miércoles, 16 de octubre de 2019

Tomarse en serio el aprender a jugar


Antes he dicho que definir la experiencia del amor es una empresa prácticamente infinita: una definición por cada alma que la ha experimentado. ¿Cómo será entonces la definición de la vida, que engloba al amor y mucho más?
Curiosamente, la vida se ha definido de forma mucho más sencilla, básicamente como esfuerzo o gozo alternados. Claro que cada pensador o corriente filosófica carga la mano de uno u otro lado:
Así, tenemos a poetas (tristes) o religiones (casi tristes por definición) que la ven más como “un mar de lágrimas”; o del otro lado de la barda, poetas (exaltados) e ideologías (peligrosamente igual de exaltadas) que la ven como gozo constante o alguna empresa que requiere que tú y que toda la sociedad ponga una mirada beatífica mirando al horizonte para luchar/esperar/pregonar un gozo en un horizonte que nunca termina de llegar.
Como todos los extremos, ambos se equivocan porque la vida no es una joya terminada sino más bien el recorrido de un equilibrista en la cuerda floja.
La vida, más razonablemente, es lo que hacemos de ella. La actitud ante ella es lo que la forma: así puede San Juan sentirse libre en su mazmorra o los grandes emperadores pueden sentirse esclavos de su propio poder.
¿Qué se necesita entonces para la libertad?
El arrojo para tomar la Oportunidad, que por buena razón la pintan calva. El entusiasmo que viene de saber que es efímera y que hay todo por descubrir; la filosofía para aceptar los reveses y saber que habrá forma de empezar de nuevo. La sagacidad para entender las reglas, saber llevarlas y saber romperlas.
Y el buen humor para comprender que todas estas cosas las engloba una y sólo una actividad humana:

Cuando eres niño, crees que la vida es juego;
cuando eres adulto, entiendes que la vida es juego.



Gracias a @VMOSN, la frase es cortesía suya; el rollo patatero es mío.


  

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