Si una actividad considerada más o menos banal se realiza con
profundidad y con una consumada maestría, se puede convertir en arte. Y de
igual manera, una actividad que se percibe como artística –como la música o la escritura– puede ser una porquería si no tiene alma
ni destreza.
Ahora bien, “Distracción” tiene varios sentidos, así que primero quiero
decir que no estoy usando el sentido de “entretenimiento” ni el de “engaño”,
aunque ambos sí que pueden ser también artes, si tenemos en cuenta la
definición de más arriba. De hecho en los antiguos tratados chinos acerca de la
guerra, se dice que “nunca puede haber demasiado engaño en la guerra” o
incluso que “la guerra es el arte del engaño”. En Las 36 Estratagemas, uno de
los ensayos chinos más famosos acerca del tema, la segunda estratagema para
conseguir una ventaja sobre el enemigo está ilustrada con la frase “Sitiar a
Wei para rescatar a Zhao”; esto es, aparentar que nuestro objetivo es uno
menor, para poder lograr otro más importante mientras el adversario se distrae.
Ejemplos hay muchísimos en la historia de las guerras. Uno de mis
favoritos por lo impactante está relatado en Los Nueve Libros de la Historia,
del griego Heródoto, en donde narra el sitio de Babilonia por el rey persa
Darío. Viendo que la ciudad estaba bien equipada para un sitio largo y que
después de un año y siete meses no podían hacerla caer, Darío estaba
desesperado. Zópiro, un noble de alto rango, decidió mutilarse de forma
espantosa: se cortó la nariz y las orejas, se rapó y se azotó la espalda con un
látigo, y así fue a presentarse ante Darío, que preguntó quién había hecho tal
cosa para matarlo de inmediato. Pero Zópiro le contestó que eso era parte de su
plan: en ese estado lamentable iría a Babilonia y les diría que por una falta
menor había sido castigado de forma atroz, por lo que quería unirse a ellos
como desertor y ayudarlos a repeler al ejército persa, ya que sabía de los
inminentes planes de ataque. Los babilonios le creyeron y lo aceptaron en su
ciudad, confiándole en poco tiempo incluso las llaves de las puertas. Y así,
haciéndoles creer que los ayudaba durante uno de los ataques, abrió dos de las
puertas que no estaban resguardadas para que el ejército finalmente pudiera
entrar y conquistarla. Heródoto refiere que más tarde Darío dijo que “Preferiría
que Zópiro no se hubiese mutilado, a ser el amo de veinte Babilonias”.
Y aún más, volviendo al Oriente: el taoísmo, esa corriente filosófica
que ha modelado el pensamiento chino más que ninguna otra, ha sido descrito a
veces como “el arte del camuflaje”, pues según su libro fundacional, el Tao Te
Ching, el sabio “aparenta inacción, pero no deja nada sin completar”.
Pero bueno, ya desde el primer párrafo me salí por peteneras y me puse a
hablar de lo que no es la distracción. ¿Qué es entonces? Es algo más cercano a
una escena referida con mucha gracia por Agatha Christie en uno de sus cuentos
de detectives. No recuerdo si es en El misterio de la guía de Ferrocarriles, o
en Asesinato en el Orient Express, pero en cualquier caso la escena transcurre
en un vagón de tren con el detective Poirot y su siempre presente amigo el
capitán Hastings:
Estando todo mundo perplejo por los misteriosos detalles del caso, el
insufrible y meticuloso Poirot le dice a Hastings que se den veinte minutos de
silencio para pensar en la cadena de hechos que conocen, y analizaros de forma
fría y lógica para poder hacerlos cuadrar. Después del tiempo acordado, Poirot
dice “¡Ya lo tengo!”, mientras que Hastings, cuyo cerebro no es una máquina de
deducciones, se sorprende porque sus ilaciones de pensamiento lo habían
terminado por llevar a pensar en las carreras de caballos.
Y bien, eso no es arte porque es lo que nos pasa sin querer, pero si lo
sabemos domar puede convertirse en algo delicioso, más parecido a cuando
Cortázar dice que
“quizás había otros caminos y que el que tomaron no era el único y no
era el mejor, o que quizá había otros caminos y que el que tomaron era el
mejor, pero que quizá había otros caminos dulces de caminar y que no los
tomaron.”
De modo que este Arte de la Distracción al que me refiero es tal vez más
bien como el Arte de Perder el Hilo, pero no para perderse sino para explorar
relaciones, caminar más caminos, aprovechar y hacer conscientes los juegos que
la memoria hace, usando todo lo que hemos experimentado: un Arte de la Buena
Conversación de Café, si se quiere. Tomar una idea que sea una guía vaga, un
leitmotiv cuando mucho, y ver cuántos pedazos de rompecabezas podemos unir en
su espalda y ver qué forma extraña resulta, pero nunca para presumir, sino para
jugar. Y a propósito de presumir, me acuerdo de una imagen escrita por Michael
Ende que ejemplifica perfectamente el vicio de estilo que a veces puede
resultar:
“Con algunos autores tengo siempre la impresión inevitable, de que
cuando escriben, estiran el dedo meñique y redondean los labios. Por lo general
son celebrados por la crítica como grandes estilistas. A mí la cosa me irrita,
más bien. Cuando estoy leyendo y me invade la sensación de que el autor levanta
las cejas y me mira a través de sus líneas como si me preguntase: ‘¿Has notado
tú también con qué rara exquisitez he vuelto a expresarme?’, pierdo las ganas
de seguir leyendo y cierro el libro.”
Y bueno ¿qué estaba yo diciendo? Ah sí, pues que no podemos ser como
Poirot ó Sherlock Holmes, que son inhumanamente concentrados; la mente gusta de
divagar y si esa es cosa dada, usémosla para explorar placenteramente cuando se
pueda porque la inmortalidad del cangrejo también puede venir a colación en
algún momento. En su excelente y divertidísima novela Vida y Opiniones de
Tristram Shandy, Laurence Sterne pone la idea de otra forma:
“cuando un hombre se sienta a escribir una historia… no tiene ni la
menor idea de todos los obstáculos que hallará en su camino, o qué son bailará por
alguna u otra razón, antes de haber llegado al final.”
Sabiendo que podemos bailar cualquier son, entonces, distraigámonos pero
no con una película para embotarse un rato o como el boxeador que no ve venir
el gancho por cubrirse del jab; sino como se distrae un niño que camina y
encuentra una hoja –una entre millones– y le da vueltas en su mano, viendo lo hermoso de sus capilares verdes,
y se sienta en la tierra a ver si es posible irla rompiendo para hacer una
forma determinada, y se queda media hora tomando una hoja tras otra. O como estar limpiando cajones con tu amante
y encontrar algunas cartas viejas, y empezar a leerlas y perder el hilo con besos
hasta que de pronto te das cuenta de que se ha hecho de noche y el cajón sigue
abierto y sin arreglar.
VIDEO DEL DÍA
Este es uno de los mejores videos
que he visto en mucho tiempo: Natitu hace algo tan simple, tan significativo y
tan hermoso como agarrar unos aros, ponerse a jugar con ellos, subir a una
montaña, y dedicarle el video a su hermano.
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