“De mi padre no aprendí técnicas, sino un código de honor”.
Esas son las palabras de Gong Er, la hija del gran maestro de artes
marciales Gong Yutian, en la película The Grandmaster, del director Wong Kar-wai.
Esta película, excelente en su cinematografía y exuberante en sus
escenas de combate, no es una película del típico estilo wuxia (de artes
marciales), sino que en su esencia es una historia acerca de la filosofía y el
pensamiento que inspira a estas disciplinas: lo que se discute son las
tradiciones, la ética y los códigos de conducta de los practicantes, la idea de
nación y pertenencia, de honor y de integridad; a los que sólo incidentalmente
se les da forma en escenas de duelos de habilidad combativa.
La escena del encuentro de los dos grandes maestros Gong Yutian del norte,
e Yip Man del sur, para establecer la sucesión, no es la más espectacular pero
sí la más profunda: esperando un pirotécnico duelo de habilidades marciales, nos
encontramos con el insólito reto del maestro Gong, que extiende su mano con una
hogaza de pan y reta al maestro Yip a romperla.
Ambos maestros, cada uno con una mano en la hogaza de pan, se enfrascan
en una increíble danza de sutileza y concentración, que es en realidad hacerse
uno con el arte, y que es una referencia a la famosa leyenda del gran maestro de
Tai Chi, Yang Luchan (楊露禪, 1799-1872) de quien se decía que había llegado a tal perfección de
control corporal, que teniendo a un gorrión en la palma de su mano, podía
evitar que alzara el vuelo tan sólo moviendo su mano lo suficiente para que el
ave no pudiese encontrar un punto de apoyo.
La película sigue un simbolismo paralelo de lo individual y lo
universal, mostrando las dicotomías en las actitudes de los practicantes hacia
el arte marcial así como los problemas históricos internos y externos de China
dentro de la dualidad ‘norte contra sur’. Los conflictos íntimos de los
personajes, la tradicional rivalidad geográfica de las escuelas, y el
desgarramiento en su guerra contra Japón y en su búsqueda de identidad propia en
un periodo histórico de grandes cambios, se hacen patentes a través de gestos
mínimos y alguna palabra lacónica.
Esta constate dicotomía, o tensión, es mostrada también en el refrán del
maestro Yip en el que resume su actitud: “uno horizontal, uno vertical”, que es
tanto un asir la totalidad de las cosas, como un tomar partido —o asumir una
posición— en cada momento dado, para ser el que termina “vertical”, o
victorioso.
Al final de la historia, cuando cada personaje principal ha pasado por
sus pruebas y tribulaciones particulares y ha emergido victorioso o derrotado, pero
siempre habiendo buscado su propia integridad, la trágica Gong Er se pregunta,
con una tristeza que toca el principio más íntimo de toda enseñanza:
“¿Es esta mera colección de escuelas todo lo que queda del mundo marcial?”
No, Gong Er, aunque así lo pueda parecer a veces. El espíritu permanece,
a veces en la sombra.
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