Dicen los
chinos que “tres hombres hacen un tigre”, refiriendo una leyenda en la que un
hombre llegó a la corte a reportar que había visto un tigre en la ciudad. No le
creyeron, pero cuando un segundo testigo reportó lo mismo empezaron a dudar. Y
cuando un tercero llegó y lo repitió, despacharon a los guardias para cazar al
tigre. Este dicho se usa para explicar la fuerza de los rumores y, en
terminología moderna, la “construcción de realidades” a base de repetición. Esta
construcción puede ser positiva o negativa. Otra historia cuenta que
preguntaron a Confucio qué era lo más importante para una nación, si el
ejército, la comida o la confianza en su gobierno. Respondió sin vacilar que la
tercera, porque “las personas mueren por agresión o por hambre en toda época,
pero sin confianza una nación no puede sobrevivir”. De modo que el “discurso
nacional” es entonces fundamental y más en el mundo moderno, en el que la
coherencia entre el hecho y el dicho es mucho más fácil de poner en tela de
juicio.
Hasta los 80,
la comunicación social del gobierno mexicano era bastante sólida y efectiva; y
esto no es para decir que la gente creyera en él ciegamente, porque chistes de
políticos corruptos los ha habido siempre, aquí y en China; pero había una
especie de confianza básica en la comunicación. No hablo de slogans, porque
cosas como “Arriba y Adelante” ó “Administremos la Riqueza” siempre han sido
vistas con el apropiado cinismo; tomemos la creación de campañas
nacionales, para ejemplificar mi punto.
Si mi lector creció en los 80s, recordará la efectividad que tuvieron las campañas contra el dengue,
la de planificación familiar (“La Familia Pequeña Vive Mejor” y "Aprendamos a Planificar la Familia", 1980), la de cuidar el
agua (“¡Amanda, ciérrale!”, 1984) o la de no despilfarrar el aguinaldo (“Regale Afecto, No Lo Compre”, 1982). Había en ellas un entendimiento fundamental de que eran honestas.
Desde entonces será
que somos menos inocentes, más sofisticados, más cínicos, pero ya nada nos
impresiona más de unos segundos sin burlarnos y descreerlo inmediatamente. ¿En
qué momento se perdió el toque para la comunicación, y la sociedad pasó a ser
fundamentalmente cínica ante todo?
Creo que fue
mucho antes del internet: cuando la campaña de Hacienda decía un ominoso “Pagas
y te llevas con Lolita; fallas y te enfrentas con Dolores” al son de una
orwelliana y alegre melodía. Y luego crearon el personaje ‘Justino Morales’ el
cobrador de impuestos (1989), que es como si en la Unión Soviética hubieran hecho una
campaña para cooperar con la KGB con un personaje llamado Iván Buenaondavich
Komprensivoff. El cinismo y la desconfianza actual no aparecieron de la noche a
la mañana, es un proceso que ha tomado décadas y está explotando hoy.
Es un hecho
fehaciente que con nuestro discurso creamos realidades; y dejando de lado
disquisiciones filosóficas, es algo que se usa en el discurso público de muchas
formas, siendo las dos más importantes el crear una identidad de grupo y el
legitimar al gobierno. En tercer lugar viene el discurso del “otro”, el que
está más allá de la redención, que es percibido como malo (porque nuestro
grupo no es jamás el malo) y que es imagen poderosa para poder crear unidad
en nuestro propio grupo, para hacerle frente y vencerlo o, en casos extremos, destruirlo.
El discurso
para hacer parecer al enemigo como malo e inferior ha sido usado desde que el
mundo es mundo. Pero desde que la palabra propaganda tomó un sentido
generalmente negativo, se hace de una forma más políticamente correcta
en nuestros días. Los ejemplos
son incontables.
La imparcialidad en el discurso público es prácticamente inexistente; lo que hay son posturas que se quieren promover como exclusivamente válidas, de uno y otro lado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario