lunes, 13 de enero de 2020

La grandeza de los grandes


In memoriam,
Paco de Lucía (1947-2014)
Albert Collins (1932-1993)

La gente verdaderamente grande posee además de su talento, una empatía hacia los demás, que cuando tenemos la suerte de verla, nos toca y es inolvidable. Ya antes he relatado cómo una vez Guadalupe Pineda me invitó a su camerino a practicar una canción que íbamos a tocar juntos y que incluso me dijo que “yo tocara y ella me seguía.” Una estampa de una gran artista que he atesorado hasta el día de hoy.
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En otra ocasión, en 1991, iba yo en un vuelo de regreso de Londres a Sevilla; estaba yo contentísimo porque había logrado encontrar boletos para Guitar Legends, un festival de cuatro días que reunió a más de 20 dioses de la guitarra de blues, rock, jazz y flamenco; sin duda el mejor concierto que he visto en mi vida.  El caso es que me senté en mi asiento de ventanilla y a los pocos minutos, llegó un negrazo sonriente y se sentó en el asiento libre a mi izquierda. Me le quedé viendo así de plano con la boca abierta hasta que me volteó a ver, sonriendo, y alcancé a decir, “¡Usted es Albert Collins!”
Albert Collins, el Ice Man, era una puta leyenda del blues y tenía uno de los tonos de guitarra más inmediatamente reconocibles que han existido. Y estaba sentado al lado mío. Cuando le dije eso puso cara de sorpresa y me dijo, “Wow, ¿me conoces?”
Que si lo conozco.
“¡Por supuesto!”, le dije, “¡si usted y BB King son mis héroes!”
Albert Collins, el Ice Man, se pasó todo el vuelo platicando conmigo y contándome anécdotas de él y de sus amigos, BB King, Eric Clapton, Bo Diddley y otros. Diciéndome cómo había desarrollado su técnica y su tono. Yo estaba fascinado y no dejaba de preguntarle cuanto se me ocurría. Al estar por aterrizar, metió la mano a su saco y me dijo, “ten, búscame en el concierto.”
Me dio un backstage pass.
Un backstage pass para el Día del Blues, del concierto de Guitar Legends.
Podría escribir un libro entero tan sólo de esa noche, en que vi en persona a BB King con sus manos enormes que no entiendo cómo pueden tocar una guitarra, y a otras leyendas del blues. Pero les aburriría ver tanto fanboy-ismo. Baste decir que eran todos unos tipazos, y cuando dos años después me enteré de la muerte de Albert Collins, me dolió como si hubiera perdido a un amigo.
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Finalmente, la anécdota que para mí es la más impresionante, si no la más emotiva (esa es la anterior):
En 1993 vi en vivo a Paco de Lucía, el maestro de la guitarra flamenca que no requiere presentación alguna.
Un amigo y yo, ambos estudiantes de guitarra clásica, estábamos obviamente extasiados viendo a Paco y al final del concierto, como conocíamos a gente del teatro, aprovechamos para colarnos y saludarlo en persona después de los autógrafos.
Llegamos ante él y viéndonos cargar sendos estuches de guitarras, nos preguntó, “Ah, ¿también les gusta tocar?”
Nosotros contestamos entre cortados e intimidados, “bueno sí, pero tocamos guitarra clásica.”
Paco de Lucía nos miró y nos dijo, “Ah bueno, entonces ustedes sí son guitarristas, no como yo que soy guitarrero.”
Así dijo Paco de Lucía, el dios del flamenco. A un par de mocosos que le fueron a pedir un autógrafo. 

Esa es la cualidad humana que hace a los grandes tan grandes; que en un encuentro de momentos te dejan una impresión para el resto de la vida.
   

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