Para mi hermana Sara, mis hermanos Alejandro y Óscar,
y para todos ustedes que juntos hemos decidido ser familia.
No tiene mucho de particular que un costal de carne y huesos se la haya pasado respirando, comiendo tacos y deambulando por la tierra durante poco más de 18 mil días.
He pasado por lo mismo
que pasamos todos, detalles más, detalles menos. Ir de aquí para allá a veces
con pausa y casi siempre con prisa, aprender un oficio, compartir, mentir, alegrarse
con las auroras, cometer miles de estupideces y tener la suerte de enmendar una
o dos de ellas, llorar pérdidas, renovar esperanzas que creías idas, recoger
pedazos de corazón roto y arrepentirse al ver a alguien recoger pedazos del suyo.
Nada fuera de lo
común.
Pero lo que celebro
hoy no es la permanencia de mi cuerpo sino la riqueza inmerecida que me han
dado aquellos a quienes he conocido. Si Borges dijo que se enorgullecía no de
lo que había escrito sino de lo que había leído, así me enorgullezco yo de
quienes me han formado.
He tenido a la mejor
familia del mundo, y he tenido a los mejores amigos del mundo.
A todos ustedes, que
me han compartido lo más valioso que tienen: su tiempo, y que me han ayudado a
llenar con sus cualidades esta vasija que soy: a ustedes, gracias.
Schrodinger se preguntaba,
¿qué si la conciencia es un singular cuyo plural no podemos imaginar? ¿Qué si nuestros
ojos son la forma en la que el universo se ve a sí mismo?
Pues yo sí me lo puedo
medio imaginar, gracias a ustedes: porque a través de sus ojos me han ayudado a
ver el mundo de muchas formas y me han hecho ser mejor.
Gracias a todos por
acompañarme en esta nave azul pálido, en estas 50 vueltas al sol, sean décadas o
pocos meses los que hayamos compartido, estemos cerca o al otro lado del océano. Somos ojos emparentados para ver juntos
el mundo.