Hay muchas formas de ver las cosas. Pero, contrario a la percepción
general moderna, esa que está contaminada de “corrección política” innecesaria:
no, no todas las formas de ver las cosas son válidas. Las opiniones, dicen, son
como los ombligos: todo mundo tiene una. Pero cuando se agrega la segunda parte
de “… y hay que respetarla” es cuando me empieza a dar urticaria en la
conciencia, así como cuando oigo estas otras en el mismo tenor:
Cada cabeza es un mundo.
No existe lo objetivo.
Sé que lo políticamente correcto es decir “No comparto tu opinión”, pero
¿por qué no decirle al pan, pan? NO RESPETO TU OPINIÓN.
Claro, hay que respetar —o más bien aceptar el hecho— de que todo
mundo tiene su opinión, pero de eso no sigue que haya que respetar toda opinión
en sí misma. Hay opiniones objetivamente estúpidas y lesivas, o simplemente
hipócritas. No veo por qué haya que respetarlas.
Ahora bien, no hablemos de creencias religiosas, que es otro tema aparte
y mucho más espinoso: hablemos de opiniones en cuanto al deber, en cuanto a la
acción respecto a una situación. Esta opinión puede o no provenir de una forma religiosa
de ver el mundo.
Alguien
puede ser de la opinión de que la pornografía infantil es
aceptable; o que la esclavitud es justificable. Sí, es muy su opinión,
pero yo
de ninguna manera estoy obligado a respetarla. De hecho, como miembro de
una
sociedad con cierto número de convenciones ampliamente aceptadas, estoy
obligado a estar en contra. Cierto que no se llega a la Verdad por
democracia, porque como sociedad aceptamos sin chistar un montón de
idioteces, pero
también es cierto que la evolución del ser humano —en específico como
ser
social— nos lleva a adoptar ciertas medidas que convienen a todos,
aunque
dichas medidas vayan cambiando con el tiempo porque los valores van
evolucionando de forma natural.
Alguien puede argumentar desde el relativismo y decir que las cosas sólo
son buenas o malas porque el hombre —con sus valores cambiantes— así lo
decide en un lugar y un tiempo, pero no son buenas ni malas en sí mismas.
Podemos tomar esa tesis de “todo es relativo” y ponerla a prueba, pero
no con obviedades y ejemplos comunes a la experiencia, sino en los extremos,
que es como se prueba la resistencia de cualquier cosa. Digamos que dos jóvenes son tomados al
azar. No son especialmente violentos, ni generosos, ni nada en específico. Son,
digamos, ‘normales’. A cada uno, durante años, no se les da a leer
más que un solo tema: al primero, nada más que libros de filosofía y
de ciencia; al segundo, nada más que libros pornográficos y novelas rosas.
Una dieta de uno y de otro a largo plazo, ¿qué mentalidad provocan? ¿O
podemos pensar que el relativista contestará que no hay diferencia? Creo que
sería difícil sostener tal posición; incluso si aceptamos que ninguno de los
dos va a convertirse ni en un santo ni en un depravado activo, podemos
extrapolar a partir de nuestra experiencia —porque todos estamos expuestos a
un gran rango de “alimentos mentales”— que objetivamente hay cosas más
deseables que otras en cuanto a lo que llamamos Ética.
Tampoco se puede argumentar que “hay quien es resistente”, porque aunque es
verdad en lo particular, no lo es en lo general, y tan no lo es, que esa es la
razón por la que la industria de la publicidad, que mueve miles de millones de
dólares, no ha quebrado ni quebrará jamás: porque el adoctrinamiento simplemente
funciona.
Tampoco hay que irse de un lado solamente, pensando que sólo se deben
permitir las “buenas lecturas” porque de ahí a la censura totalitaria se llega
directo; pero es privilegio de quien ha logrado cierto grado de discernimiento,
el poder decir que puede disfrutar de la basura de vez en cuando.
En la película Finding Forrester,
de Sean Connery, hay un buen ejemplo: el joven estudiante Jamal Wallace por
casualidad conoce al escritor retirado William Forrester, que vive recluido en
su apartamento lleno de libros. En una ocasión, Jamal llega y encuentra a
Forrester leyendo una copia del National
Enquirer, lo que lo sorprende mucho porque es un periódico amarillista de
lo peor, y los libreros del escritor están llenos de literatura de calidad.
Cuando le pregunta por qué, Forrester responde:
El Times es la cena, y el National Inquirer es el postre.
Excelente texto.
ResponderEliminarLectura interesante.
ResponderEliminarImperdible!! Cómo todos sus textos me encantó
ResponderEliminarInteresante opinión
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