Vista aérea de una aldea tradicional
china. La cámara vuela alrededor mostrando los techos curvos y las calles
llenas, hasta que se detiene y comienza a acercarse a un barrio de comerciantes
de seda. Una gran cantidad de gente habla ruidosamente, camina presurosa y
algunos transportan pacas de telas envueltas.
La cámara vuela de nuevo por sobre
una pared blanca con remate negro, mostrando un patio interior donde muchos
trabajadores se afanan preparando tintes rojos y azules.
* * *
Un gusano se arrastra sin ruido a lo
largo de una rama del árbol que lentamente devora.
Destruyendo, sí. Creando, sí.
Futuros senderos de seda que se
arrastran y dejan huellas. ¿Podría alguien saber si esos trazos que avanzan
entre las ramas no se parecen de alguna forma a los trazos futuros que finos
hilos seguirán en un telar, o a las rutas a seguir en trayectos a otras
tierras, o a las figuras caprichosas que el viento forma en el aire con la cola
de un pañuelo?
Árbol devorado. Nutrido para su
propósito, semilla de volición humana. Tierra humedecida, acariciada y
pisoteada. Donde una red de brazos de madera liban y se tuestan. Brazos que se
levantan para ver la luz y luego son comidos por gusanos.
Silenciosas sendas de seda.
Un pañuelo liviano y casi transparente
se envuelve y flota alrededor del cuello de Carmen, saludando al hombre que
camina al otro lado de la calle. Tan sólo unos pasos separan sus ojos de la
posibilidad de ver el abismo, que se encarna con gracia en una presencia que
juega alrededor de piel suave. Lo Otro aparece usando máscara. Pero sólo la
periferia más externa de su visión lo atrapa, en toda su pureza, sin
distorsión, a plena luz. ¡Ah! No puede asirlo. Tan sólo siente una pequeña
punzada de dejà vu.
- Todas las Caras de la Moneda, Cap.
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