jueves, 12 de diciembre de 2019

El villancico más hermoso


Henos aquí de nuevo, en temporada navideña, que a medida que uno se hace más adulto, más escéptico o simplemente más cansado va perdiendo inevitablemente la magia que tenía cuando éramos niños que sólo vivíamos para abrir los regalos. Será que las neuronas van reconectándose como dicen los hombres de ciencia, o serán los tiempos que corren en nuestro mundo moderno y en México en especial pero parece que tras la alegría obligada de las reuniones y la convivencia se agazapa cada vez más ominosamente el desencanto traído por la masificación y la velocidad de todas las cosas. Nos enteramos, nos comunicamos, compramos y vivimos a velocidades nunca antes vistas, y parece que esta velocidad que todo o permea, contribuye a que estos días se pasen cada vez más entre una niebla caótica de luces y consumo que otra cosa. Pero tampoco quiero ser tremendista: la Navidad sigue siendo una celebración hermosa para quienes la aprecian y la interiorizan. Recogimiento y esperanza, es la pausa tras el año de esfuerzo, la comida que celebra a los que estamos y recuerda a los que ya se han ido, los cantos que nos unen a historias antiguas, compartidas.
Ah, los cantos. Son hermosos, pero debo decir honestamente que a estas alturas, el único villancico que puedo escuchar sin que me canse es El Niño del Tambor, y en definitiva no es por la música que es quizá incluso más sencilla que otros sino por su letra, que me parece con mucho la más trascendente de todos los villancicos. Estas frases siempre me han parecido una bellísima expresión de las mejores cosas que tiene el espíritu humano:
Tú ya sabes que soy pobre también
y no poseo más que un viejo tambor:
¡En tu honor frente el portal tocaré con mi tambor!
…nada mejor hay que te pueda ofrecer.
Si se ve con detenimiento, éste es un sentimiento que no es exclusivamente navideño como el de Los Peces en el Río, ó Campana Sobre Campana, y aunque está contextualizado dentro de lo cristiano, es en sí mismo imagen de la más alta actitud de generosidad, empatía y solidaridad que es celebrada y admirada en cualquier cultura, en cualquier momento: la representación de amor puro por el que se puede dar sin reservas lo poco que se tiene, convirtiéndolo así en lo más valioso que se puede dar. Es la viuda pobre que da limosna en Marcos 12:42, el ideal del “todos los hombres serán hermanos” de Schiller, el amor incondicional por un hijo, la compasión de Buda. Es la parte mejor del ser humano. 
Recordémosla de nuevo. 

  

3 comentarios:

  1. Antes de leer tu artículo, ya estaba pensando en ese villancico, me parece hermoso. "Cuando Dios me vio tocando ante él, me sonrío".

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  2. Excelente análisis y reflexión. Un abrazo hasta China

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