La historia de la
humanidad está llena de ejemplos de esta situación: alguien que asume el
liderazgo de un grupo de personas, de una organización, de una nación... y que
por locura o por ignorancia o por perversidad, procede a destruirla y a sí
mismo en el proceso.
“…mientras nadie hace
nada por detenerlo.”
Esta frase, que se
repite mucho, no es del todo cierta. Pero cuando lo es, lo es porque hay dos
razones de mucho peso detrás de ello: evolución y complejidad.
La primera razón, la
evolutiva, tiene un fundamento biológico. El
“seguir al líder” es una cosa importantísima para la supervivencia, no sólo en
humanos sino en todo el reino animal. El líder, responsable de la seguridad del
grupo, puede ser un miembro físicamente diferenciado, o sea que tiene
características físicas esenciales que ningún otro miembro tiene: por ejemplo
una abeja reina. Pero en los animales superiores, como los mamíferos, el líder
puede ser el más fuerte (el que mejor puede proteger al grupo) de entre muchos
iguales: morsas, lobos o leones lo escogen por pelea. En el caso de los monos,
la fuerza va aunada a otras características más sofisticadas de interacción
social; y en los seres humanos, cuyos cerebros y sociedades han evolucionado a
una complejidad espectacular, el líder tiene muchísimas características
emergentes, que no tienen los animales: planeación, estrategia, entendimiento
en el uso del lenguaje y un largo etcétera que además varía de sociedad en
sociedad.
De modo que una vez
que un líder es escogido, es muy difícil sustituirlo porque primariamente
representa la protección y la guía del grupo. Esto es, su supervivencia. En
sociedades primitivas, si el líder de plano se volvía loco o demasiado
opresivo, podía ser suplantado vía una certera aplicación de una quijada de
burro al cráneo. Esto se siguió aplicando a medida que la civilización avanzaba
y ha seguido siendo cierto hasta nuestros días, aunque es cada vez menos
frecuente. El primer emperador chino, Qin Shihuang, sufrió múltiples intentos
de asesinato; Julio César fue exitosamente asesinado en los famosos Idus de
Marzo en el 44 a.C., los sultanes otomanos de los siglos 13 al 17 tenían la
costumbre de matar a sus parientes para que éstos no fueran a hacer lo propio
con ellos; las usurpaciones de tronos en Europa fueron cosa común durante todo
el medievo y han sido inspiración de cosas como Juego de Tronos. Más
recientemente, gente como Castro y Hitler también sufrían intentos de asesinato
como cosa rutinaria.
Pero la segunda razón
por la que es cada vez menos frecuente —especialmente en tiempos de paz— quitar
súbitamente a un líder de su puesto es la Complejidad. Nuestras
sociedades tienen un nivel de complejidad inimaginable para los romanos o los
chinos antiguos, por más que ambos hayan sido excelentes administradores. La
rápida remoción de un líder puede en algunos casos representar la remoción de
un sistema, y esto puede desembocar en parálisis en el mejor de los casos, y en
caos en el peor.
Tenemos ejemplos
recientes y hasta contemporáneos.
Ya antes he
mencionado que al caer la URSS, se quiso quitar un sistema obsoleto, pero la
impericia de sus líderes —que no tenían una alternativa para sustituirlo— causó
un largo período de caos y declive. En esa situación no fue el cambio de un
líder personal por otro, pero coincidió casi, con la salida de Gorbachev y la
entrada de Yeltsin.
Hoy mismo podemos ver
el caos causado por el Brexit: una decisión resultado de una consulta
fantásticamente estúpida e innecesaria del ex Primer Ministro Cameron,
pésimamente manejada por Theresa May y ahora, con otro cambio abrupto de
liderazgo, hemos visto cómo Boris Johnson lo primero que hace es dinamitar su
propio Parlamento para poder ir adelante personalmente con ese lento harakiri
al Reino Unido.
A lo largo de la
historia hemos tenido esa disyuntiva: quitar al líder loco o no, por la fuerza
o no. Es tentador, porque a todas luces se ve que está loco pero por otro
lado, ¿cómo vamos a lidiar con el caos inevitable, y cuánto tiempo durará? ¿Qué
es lo menos peor, la relativa estabilidad idiota del presente, o la muy
probable debacle?
Así desde los romanos hasta muchísimos dictadores modernos han gozado de las mismas ventajas que la
evolución y la complejidad les confiere.
Dicho esto, las
cosas no están perdidas del todo. Desde que ha habido líderes locos, ha habido
un círculo cercano que es quien ejecuta sus órdenes: primero sus
familiares de la tribu, luego un grupo de expertos, luego las cortes, hasta
llegar a los complejos gabinetes y ministerios de nuestros gobiernos modernos.
En todas las épocas
estos círculos de poder han albergado a confidentes y críticos del líder: no
siempre han salido bien librados o siquiera escuchados, pero en todas las
naciones y los tiempos han sido los consejeros quienes han hecho entrar en
razón o por lo menos contenido los peores impulsos de su líder, cuando las
circunstancias no han sido propicias para removerlo.
Pero cuando esa
corte o ese círculo entra en complicidad con el líder, las cosas se
encaminan al desastre: cuando no hay críticos sino sólo fanáticos e intereses,
sin nadie que diga “No” a la cara del demente, cuando la corte deja de ser muro
de contención y se convierte en una comparsa abyecta, no queda más vía que
gritar desde fuera. La #SociedadCivil, esa hermosa creación de la modernidad,
debe hacer lo que la corte se rehúsa.
Gritar.
Y no callar.
VIDEO DEL DÍA
The Madness of King
George es una excelente película (1994) que
dramatiza las locuras de este monarca inglés. Aquí una de sus escenas más
memorables:
Muy actual, muy claro. Excelente
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