Por Petra Campbell
(Ver original en: "Oh God please don´t let him die")
Eso del polvo al
polvo fue lo normal por mucho tiempo: hace 100 mil años, probablemente porque
nos dimos cuenta que dejar cadáveres tirados por ahí no era ni estético ni
edificante, los seres humanos empezamos a enterrar a nuestros muertos.
Primero fueron pozos poco casi a ras del suelo, pero luego se hicieron o más
profundos o más altos, con túmulos, criptas, templos y pirámides gigantes a
medida que crecía la megalomanía. Supongo que el equivalente moderno es la
criogenia o la clonación. Y todo eso iba bien hasta antes de la Revolución
Industrial, porque las cosas que construíamos no eran aún demasiado tóxicas
para el medio ambiente.
También la cremación
tiene sus añitos: el estilo pagano eran las piras funerarias. Los griegos
empezaron a copiar estas prácticas para el 1000 a.C., que luego pasaron a los
romanos: ambos incineraban a sus muertos en los campos de batalla y se llevaban
las cenizas para la ceremonia de honrar a los guerreros caídos.
Lo malo que la
cremación se volvió una parte tan indispensable para concluir vidas heroicas,
que para el año 100 Roma se había acabado casi todos sus bosques en esta quema
de cuerpos. Y como al mismo tiempo el cristianismo iba en ascenso y rechazaba
todo lo que oliera a pagano (y en este caso olía bastante), la práctica decayó.
Además, los cristianos pensaban que, cómo diantres podría resucitar el cuerpo
si convertías los huesos en ceniza; esto a diferencia de los escandinavos, que
pensaban que la cremación de hecho ayudaba a liberar el alma y evitaba que los
muertos dañaran a los vivos. Ya lo dijimos, no se ponen de acuerdo. En fin, que
para el momento en que el cristianismo se expandía por Europa, la cremación ya
era rara salvo en emergencias, por ejemplo cuando la Peste Bubónica, que se
llegaban a quemar hasta 60 mil cuerpos en una sola semana en 1356.
Para el siglo 19, en
la siempre hacinada Europa se vio un interés renovado en la cremación, cuando
Sir Henry Thompson, cirujano de la Reina Victoria, publicó el libro “Cremación:
Tratamiento del Cuerpo Tras la Muerte” y al poco tiempo la corte británica
declaró legal la práctica. En EEUU se creó el primer crematorio en Washington
en 1876, pero no se hizo popular: la muy religiosa América tenía muchísimo
terreno, así que por 100 años estuvieron argumentando los pro-cremación contra
los anti-cremación. Cuando yo estaba en preparatoria en los 70s, el lobby
religioso anti-cremación iba ganando: sólo el 8% de los estadounidenses la
pedían, en contraste con Inglaterra, Alemania y Dinamarca, donde el porcentaje
superaba el 50%. En Japón, donde la cremación fue ilegal hasta 1875, hoy se ha
vuelto prácticamente universal debido a la explosión exponencial de su
población y su siempre limitado espacio.
La realidad que Roma
tuvo que afrontar en el año 100 —la escasez de madera— y que Japón afrontó
recientemente —demasiada gente y poca tierra— está extendiéndose por el mundo.
No es sólo la falta de espacio y de recursos que está haciendo crisis: es que
hemos dejado de regresar nuestros cuerpos a la tierra para que los recicle. En
lugar de eso, hemos convertido a nuestros muertos en riesgos ambientales.
Un servicio funerario
completo —ataúd, lápida, flores y mantenimiento del cementerio; o bien
embalsamado y bóveda— tiene un impacto ambiental insostenible a largo plazo. De
acuerdo al Berkeley Planning Journal, en EEUU el enterrar gente o
ponerla en bóvedas requiere de 2700 toneladas de cobre y bronce, más de 100 mil
toneladas de acero, y más de un millón y medio de toneladas de concreto
reforzado al año. Además se requieren alrededor de 4 millones de acres de
bosque maderable, que podrían retener alrededor de 65 millones de toneladas de
CO2 al año. Toda esta madera por supuesto viene de bosques tropicales en otros
países, que se siguen reduciendo.
También se usa una
gran cantidad de energía para cortar los árboles, transportar la madera, hacer
los ataúdes, cavar fosas, hacer cemento, cortar y regar el pasto, mantenerlo
hermoso usando herbicidas y pesticidas. Hasta nuestros hermosos arreglos
florales para los muertos, deben prepararse en invernaderos a escala industrial
y ser tratados con grandes cantidades de químicos, además de consumir agua de
la que cada vez más hace falta.
En EEUU, las
funerarias frecuentemente sugieran embalsamar el cuerpo, esto es, meter a
través de una arteria varios galones de formaldehído, fenol, metanol,
glicerina, glutaraldehído, humectantes, pigmentos, antiedémicos y
desinfectantes para desacelerar la descomposición y hacerte ver presentable a
tus amigos y familiares mientras te dan el último adiós.
Esto del
embalsamamiento empezó con los egipcios, que pensaban que el cuerpo debía
preservarse para su uso en el más allá. Los cristianos, desde luego,
denunciaron esto como una práctica pagana; y judíos y musulmanes no la usan
mucho ya que tienen un plazo de 24 horas para enterrar a sus muertos, ya sea
porque el alma pueda ir al Cielo ASAP (judíos), o por razones higiénicas
(musulmanes); por las mismas razones rechazan el embalsamado. En EEUU, sin embargo,
embalsamar es la regla y se remonta a la Guerra Civil, cuando los caídos debían
ser preservados para ser llevados a sus hogares. Hoy en día, la industria
funeraria de ese país promueve falsamente esta práctica como un tema de
sanidad; pero es difícil ver cómo arrojar 800 mil galones de formaldehído
carcinogénico cada año en la tierra y las vías fluviales puede considerarse
sano. En Irlanda del Norte se ha hallado que varios cementerios tienen fugas de
estos químicos altamente tóxicos y que contaminan la tierra y el agua alrededor
de las ciudades.
A pesar de las
desventajas del enterramiento, la cremación tampoco es tan amigable que
digamos. Usa gas a alta temperatura; un gas que ha sido extraído por procesos
contaminantes del agua. Al cremar, se liberan más tóxicos en el aire, como CO,
CO2, azufre dioxina, mercurio y otros metales pesados que se encuentran en los
materiales con los que los dentistas han rellenado nuestros dientes.
Los hindús creen que
el Río Ganges es la manifestación terrenal de la diosa Ganga, y miembros de las
castas bajas de la sociedad piensan que pueden reencarnar un poco más arriba en
la escala si esparcen sus cenizas en sus aguas. Hay que decir que hacer creer a
los pobres que pueden darle un upgrade a sus vidas futuras, es una
técnica increíblemente efectiva de control y estratificación social. Y ya que
en la India hay escasez de madera para cremar, se arrojan cada año al Ganges
alrededor de 35 mil cuerpos parcialmente quemados. Y sí, es el mismo Río Ganges
donde la gente se baña y hasta bebe.
Por otro lado,
existen comunidades humanas que tienen o han tenido prácticas más amigables con
el medio ambiente para disponer de sus muertos.
La gente en Mongolia
y Tibet todavía practican el “funeral del Cielo”; esto es, llevar el cuerpo
a lo alto de una colina, donde su carne será devorada por los buitres (se
supone que para este momento, el alma ya se ha despedido del cuerpo). El
Funeral del Cielo asegura la sobrevivencia de los buitres, mientras que en
India están en peligro de extinción.
Los zoroastrianos
preislámicos de Irán y la India (a donde huyeron en el siglo 10) hacen algo
parecido, colocando a sus muertos en las “Torres de Silencio” donde eran
consumidos por aves carroñeras, para luego tomar los huesos y depositarlos en
un osario. Pero en Irán y otros lugares esto ha sido sustituido por la
cremación. Los Parsis en la India aún lo practican, pero aquí también ha casi
desaparecido debido a la extensión de las ciudades y a la escasez de cuervos y
buitres, cuyas poblaciones han menguado por el uso extensivo de químicos
agrícolas.
En Kioto, los kukai
budistas ponían a sus muertos en colinas boscosas para que regresaran a la
naturaleza por descomposición, mediante la simple exposición a los elementos.
Los Caviteño de Filipinas emparedan a su gente en posición vertical, en
huecos de árboles preseleccionados; así que esto funciona mientras existan más
árboles que personas.
Cada año, mueren
alrededor de 55 millones de personas, de las 7400 que habitamos el mundo. En
Australia se entierra a 2 millones de personas al año. En Hong Kong, si
insistes en ser enterrado, puede ser que te saquen más tarde y vuelvan a usar
ese espacio.
La forma tradicional
de deshacernos de nuestros fallecidos deberá cambiar porque nos estamos
acabando el espacio y el impacto ambiental es demasiado destructivo. En New
South Wales, Australia, las comunidades judías y musulmanas demandan más
cementerios en Sydney occidental porque su fe prohíbe la cremación, pero hacer
esto implica que los ayuntamientos tienen que sopesar constantemente el costo
de darle más tierra a los muertos que podría ser usada por los vivos.
La falta de tierras
está también promoviendo ideas novedosas para deshacernos de un cuerpo humano,
como en Corea del Sur, donde puedes pedir que los restos mortales de tu
pariente sean comprimidos para formar una pequeña gema. En EEUU, puedes
mezclar tus cenizas con concreto y ponerlo en los arrecifes de coral
para reparar el daño que se les ha hecho recientemente. En Suecia, una empresa
investiga el proceso de secar cuerpos por congelamiento (“promesión”)
hasta reducirlos a pequeñas partículas inertes, pero aún no se ha probado su
eficacia a gran escala. De vuelta en EEUU, la cremación con agua
(“resomación”) ha sido aprobada ya en 19 estados; la resomación usa agua
mezclada con hidróxido de potasio a alta temperatura para disolver la carne,
para luego tomar los huesos, triturarlos y entregar el polvo a la familia. El
resultado es parecido a la cremación, pero es más amigable con el medio
ambiente; el proceso no produce emisiones tóxicas y el agua es tratada en una
planta de reciclado común.
Pero estas opciones
no están disponibles para la mayoría de la gente, así que ¿cómo
podemos ayudar a quienes no tienen métodos ambientalmente amigables? Pues hay opciones:
Poner todo el proceso
funerario en el mercado de bonos de carbono, en proyectos verificados;
Enterrar a nuestros
seres queridos en ataúdes biodegradables y de materiales no tóxicos, como
bambú, papel mimbre, lana, hoja de plátano, cartón reciclado; o hasta en un
envoltorio orgánico de algodón o seda;
No embalsamar;
Cremar en una caja de
bambú;
Almacenar las cenizas
en urnas biodegradables;
Usar “spirit trees”,
una urna donde se mezclan las cenizas con tierra y se deposita una semilla,
para ser colocada en el suelo y que eventualmente dé a nacer un árbol;
Revisar las emisiones
del crematorio que vayamos a usar, especialmente sus niveles de emisión de
mercurio;
Pedir al crematorio
que retiren del cuerpo las partes no orgánicas como prótesis, marcapasos y
otros, y enviarlos a centros de reciclado;
Comprar flores en
mercados pequeños.
O bien se puede
realizar un “funeral verde.” Éste es un proceso que ha ido ganando
popularidad recientemente y es una oportunidad de ser amigable con el medio
ambiente.
Hay muchos tipos de
funeral verde, desde “eco cementerios” hasta lugares preseleccionados y
funerales sustentables, y sólo difieren en qué tan fielmente reproducen el
modelo cíclico de la naturaleza, y sus ideas rectoras están expuestas en Los
Principios de Campbell para Funerales Verdes (sin relación
familiar con esta autora, aunque veo que somos almas gemelas).
El objetivo
primordial es el “funeral sustentable.” Esto es, que el
costo de los funerales pague la adquisición de tierras para beneficio de
hábitats locales con un alto valor intrínseco, y que la selección de tierras se
base en estudios ecológicos y de las necesidades de las comunidades locales. Su función es esencial para mantener la
identidad del lugar pero de modo que tampoco sea oneroso, no pudiendo usar más
del 10% del terreno total. Además se enfatiza le celebración de la vida de cada
persona y el desarrollar ceremonias sencillas que tengan relación con las
instituciones locales.
Los Funerales Verdes
son más económicos que las criptas, bóvedas, enterramiento tradicional y
cremaciones. Con este tipo de rito, los judíos pueden alinear su lugar de
descanso en dirección a Israel, los musulmanes pueden hacerlo con La Meca, y
los cristianos ver al este en espera de la segunda venida del mesías.
En EEUU, también
puedes optar por que tu cuerpo se convierta en composta: desde mayo 1 de 2020
la gente podrá pedir que su cuerpo sea colocado de 5 a 7 semanas en una combinación
de aserrín, alfalfa y paja, y siendo regresado a la familia al igual que si
fueran cenizas o bien para ser esparcido en parques o jardines. A diferencia de
la ceniza, esta composta es fértil.
También en EEUU, el
Consejo de Funerales Verdes ya ha aprobado 40 “cementerios eco-amigables”;
mientras que en Australia no tenemos más que un puñado aún. La legislación y
los intereses creados de la industria funeraria van aquí por detrás de otros
países, que reconocen los imperativos ambientales. Es fácil de ver por qué: los
monopolios de la industria funeraria valen USD$20 mil millones, de los cuales
el 37% va a una sola empresa: Invocare.
Pero el cambio es
posible y llegará. Los romanos tuvieron que cambiar cuando
se les acabó la madera; los japoneses empezaron a cremar cuando se les acabó el
espacio; las iglesias optaron por espacios públicos cuando no tuvieron más
terrenos propios. Los cristianos gradualmente aceptaron la cremación, antes
prohibida; los coreanos hoy en día realizan ritos funerarios en hospitales en
lugar del rito tradicional en casa. En tiempos pasados la gente se hubiera
horrorizado ante la idea de reciclar tumbas o de enterrar gente una encima de
la otra en el mismo lugar, pero ambas son prácticas cada vez más comunes. ¿Y
quién hubiera pensado que el hacer composta de cadáveres sería un día legal y
culturalmente aceptado en EEUU, un país tan religioso?
Me gustaría la opción verde, devolver a la tierra algo que no contamine. Gracias.
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