Henos aquí de nuevo,
en temporada navideña, que a medida que uno se hace más adulto, más escéptico o
simplemente más cansado va perdiendo inevitablemente la magia que tenía cuando
éramos niños que sólo vivíamos para abrir los regalos. Será que las neuronas
van reconectándose como dicen los hombres de ciencia, o serán los tiempos que
corren —en nuestro mundo moderno y en México en especial— pero parece que tras la alegría obligada de las reuniones y la
convivencia se agazapa cada vez más ominosamente el desencanto traído por la
masificación y la velocidad de todas las cosas. Nos enteramos, nos comunicamos,
compramos y vivimos a velocidades nunca antes vistas, y parece que esta
velocidad que todo o permea, contribuye a que estos días se pasen cada vez más
entre una niebla caótica de luces y consumo que otra cosa. Pero tampoco quiero
ser tremendista: la Navidad sigue siendo una celebración hermosa para quienes
la aprecian y la interiorizan. Recogimiento y esperanza, es la pausa tras el
año de esfuerzo, la comida que celebra a los que estamos y recuerda a los que
ya se han ido, los cantos que nos unen a historias antiguas, compartidas.
Ah, los cantos. Son
hermosos, pero debo decir honestamente que a estas alturas, el único villancico
que puedo escuchar sin que me canse es El Niño del Tambor, y en
definitiva no es por la música —que es quizá incluso
más sencilla que otros— sino por su letra,
que me parece con mucho la más trascendente de todos los villancicos. Estas
frases siempre me han parecido una bellísima expresión de las mejores cosas que
tiene el espíritu humano:
Tú ya sabes que soy pobre tambiény no poseo más que un viejo tambor:¡En tu honor frente el portal tocaré con mi tambor!…nada mejor hay que te pueda ofrecer.
Si se ve con
detenimiento, éste es un sentimiento que no es exclusivamente navideño como el
de Los Peces en el Río, ó Campana Sobre Campana, y aunque está
contextualizado dentro de lo cristiano, es en sí mismo imagen de la más alta
actitud de generosidad, empatía y solidaridad que es celebrada y admirada en
cualquier cultura, en cualquier momento: la representación de amor puro por el
que se puede dar sin reservas lo poco que se tiene, convirtiéndolo así en lo
más valioso que se puede dar. Es la viuda pobre que da limosna en Marcos 12:42,
el ideal del “todos los hombres serán hermanos” de Schiller, el amor
incondicional por un hijo, la compasión de Buda. Es la parte mejor del ser
humano.
Recordémosla de nuevo.
Sin duda, uno de los mejores
ResponderEliminarAntes de leer tu artículo, ya estaba pensando en ese villancico, me parece hermoso. "Cuando Dios me vio tocando ante él, me sonrío".
ResponderEliminarExcelente análisis y reflexión. Un abrazo hasta China
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