In memoriam, Fátima e Ingrid
El doble 0 del código
de James Bond: “007”, significa que tiene licencia para matar bajo su propio
criterio, sin ser juzgado por ello.
Pues bien, en México
hemos obtenido licencia para dejar de ser humanos, para convertirnos y
comportarnos como monstruos, de forma impune.
En los últimos pocos días
hemos sido testigos de dos actos atroces, en contra de una joven de 25 años,
Ingrid, y de una niña de 7 años, Fátima. Los actos cometidos son
indescriptibles, cometidos por seres perturbados y monstruosos.
Fátima tenía la edad
que tiene mi niña. El pensamiento es absolutamente insoportable. Pero también
insoportable es la cotidianeidad en la que se ha convertido esta danza macabra.
Para ser objetivos:
la atrocidad del hombre hacia el hombre ha estado siempre con nosotros, pero a
lo largo de siglos y milenios hemos ido saliendo de la selva del barbarismo y
construyendo sociedades en las que la interacción que llamamos “civilizada” es
necesaria y asegurada por las leyes. Todas las sociedades tienen su fracción de
gente perturbada y criminal, pero estas pulsaciones bestiales que forman parte
de la naturaleza humana son controladas por la educación social por un lado, y
por las leyes por el otro.
Sin embargo, el que
hayamos avanzado como especie no significa que en ciertos lugares se den pasos
hacia atrás bajo ciertas circunstancias, generalmente guerras, crisis
económicas o tiranías. Sería un error pensar que la cotidianización de la
violencia en México es reciente: de hecho el país tiene una larga y sangrienta historia.
Sin tener que ir hasta las Guerras Floridas de los aztecas, el siglo 20 comenzó
con las atrocidades de la guerra civil que llamamos Revolución Mexicana, y más tarde
las Guerras Cristeras (1926-29). Después, durante varias décadas hubo una especie
de paz dictatorial, en la que se entendía que la ley más o menos funcionaba al
castigar a un criminal común.
A principios de los 60s,
sin embargo, se fundó la “prensa roja” mexicana, con la infame revista Alarma!,
que comenzó publicando fotos de accidentes, pero que pronto degeneró a publicar
fotos de crímenes violentos. Mientras que en otros países este tipo de
publicaciones están prohibidas, esa revista, una de muchas que siguieron, llegó
a tener una circulación semanal de más de 500 mil ejemplares. Cuando yo era niño,
a fines de los 70s, esas revistas estaban restringidas en los mostradores; en
2016 que paseaba por la ciudad de México con un amigo chino, se espantó al ver
que en cualquier quiosco en la calle, había por lo menos tres revistas de este
tipo colgadas a la vista de todos, exhibiendo cabezas cercenada en primera
plana.
Este morbo enfermizo,
por sí solo, no nos hace monstruos: el cine extremo y el “torture porn” es
famoso en Europa y EEUU desde los años 20. Siempre hay salidas para la necesidad
catártica de transgresión, así sean este tipo de entretenciones extremas. Pero el
segundo ingrediente es la impunidad del crimen en una sociedad.
La justicia mexicana
es famosamente imperfecta; desde que era niño recuerdo chistes burlándose de
ella, y recuerdo la mención de los famosos “tehuacanazos”. Sin embargo, era
imperfecta en el sentido de la justicia de un sistema dictatorial: que persigue
enemigos o fabrica culpables cuando le conviene; no era imperfecta para decir “robas
o matas, y no te pasa nada.” El entendimiento era que para un crimen común, si
te pescaban ibas a la cárcel.
Eso ha cambiado. No
sé exactamente cuándo porque no soy experto, pero lo que sé es que hubo un
momento en que los crímenes de alto y bajo nivel empezaron a dejar de tener
siquiera chivos expiatorios. El abogado Polo del Real, asesinado a plena luz
del día en un restaurante en Monterrey (1996) y el cardenal Posadas (1997)
fueron ejemplos puntuales tempranos. Los “narcosatánicos” (1989), las Muertas
de Juárez (desde 1993), la Masacre de Acteal (1997) y las violaciones en la Cd.
de México (desde 1996) son ejemplos de tendencias.
Esto es lo
perturbador: en 2006 asistí, por motivos que no vienen al caso, a una conferencia
de seguridad y criminalidad en Los Pinos, a donde asistieron gobernadores o
Secretarios de Seguridad de todos los estados del país. En la reunión, una
persona del gobierno federal explicó con gráficas que de cada 100 crímenes,
sólo X % se reportan, de esos sólo X % se persiguen, sólo X % se llevan a
juicio, etc… hasta llegar a que sólo el 1% de los crímenes en efecto se castigan.
Eso lo escuché de un funcionario del gobierno federal hace 14 años, y el número
prácticamente no ha cambiado desde entonces. Si acaso, la percepción social de
ese hecho se ha vuelto más aguda y lacerante. En Monterrey, en 2009, un periodo
que muchos llamamos “La Violencia”, hubo decapitados, carros incendiados en
avenidas grandes a mitad del día, colgados y balaceados en puentes peatonales,
levantados, y bombas en estacionamientos de centros comerciales. Esto se vio en
todo el país: en Monterrey que es mi ciudad lo experimentamos como
especialmente perturbador porque siempre habíamos pensado que ese tipo de
violencia existía “en otra parte.”
No sólo llegó a nuestras
casas sino que fue impune en prácticamente todos los casos.
Así sigue.
Esto no es culpa de
un solo gobierno o un sexenio, como simplistamente queremos siempre hacer. Esta
tendencia lleva décadas: la normalización de las escenas de violencia extrema,
el hacerlas parte del paisaje, el publicar las fotos más sangrientas y el no encontrar
nunca a ningún culpable, por décadas, nos ha traído a este punto.
Una persona
perturbada y criminal, tenía cierto freno: el hecho de que la sangre era más
rara, el hecho de que el castigo era más probable.
Pero hoy tienen licencia
para ser el monstruo que prefieran.
Hoy la tristeza
por Ingrid y por Fátima y por miles más, me embarga.
Pero México puede ser otro, y de hecho es otro: porque hay más, mucho más gente que son como la tripulación de VivaAerobus, que llevaban a Johnatan a ver el mar.
Hagamos porque éste y no la sangre, sea nuestro paisaje.
El silencio no es opción.
ht
Pero México puede ser otro, y de hecho es otro: porque hay más, mucho más gente que son como la tripulación de VivaAerobus, que llevaban a Johnatan a ver el mar.
Hagamos porque éste y no la sangre, sea nuestro paisaje.
El silencio no es opción.
ht
Espantada. Así vivo cuando escucho estas atrocidades. Tengo hijos! Por Dios! Qué padre/madre va a estar tranquilo con una situación así? IMPUNIDAD es lo que nos acaba, por parte del gobierno, normalización, por parte de nosotros mismos como sociedad. Excelente aportación, don Alfonso. @giselagil
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