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El chino es, sobra decirlo, un idioma radicalmente diferente a los idiomas
europeos. Mucha gente piensa que la principal diferencia es su forma de
escribirse, que sin duda es muy peculiar porque no usa alfabeto. Pero hay otras
dos, igualmente importantes: la primera es que las palabras son monosilábicas, y
se juntan en dos, tres ó más sílabas para crear conceptos. Por ejemplo, ‘dian-nao’
significa literalmente “cerebro eléctrico” y quiere decir computadora.
La segunda es que todas esas sílabas tienen tonos individuales que suben
y bajan, y dependiendo de la entonación, cambia el significado. Este asunto de
los tonos es particularmente difícil cuando uno aprende el idioma, porque al
principio no hay forma de distinguirlos, y uno acaba diciendo una cosa por
otra: si se usa mal el tono en la sílaba xiang, se puede decir
‘extrañar’ en vez de ‘elefante’. Y al pronunciar nombres personales en particular,
puede uno decir cualquier barbaridad en vez del nombre de la persona.
Es por esto que prácticamente todos los chinos que aprenden idiomas y
que lidian con extranjeros, adoptan nombres que puedan ser fácilmente
pronunciables: los nombres chinos de Jackie Chan ó de Jet Li son totalmente
diferentes en su idioma.
Así, a lo largo de los años en China he conocido infinidad de Roberts, Johns,
Peters y Michaels, así como Lindas y Janes. Y recientemente, con la moda de
aprender más idiomas aparte del inglés, para diferenciarse en el mercado de
trabajo, hay gente que adopta nombres como Hans, Camelia y Pietro.
Pero todo este libre escoger nombres también tiene mucho de juego y los
chinos son creativos para escoger sus nombres, ya que saben que no son legales
y que además los pueden ir cambiando, de modo que el tema se ha vuelto una
práctica altamente idiosincrática. Me he topado con gente que, entusiasta de
alguna película, artista o libro famoso, se pone Forrest, Erin, Mason, Celine y
hasta Sherlock. Los niños son también imaginativos y a sus clases de inglés
llegan con nombres como Apple, Smile, Fish, Sky, Tiger y Robot.
A lo largo de los años me he dedicado a registrar los nombres más
peculiares, que incluyen a un fulano que se puso Eleven, y a dos chicas con los maniáticos nombres de Purple Fox y Linkin
Park.
Pero los dos primeros lugares de la lista pertenecen a de un par de
estudiantes de filosofía que conocí hace tiempo en Pekín: el primero se
llamaba One Plus One Is Two y el otro se puso Evil Kitchen.
Y no, no estoy jugando; ese fulano se llamaba Evil Kitchen y lo ponía
en su tarjeta de presentación. Estaba terminando la licenciatura en filosofía y cuando le pregunté
cómo había escogido un nombre tan estrambótico, me soltó toda una disquisición
para justificarlo:
la cocina es como el crisol del alma, en donde se funden todas las cosas que llegan a ella, se mezclan, se especian y generan nuevas propiedades; propiedades emergentes que no estaban en los ingredientes originales. Y le pongo “malvada” porque es una manera de provocar al que me ve: ¿por qué tendríamos que pretender que somos buenos, o que nuestra esencia es buena siempre? Pongo lo contrario para que la gente piense en ese concepto que le asusta y luego me vea, y juzgue si en realidad soy malvado. Pero una cocina no puede ser malvada: es una contradicción; una cocina es más un laboratorio. Si hace cosas malvadas o buenas depende del cocinero. Así que el nombre es una especie de acertijo zen.
Todo eso me lo dijo con la mayor seriedad posible, pero después de
acabar los dos nos reímos mucho y seguimos tomando nuestras cervezas.
Pido mano para ponerle Evil Kitchen a mi futura hipotética banda
de heavy metal.
VIDEO DEL DÍA
Queensryche es una de las bandas más exitosas de
heavy metal de la historia. En los ochentas hicieron varios álbumes muy
memorables, aunque se escuchan poco porque fue realmente a partir de 1991 que
se hicieron mainstream. Aquí una canción que, para seguir a tono con el texto de arriba, tiene un título estrambótico: Sueño
en infrarrojo (I dream in infrared):
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