién sabe, igual es porque Bill Gates tiene a Júpiter en Sagitario, no como yo que creo que Marte ronda a Venus y no se pone de acuerdo con ella, porque ya sabemos que los hombres y las mujeres vienen de esos dos planetas, o algo así. No le puse mucha atención a ese libro tampoco.

Pero me parece que estoy en buena compañía, porque también comparto cumpleaños con Charlie Daniels, que canta una de las mejores canciones country de la historia: The Devil Went Down to Georgia. Así que con todos esos compañeros de santo, no me importa que también se haya colado por ahí Eros Ramazzotti.

Y bueno, tengo que tomarme un momento para ver que el número al que he llegado no es cualquier número: nada menos que 45 vueltas he dado alrededor del Sol, que no es poca cosa. ¡Ni Jesús vivió tanto! Aunque bueno hay algunos que dicen que sí, y que luego se fue con María Magdalena and they lived happily ever after, pero bueno si me quiero poner trascendente, el 45 es un número de importancia hasta en la Biblia. Aquí está Génesis 18:26-28:

“Entonces el Señor dijo: Si hallo en Sodoma cincuenta justos dentro de la ciudad, perdonaré a todo el lugar por consideración a ellos. Y Abraham respondió y dijo: He aquí, ahora me he atrevido a hablar al Señor, yo que soy polvo y ceniza. Tal vez falten cinco para los cincuenta justos, ¿destruirás por los cinco a toda la ciudad? Y Él respondió: No la destruiré si hallo allí cuarenta y cinco.”

Ehhhh qué tal. Con 45 se hubieran salvado. Bueno lo malo fue que luego no encontraron a nadie, pero eso no importa, el caso es que el número ahí está. Y para que no me vayan a decir que me estoy poniendo sacrílego, mejor digo que Fortyfive es además el nombre de una empresa japonesa que hace juegos para el SEGA! 

Cri cri… cri cri…

Um, … y el 45 es también… um… 5 años después de que el protagonista de una canción de José José anduviera de asaltacunas, y 5 años antes de llegar a 50. Y es el porcentaje de rusos que creen que el mundo es controlado por conspiraciones.

OK, bueno pues resulta que el 45 no es muy cabalístico que digamos, pero no importa. Son nueve lustros, la década 4.5 para que suene como software, 8 años de perro, 24 años si viviera en Marte, año y medio si viviera en Saturno; son sólo números para jugar. No tengo crisis de los 40 ni morning blues, la osamenta no necesita hojalateada y la mollera sigue funcionando de forma razonable.

Todo va bien. Son las 8 y sereno, y al rato ceno cabrito.  


sábado, 25 de octubre de 2014

Mi leve dislexia. Un Manifiesto de Rebeldía.




Bueno le pongo dislexia aunque de hecho es dislalia, pero la primera suena mejor como título. “Mi leve dislalia” me suena como a cuento romántico que tiene a un protagonista enamorado de una chica con un nombre sacado del diccionario en vez del santoral. ¿No me cree? Seguro ha de haber por ahí alguna Dislalia Rodríguez, y por eso en otro artículo le rogué encarecidamente al lector que no le fuera a poner a su hija recién nacida Pirita, ni Pareidolia ni Apofenia, como dicen las leyendas urbanas que otros le han puesto a sus niños Anivdelarev ó Masiosare (Rodríguez).

Personalmente los nombres más estrambóticos que he oído son de los hermanos Fieltro y Acero, que a decir de mi hermana que fue la que de hecho los conoció en la escuela eran hijos de un ingeniero en materiales, bastante entusiasta de su profesión. La verdad es que no sé cómo habrá convencido a su mujer. Luego están los nombres antiguos que hoy nos parecen graciosos, como Maclovia o Tiburcio, pero esos no sufren de más desventaja que ser anacrónicos, no son salvajadas como ponerle Batman al niño. Recuerdo que cuando estaba en la universidad tenía un compañero de clase que se llamaba Fortunato y que fue el protagonista de una anécdota que todavía contamos. Hubo un semestre en que ambos participábamos en una obra de teatro musical, yo como guitarrista y él como actor o bailarín o ambos, no me acuerdo bien; pero la cosa es que como la representación era una historia de la Francia del s. XVIII, tenía él que estar vestido y maquillado a la usanza, mientras que los músicos veíamos todo cómodamente desde un foso en el proscenio, y una que otra vez de hecho veíamos las cosas más que cómodos, a través de un velo etílico, lo cual por supuesto estaba bastante prohibido. ¿Cómo diablos metíamos botellas de alcohol a la función, me pregunta el lector? Pues no era mucho problema la verdad: entraba alguien cargando el estuche de mi guitarra y saludando al guardia; y luego entraba yo más tarde, cargando mi guitarra en la mano. Qué David Copperfield ni qué Narcotúneles.

Pero bueno, Fortunato le había echado el ojo a una de las bailarinas, y en un descanso había aprovechado para acercarse y presentarse con ella. La conversación creo que iba muy bien encaminada y hay que imaginarse al galán en esa postura conquistadora estilo James Dean, sólo que vestido de encajes, con un lunar pintado en el cachete y con una peluca de juez hasta que ella le dijo, “¿Y cómo me dijiste que te llamas?” A lo que él respondió,  “Fortunato”. Y en el mejor caso de respuesta matapasiones que he visto, ella dijo, “Jajaja no, pero cómo te llamas tú, no en la obra.”

Realmente no me acuerdo qué pasó después porque la anécdota siempre la contamos hasta ahí, pero por el bien mental retroactivo de ambos, espero que en ese momento el director haya concluido el descanso y llamado a todos a escena.

Pero decía yo de mi dislexia que es dislalia. Y que es leve pero graciosa, como bien saben los amantes de los juegos de palabras: pocas cosas hay tan graciosas como jugar con equívocos. Aunque estos no son equívocos sino más bien cosas que un niño pequeño siempre hace cuando aún no puede aprender a pronunciar bien ciertas cosas. Por ejemplo, una palabra exclusiva que tenemos en mi familia y que descubro aquí por primera vez en la historia para jocosidad de propios y extraños, es la multiacentuada y multicontraída “Pa’llá-y-pa’cá-palo”.

Debo de haber intentado decir “parabrisas” unas cien veces, antes de decidir que esa serie de fonemas de plano no eran para mí, y poner en su lugar esa construcción maravillosamente creativa que como otras varias, pasaron a ser parte del léxico familiar. Pero eso será tema para otra ocasión, porque eso tampoco es dislalia. Ni dislexia. Algún nombre horrible seguro ha de tener, porque siempre le queremos poner nombre a todo, pero mi abuela decía que todas esas cosas se componían haciendo gárgaras de cascajo.

El asunto, por fin, es que había palabras que simplemente no me sonaban bien como me decían que debían de ser, así que yo las decía siguiendo mis propias convicciones. Por ejemplo, Guadalajara. ¿Qué tiene de malo Guadalajara? Pues hoy mismo no lo sé, pero en aquél entonces sabía que no podía pronunciarse así y la decía como “Gualadajara”, o sea con la L y la D intercambiadas.

Pronúncielas ambas el lector y dígame si aquel niño estaba equivocado.

Así que mi dislalia era más bien una dislalia rebelde, viéndola bien. Una cosa consciente. Por ejemplo, otra palabra era Tigre, que cuando primero la vi escrita y me dijeron que así se escribía correctamente, me pareció un completo atropello. ¿Tigre? ¿Cómo Tigre? Qué despropósito, si se debe de decir y escribir  “Tigere”.

Ti-ge-re.

A mis padres les encantaba enseñarme a jugar con las palabras. Y mientras mi mamá me decía de los calambures de Quevedo (“entre el clavel y la rosa…”), papá se divertía enseñándome cosas como el “camarón-caramelo-caramelo-camarón”, que uno termina diciendo “caramón” y “camarelo” después de repetirlo varias veces; y no me va a creer el lector pero me equivoqué un par de veces incluso al escribirlo. A lo que voy es que con todo este fermento era obvio que iba a terminar haciendo o revolviendo mis propias palabras, porque en el experimentar hay un gran placer que no se parece a otros.

Ahora bien, a pocos días de cumplir 45 años de estar en este mundo y haber escrito incluso un par de libros, debo confesar que hoy por fin me doy cuenta de que he estado diciendo una palabra mal toda la vida. O que la he dicho de acuerdo a las idiosincrasias de ese niño que todo quería ver y revolver. Pero haciendo un poco de memoria, creo que nunca me he metido en demasiadas dificultades ni he tenido algún desencuentro mayúsculo por haberla pronunciado mal, y estoy seguro de que sí la he usado en público en más de una ocasión. Y como decía, me doy cuenta hoy, que estoy de desocupado y con el website de la RAE ahí que ni la mano le han puesto.

Y la RAE me dice despiadadamente, que “Calcamonía” no existe, sino sólo “Calcomanía”.

¡Fuego y azufre! ¡Fuera de mi vista!  (Como diría Otelo).  No puede ser, no puede ser. ¿No es CALCAmonía? ¿Pues qué no es como calcar un mono? ¿Dónde está la falla en esa lógica? Calcar. Un mono. Calca-monía. Estoy consternado. CALCOMANÍA… no, suena horrible. ¿Es, entonces, una manía de calcar? Pero no puede ser, ¿cómo voy a poner Calcomanía, algo tan inocente, junto con Cleptomanía, o Dipsomanía? Así que voy a la Wikipedia y me confirma mis temores: en efecto, la palabra original viene del francés: Décalcomanie, donde Décalque significa trazar.

Pues bien, así es. Mea culpa. Lo acepto pero no me resigno; y ya que estamos con latín, digo junto con esos goliardos irreverentes que compusieron los poemas de la Carmina Burana: non me tenent vincula, non me tenet clavis. Las cadenas y los pestillos no pueden detenerme: ese niño estaba bien. Su lógica era perfecta; su creatividad, hermosa. Y aunque hace mucho que no puedo decir “Pa’llá-y-pa’cá-palo” en público aunque más por problemas de comprensión, seguiré diciendo Calcamonía. Pero quizá hablando rápido y de ladito para que nadie se dé cuenta.




VIDEO DEL DÍA


Man of La Mancha (1965) es una obra de teatro musical que adapta la historia de El Quijote. Tuvo mucho éxito en los 60 aunque no fue, digamos, Cats y de ahí salió la famosísima canción El Sueño Imposible. En 1972 se hizo una película que no fue tan buena pero aquí pongo El Caballero de la Triste Figura (Man of the Woeful Countenance), uno de mis momentos musicales favoritos de esa obra, donde Dulcinea del Toboso no es ni más ni menos que Sofia Loren: