Por Petra Campbell
(Ver original en: "Oh God please don´t let him die")
“Dios mío, no lo dejes morir, no dejes que
quede como vegetal.
No le puede pasar eso, no es posible. No
puede ser real.
No puedo aceptar que se va a morir.
Por favor no dejes que se muera. ¡Dios,
por favor!
Voy a rezar por él, lo juro.”
La noche del 26 de
mayo de 1977 le rogué a Dios que salvara a Stephen Grunders.
Stephen iba rumbo a
un juego de baloncesto en la Secundaria Spingwood. Normalmente el entrenador
los llevaba a sus partidos, pero ese día no pudo, así que Stephen y sus
compañeros tomaron el tren.
Vi a Stephen esa
tarde en la estación, le deseé suerte. Le dije, “Espero que ganen.” Al bajar en
la estación a Katoomba, los chicos empezaron a caminar rumbo al gimnasio, y fue
entonces cuando un conductor ebrio atropelló a Stephen. Su compañero Mark
Willmot trató de resucitarlo, pero las lesiones que había sufrido en la cabeza
lo pusieron en coma. Cuando me enteré de esto, le rogué a Dios que no se lo
llevara. Prometí rezar si Dios salvaba a Stephen.
Recé y recé.
Mis padres intentaron
consolarme, pero mi padre se hubiera sorprendido si hubiera sabido que yo
estaba rezando. “Rezar no pone comida en la mesa”, nos dijo una vez. En casa no
crecimos con la promesa del cielo ni con la amenaza del infierno. Si
desobedecía los códigos éticos de la familia, se me quitaba algún privilegio
por todo castigo, y viceversa. La actitud de mis padres hacia la religión era
la misma que su actitud hacia el sexo: espera a que tengas 18, y ya entonces lo
evaluarás por ti misma.
De todas formas,
tenía ahí una Biblia de hojas delicadas y forrada en un paño color azul bebé, que mi
católica abuela me había regalado. Muchas veces intenté leerla, para ver de qué
iba todo ese alboroto; pero la verdad es que mis Aventuras de Nancy Drew
eran más emocionante y más fáciles de seguir, mientras que ese Dios era un
viejo barbón que no hablaba bien el inglés y que no sabía nada de chicas
australianas. ¿Y cómo iba a saber? Si mi Australia no existía cuando el Nuevo
Testamento fue escrito y reescrito, más o menos 400 mil veces, según mis
cálculos.
De vez en cuando me
dejaban acompañar a mis amigos a la escuela dominical: recuerdo esas veces, de
pie entre las bancas con un libro de himnos en las manos y moviendo los labios
como si me supiera la letra. En esas ocasiones me preguntaba si no hubiera sido
mejor idea quedarme en casa y limpiar los baños como me lo pedía mamá.
La única vez que vi a
mis padres en una Casa del Señor, fue en una foto: frente al portal de la
iglesia, cuando se casaron. Fue una ceremonia organizada por mi abuela, ya que
papá y mamá de hecho ya se habían casado por lo civil en el ayuntamiento de
Hendon.
Mamá obtuvo su vacuna
contra el catolicismo tras una traumática experiencia en una escuela religiosa.
No experimentó ahí cariño alguno, y más bien fue maltratada por (supuestas)
vírgenes viejas, frustradas sexualmente, y de fiera disciplina. Aunque había varias
escuelas católicas cerca de casa, nuestros padres tenían claro que nosotros
íbamos a tener una educación laica.
“Ninguna escuela les
va a meter a Dios por el cogote a mis niños”, dijo papá. Y mi mamá estuvo de
acuerdo.
De todas formas, mamá
era casi una monja.
Estoy muy muy
agradecida de que mis padres no estuvieran mal de la cabeza. Para cuando iba a
la preparatoria, no me importaba en absoluto brincarme la clase de religión,
mientras mis compañeros asistían a esas “sesiones de lavado de cerebro” como
las llamaba papá.
Aún así, Dios estaba
en mi vocabulario. Mis diarios estaban llenos tanto de blasfemias como de
súplicas. No podía acudir a mamá y papá, porque por lo regular era de sus
castigos de los que me quejaba con Dios.
Hasta 1984 cantábamos
“Dios salve a la Reina” en las asambleas de la escuela. Algunos nos
preguntábamos, de qué tenía Dios que salvarla. Mi papá me dijo que “del maldito
socialismo.” Y pensé, si toda la escuela tiene que ponerse de pie, ver al cielo
con reverencia y pedirle a Dios con voz afinada que salve a alguien tan
importante como la reina, ¿qué se necesitaría para salvar a Stephen Grunders,
un niño comatoso de 15 años en una de las colonias más lejanas de la reina?
Aparentemente era pedir demasiado, aún con toda la comunidad de Blue Mountains
orando.
Dios no escuchó
nuestras plegarias. Tomó la vida de Stephen.
Al siguiente día de
asamblea, el director nos dijo a toda la escuela que Stephen había fallecido.
Se equivocó al decir su nombre y la hora de su muerte, lo que hizo que las
chicas rompiéramos en llanto, incluyendo a su hermana que estaba de pie detrás
de mí. Nos fuimos corriendo de salón en salón, a la biblioteca, al muelle, a
donde fuera, en busca de consuelo.
Cuando llegué a casa
me fui directo a mi diario y confronté a Dios al estilo del reverendo Scott, de
La Aventura del Poseidón:
“Está muerto. Murió anoche.
Dios, ¿por qué? ¿Por qué Stephen? Por
favor dime por qué.
¡Por qué lo hiciste, por qué lo hiciste?
¿Por qué?
¿Qué te hizo él a ti?
Bastardo. De todas formas no creo en ti.
Lo que eres para mí, es alguien a quien
pregunto y le imploro,
y ahora mira lo que has hecho.
Y lo haces a diario. ¡¡¡Por qué!!!”
Dios ha matado a
mucha gente a mi alrededor en mis pocos 15 años, empezando con mi
tío Peter, que tenía 19 cuando tuvo un accidente de motocicleta el año en que
nací y en honor de quien me dieron mi nombre. Luego fue Vicky Barton, de 9
años, violada y asesinada por un chico de 15. Mis dos abuelos por parte de mi
padre, que fallecieron cuando yo tenía dos años así que nunca los conocí. Mi
abuelo materno, en el cumpleaños de mamá; por cierto, Dios, qué cosa más
desagradable es hacer eso. El Sr. Skerrit y su nieto, quemados vivos cuando se
incendió su casa; ¿por qué Dios querría que un niño inocente que aún no ha ni
visto el Evangelio muera así? Luego fue
el Sr. Anderson y otras 82 personas cuando Dios decidió que un tren debía
descarrilarse en Granville, en Bold Street Bridge. También la esposa de mi
profe Bahai de inglés: a Dios se le ocurrió dejarle caer un árbol encima. Y
ahora Stephen. Y habrá más antes de que termine la escuela.
¿Qué clase de dios
amoroso haría eso? O bien Dios no existe, o no es amoroso. Si existe, sólo
podría ser un sicópata asesino en serie que merece ser desterrado de la mente
humana por toda la eternidad. Que le diesen una sentencia de por vida, eterna y
sin posibilidad de libertad condicional, por la maldad que ha cometido contra
la vida en este mundo desde que se nos ocurrió soñarlo.
Estaba teniendo una
epifanía tipo Charles Darwin: como la que él tuvo cuando murió su hermana, pero
en versión quinceañera y sin estudios de biología. Se suponía que Darwin iba a
estudiar al seminario pero, afortunadamente para la humanidad, se hizo hombre
de ciencia. Tuvo la suerte de poder estudiar a la naturaleza en el más brutal
escenario de “supervivencia del más fuerte.” Los animales no tienen pecado
original que dé sentido a sus historias; no hay ningún Bambi comiéndose unas
hierbas en un monte prohibido y atrayendo la furia vengadora para toda su
descendencia. Entonces ¿por qué han sido castigados los animales? ¡Mucho más
que los seres humanos! Darwin concluyó que la muerte es parte de la naturaleza,
que no es buena ni mala, tan sólo es y siempre ha sido.
Darwin escribió en su
autobiografía:
“Un ser tan poderoso
y lleno de conocimiento que pudiese crear el universo es, para nuestras mentes
finitas, omnipotente y omnisciente, y el suponer que su benevolencia no es
ilimitada hace violencia a nuestro entender, porque ¿qué ventaja puede haber en
el sufrimiento de millones de animales a través de los milenios?”
Otro Charles, pero
éste Charles Templeton, un famoso evengelista que rechazaba el cristianismo y
que murió en 2001, estaba de acuerdo con Darwin y así escribió en 1996, en su
libro “Adiós a Dios”:
“Los genetistas dicen
que es un sinsentido el creer que el pecado original es la “razón de todo el
crimen, la pobreza, el sufrimiento y la maldad en general del mundo. La verdad
inescapable es que la vida está predicada en la muerte; cada ser carnívoro debe
matar y devorar a otra criatura, no tiene opción”… “¿Por qué el Gran Diseño de
Dios requiere de criaturas con dientes diseñados para triturar huesos y
desgarrar la carne, con veneno que paraliza, bocas que chupan la sangre,
anillos que comprimen y ahogan, mandíbulas que se desencajan ara poder devorar
entera y viva a su presa?... ¿Cómo podría un Dios amoroso y omnipotente crear
los horrores que contemplamos?”
Los teólogos
cristianos alegan que Dios creó esos horrores y se llevó a Stephen, al Sr.
Skerrit y a su nieto de dos años, a la Sra. Kerrison y la gente del tren a
Sydney, a 200 millones de europeos durante la Peste Negra, a 9 millones más
durante la Primera Guerra Mundial, a 50-100 millones con la Influenza Española,
a más millones de chinos durante el cambio de régimen, y que envía toda clase
de desastres naturales… todo por la estupidez de un solo fulano llamado Adán.
Ese bruto que se comió una manzana cuando Dios le había dicho que no lo
hiciera.
Para ser justos, hay
muchos casos de un solo hombre cambiando el curso de la historia para mal, así
que supongo que quien se inventó ese cuento debe haberse inspirado en cosas que
vio a su alrededor…
Pero luego Dios nos
dio una segunda oportunidad, enviando a su hijo Jesucristo… pero otros bestias
lo volvieron a estropear todo, rechazándolo y clavándolo en unos maderos.
Y eso es más o menos
todo lo que tenemos que saber para ver porqué Dios, amoroso y omnipotente como
es, no usa su poder para detener la maldad, el sufrimiento, el dolor y la
muerte.
Pero momento, hay
más. En ‘All About
God Dot Com’ dicen que Dios puede
ser cruel y ser bondadoso: “Un ser todo amoroso, omnipotente y omnisciente
puede permitir la maldad que desee, sin por ello dejar de ser amoroso; siempre
y cuando por cada acto de maldad exista un bien mayor” ... “La maldad es un
efecto secundario del amor. La maldad sirve el propósito limitado de establecer
relaciones de amor verdadero entre el Creador y la creación, y esa maldad
desaparecerá cuando se cumpla ese propósito.” Estas y otras justificaciones
igualmente estúpidas están ahí escritas, aprobando que los seres humanos se
sigan haciendo cosas horrendas unos a otros.
Yo hubiera pensado
que un concepto como “bondad cruel” sería inmoral, pero yo qué sabía. No he
aceptado la Buena Nueva y según los teólogos, eso quiere decir que no sé lo que
es moralidad, o sea la diferencia entre bien y mal, porque sólo Dios es el creador
y dador de la moralidad. Por otro lado, si creía en Dios y aceptaba el
evangelio, sería ipso facto una persona moral (independientemente de que
lo fuera en realidad o no).
Este concepto tan
simple nos dice que no tenemos poder individual sobre nuestra propia moral.
Para que la moral
viniera de Dios, Dios tendría que existir primero, pero su existencia no ha
sido probada, incluyendo su género, de modo que de ahora en adelante me
referiré a Dios como “ella.”
Pero digamos que Dios
existe. ¿Cómo sabemos que es moral? Hay alrededor de 4200 religiones en el
mundo y muchos más dioses: tan sólo el hinduismo tiene 33 millones. Además las
religiones difieren mucho de unas otras en la interpretación de lo que es
“moralidad” (v.g. el estatus de cosas como poligamia, castigo, esclavitud,
matrimonio infantil, venganza, divorcio, trato a las mujeres). Platón, en uno
de sus famosos diálogos, hace a Sócrates preguntar “¿Lo que es moral: es
ordenado por Dios porque es moral, o es moral porque es ordenado por Dios?” A
esta cuestión se le conoce como el Dilema de Eutifrón.
Si es moral y es por
eso que Dios lo recomienda, entonces la moral es independiente de Dios. Dios
puede ser un observador, igual que nosotros; y las órdenes divinas de todos los
dioses del mundo tendrían que ser siempre los mismos. ¡Pero no lo son! La
moralidad es más bien la evolución de la conciencia humana, de su intelecto y
sus emociones, y su posterior codificación en leyes seculares y códigos
sociales de conducta.
Por otro lado, si
algo es moral simplemente porque Dios lo dice, entonces la moralidad es
arbitraria y subjetiva (aunque sea una subjetividad divina). Esto explica el
porqué no hay consistencia moral entre religiones, y cómo existen grupos
radicales como ISIS, curas pedófilos, fanáticos y líderes carismáticos que
pueden esclavizar mujeres y niños, quemar brujas y empezar guerras injustas.
En palabras de la Alianza
Atea Internacional, “los teístas que dicen que su moral viene de Dios
tienen que afrontar una conclusión desagradable: o aceptan que siguen una moral
arbitraria de un dios arbitrario, o aceptan que no es necesario un dios para
que el ser humano entienda de moral.”
Aún las religiones
aliadas, como las que componen el cristianismo, varían mucho en su
entendimiento de la moral en temas como el aborto, las mujeres en la iglesia y
la homosexualidad. ¿Por qué en una rama del cristianismo está permitido que la
mujer use anticonceptivos o aborte, pero en otra está prohibido? Para algunos
cristianos es moralmente aceptable que una niña violada deba además ser forzada
a tener al bebé de su agresor y a compartir la custodia con él (esto de hecho
es ley en nueve estados de EEUU). Más recientemente, tanto en EEUU como en
México es moralmente aceptable encarcelar a una mujer que ha abortado, por
homicidio.
Sólo podemos concluir
que “si en verdad quieres aceptar tu moralidad como dada por un dios, no
tendrás idea de si tus acciones son morales o no.”
La moral atea se
deriva del entendimiento de cómo las acciones de un ser humano afectan el bienestar
de otro. Hay también una evolución más avanzada que está ganando masa crítica
en la parte más civilizada de los Homo Sapiens. Esto es, considerar no sólo
cómo nuestras acciones afectan a nuestra propia especie, sino a otras especies
y a nuestro entorno. Lo que hacemos con plantas y animales, ríos y montañas, la
tierra y el aire, impacta a todo nuestro medio ambiente, del que dependemos
para sobrevivir.
Estamos usando la
ciencia y la razón en vez de antiguos edictos, para comprender que muchas de
nuestras acciones hacia nuestro medio ambiente son moralmente reprobables.
Mientras algún
fanático estaba sin duda calculando dónde se ubicaba Stephen Grunders en la
escala moral que determine si se iría al Cielo o al Infierno, yo estaba ocupada
no pudiendo creer que alguien a quien había visto hacía unos días ahora estaba
muerto, en una caja de madera, a punto de ser depositado en las entrañas de la
tierra.
“Cuando vi la carroza
fúnebre y las flores por todos lados casi rompo en llanto. Entramos y nos
sentamos y la gente empezó a llegar. Entonces me di cuenta de que el ataúd de
Stephen estaba justo frente a nosotros y entonces empecé a llorar. El sacerdote
me desagradó mucho, con su forma casual de llevar la ceremonia. Seguí llorando
todo el tiempo y no pude leer los himnos a través de las lágrimas. Lo peor fue
cuando levantaron el féretro y lo llevaron por el pasillo: me puse a llorar a
gritos, no podía aceptar que ahí dentro iba Stephen. Cuando pusieron la caja en
la carroza, con las flores, yo seguía aullando.
“Jim Mackenzie vino y
me tomó la mano, me rodeó con el brazo y me trató de consolar, que fue hermoso
porque necesitaba a alguien. Luego todo mundo se quedó de pie, los guardias de
honor se alinearon, y luego los estudiantes de mi escuela y el resto de la
gente, para que pasara la carroza. Empecé a llorar de nuevo.
“De ahí fuimos a
Pinegrove. Por la carretera avanzaba la carroza, seguida por un auto negro
donde iban los Grunders, y luego una larga fila de otros autos. Pinegrove era
un cementerio muy hermoso en verdad; ahí la gente empezó a bajar y los
compañeros de baloncesto de Stephen llevaron el ataúd hasta un gran hoyo
abierto en la tierra. Lo colocaron en unas poleas y lo bajaron lentamente.
“No podía con la idea
de estar caminando sobre los muertos, y que Stephen sería ahora uno de ellos.
Cuando llegó al fondo del hoyo, volví a llorar y los demás también lo hicieron.
El señor y la señora Grunders arrojaron unos puñados de tierra sobre el ataúd y
las flores (polvo al polvo) y otra mujer arrojó varias flores. Me tapé los
oídos porque no soportaba el sonido de las poleas y de la caja tocando la
tierra al llegar.”
Fue mi primer
funeral. Un funeral inglés clásico, solemne y deprimente. A los 15 años, nunca
pensé que mi primer funeral sería el de un compañero de clase.
Pensé que Stephen
regresaría al polvo de donde vino, no a un Cielo lleno de nubes mullidas ni a
un infierno ardiente. Y aunque existiera el infierno, Stephen no hubiera ido
ahí; Stephen era un buen chico.
“Polvo eres y en
polvo te convertirás” viene de Génesis 3:19: “Con el sudor de tu rostro
comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado;
pues polvo eres, y al polvo volverás.” Aunque me parecía de miedo eso del
polvo al polvo me hacía sentido. Nacemos de la tierra, con toda esa comida que
mamá empacaba y nos la hacía llegar por su cordón umbilical y luego con su
leche y luego en nuestros platos del desayuno y de la cena. Y a la tierra
volvemos, regresándole todos nuestros nutrientes al descomponernos; el ciclo
incesante de la vida en el mundo. Estamos hechos de todo y de todos los que han
pasado por aquí, de manera un poco “madre cósmica.” Una especie de
reencarnación, pero no a través de cuerpos nuevos sino por los incontables átomos
que forman el mundo y que con método y azar se rearreglan constantemente para
formar nuevos bloques de vida.
Querido Diario, 1977
Sigo obsesionada con
los chicos, esta vez es uno que se llama Stephen. Se salió de la escuela y
parece que me ignora, pero por fin me dice que salgamos y vamos al cine en
Sydney. Le digo que también me quiero salir de la escuela y hacerme mujer
policía, y se poner a reírse. Me dice que no porque pueda arrojar un disco en
la clase de atletismo, significa que puedo lidiar con borrachos en un bar.
De abril a mayo, mi
diario está lleno de salidas a conciertos y problemas con chicos; Steve me
gusta y yo no le gusto: vamos en un tren y a él no le interesa sentarse conmigo.
Mi padre haciéndome ir de cross country y castigándome luego por algo
que hice mal; salidas a películas aburridas y visitas a escuelas para partidos
amistosos. Yo, entrenando un equipo de niñas de netball y comprando
blusas satinadas que no me gustan mucho pero que quizá si tejo una bufanda roja
se vean mejor.
La vida es simple
aunque los problemas con los chicos sean recurrentes. Hasta llegar a:
Mayo 26.
Querido diario, la
cosa más horrible ha pasado, Steven Grunders fue arrollado por un coche. Oh
Dios, le pegó en Katoomba, la noche que lo vi en el tren y le deseé suerte.
Ahora está en condición crítica y clínicamente muerto; está en coma y si sobrevive
¡quedará como vegetal! Dios mío, no lo puedo creer; Steven, es tan bueno y sus padres,
ya tuvieron que verlo pasar por una cirugía de corazón. Lo que me revuelve el
estómago es que el conductor tenía 19, estaba borracho e iba a más de 100
kilómetros por hora. ESTÚPIDO. Mark Wilmet le intentó dar respiración boca a boca
y sigue en shock. Dios mío, cómo puede pasar esto. Justo estaba yo hablando con
él, hace nada. No se puede morir, Dios mío no lo dejes morir o quedar como
vegetal. No puede pasarle eso, no puede ser real, no puedo aceptar que se vaya
a morir. Por favor no lo dejes morir, ¡Dios por favor! Voy a rezar, lo juro.
Mayo 27
Está muerto. Murió
anoche. Dios, ¿por qué? Porqué Stephen. Dímelo, ¡por qué lo hiciste! Acabo de
enterarme, Helen le dijo a Mark y él me lo dijo a mí. Me puse a llorar y me fui
a la biblioteca. Jo, Debbie y JB fueron también y nos pusimos a hablar de la
muerte y seguimos llorando y corrimos fuera de la biblioteca. En la asamblea
anunciaron su muerte y dijeron mal su nombre, lloré de nuevo y su hermana
también lo hizo, y también Helen, y Judy, Tracey, Lola y Jenny. Luego tuvimos
una discusión muy larga y me sentí un poco mejor, pero no lo sé, ¿por qué él?
Era tan bueno, lo último que le dijo a Mandy fue “te quiero”; su mamá nos dijo
que el último mes y medio había estado más feliz que nunca. Todo el día ha sido
una mierda y el lunes voy a su entierro. Dios, daría lo que fuera porque
regresara, lo que fuera. Maldita sea, no es justo. ¡Por qué, por qué, por qué!
Wain me llamó, estaba
borracho, me enojé con él y colgué. Estoy triste.
Mayo 30
Hoy fue el funeral.
Fue horrible. El señor Cabell me recogió, cuando llegamos y vi la carroza y las
flores casi me quiebro; entramos y nos sentamos y la gente llegó. Luego me di
cuenta que el féretro estaba justo frente a mí y no pude más, me desmoroné.
Lloré todo el tiempo y no pude ni leer los himnos.
…
Regresamos a casa
después. Nadie dijo una sola palabra. He estado en casa sintiéndome como la
mierda. Dios. ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué? ¿Qué te hizo él a ti? Maldito, ni
siquiera creo en ti de todas formas.
…
Tengo tres nuevos
pollos y les puse Grunts, Grunt y Grundies.
Netball. Perdimos el partido. Wain estaba ahí.
Mayo 31
Hoy no ha pasado
nada. Estoy triste por Stephen.
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