domingo, 31 de marzo de 2019

Soy fantástico (excepto cuando no lo soy)



La verdad, la pura verdad, así sin falsa modestia, soy muy buen maestro. Además, como decía mi abuela, la modestia es para los que no tienen nada qué presumir.

Mi fantasticidad para enseñar no viene sólo del hecho que durante 30 años me he dedicado a enseñar todo lo que he aprendido: es algo que, para mi fortuna, ha estado siempre conmigo. ¿A qué me refiero? Aquí una estampa:

Una vez, estando en quinto de primaria, llegó mi mamá a recogerme a la escuela. Mi profesor le dijo, “Venga conmigo, tengo algo que mostrarle de Alfonso.” Se lo dijo con tal solemnidad y la hizo caminar con tal sigilo por el pasillo, que mi mamá pensó que había apuñalado a otro niño o algo por el estilo. Cuando llegaron a donde el profe quería, que era la biblioteca de la escuela, le hizo seña de no hacer ruido y abrió la puerta, indicándole que se asomara dentro. Mi mamá no vio ninguna escena sangrienta: ahí estaba yo, en una mesa rodeado de otros niños, diciéndoles de los tamaños relativos de los planetas y cómo había una tormenta en Júpiter que era más grande que toda la Tierra.

Ya antes he explicado que he sido un nerd toda la vida, pero eso no basta para poder enseñar. El enseñar requiere de una combinación de varias cosas en medidas muy precisas: un deseo de compartir, otro deseo de ser aceptado, una o muchas pizcas de exhibicionismo… es ser un chismoso de lo peor, acerca de todo el conocimiento que vas acumulando.

Otra cosa que ha contribuido a que sea un maestro fantástico es que mis padres, los mejores padres en la historia del universo, siempre promovieron en mi hermana y en mí la curiosidad. En todo tema, aún en temas que no eran en absoluto de su interés o a los que incluso se oponían: míralo, estúdialo y saca tus conclusiones. Mi padre fue uno de esos hombres renacentistas y autodidactas de los que ya no existen, porque hoy en día para todo necesitamos licencias y papeles que nos avalen. Pero él se hizo ingeniero civil a base de disciplina férrea, y prácticamente no había cosa que practicara en la que no fuera un experto: cocina, jardinería, reparación de cualquier máquina que le pusieran enfrente. Probablemente podría haber reparado el Tardis si Dr. Who se lo hubiera llevado roto. Eso sí, decía que “para el violín no servía”, pero esa frase lo que quería decir es que claro que habrá cosas para las que no seas bueno, pero que no sea por falta de haberlo intentado.

A lo que voy es que esa misma curiosidad me llevó a intentar aprender varias cosas, que luego he enseñado con entusiasmo: inglés, música, historia, artes marciales. Enseñar cada una de esas es completamente diferente de las otras en muchos aspectos, pero muy parecido en otros, y este reconocimiento te va dando lentamente una idea de qué significa enseñar, más allá del tema específico.

Otra cosa que me ha servido infinitamente es haber enseñado en muchos lugares y a mucha gente diferente: he enseñado artes marciales en México, música en España, computación en Estados Unidos, e inglés en China. En China particularmente, enseñé inglés por dos años, a alumnos desde pre-primaria hasta posgrado, y de todas las extracciones sociales.

Todas estas experiencias han contribuido a que al día de hoy, pueda decir sin rubor que, si estamos hablando de los cinco ó seis temas con los que me siento a gusto, me puedo plantar sin problema ante la audiencia que me pongan enfrente. Quizá uno de los momentos más sorprendentes fue una vez en 2007, en el que me invitaron a participar en un “Foro Internacional de Educación” en Morelia, Michoacán, para hablar de mi experiencia como profesor en China. Yo acepté encantado, pero cuando llegué al evento, me horrorizó ver que eso no era un simposio como lo había imaginado, sino un mítin político de una de las secciones más radicales del sindicato de maestros de México. Había más de cuatro mil participantes y las sesiones a las que me metí eran verdaderos rallies de consignas en contra de un intento de reforma educativa que se estaba promoviendo en ese momento. Cuando finalmente empezó mi evento, estaba yo con otros tres panelistas: un brasileño, un argentino y un venezolano en cuyos discursos no hicieron más que hablar de resistencia, del imperialismo yanqui, de la lucha de clases y del activismo en las calles. El público, alrededor de 1500 maestros, estaba gritando y aplaudiendo tales consignas. Yo estaba ahí completamente fuera de lugar.

Finalmente fue mi turno de hablar.

No sé si esperaban que les empezar a decir de las luchas de Mao contra la opresión del imperio, pero no hice nada ni remotamente parecido. De lo que les hablé fue sólo de mi experiencia en China como profesor, y de cómo el ver a una sociedad que durante milenios ha dado el valor más alto a la educación y la disciplina, me cambió la vida. Les conté anécdotas vividas en carne propia: cómo respetan al maestro, cómo la relación maestro-alumno es sagrada, y cómo tienen asumida la disciplina y el estudio.

No hubo ni un grito ni una rechifla. En la sesión de preguntas y respuestas, cada uno de los otros ponentes tuvo dos ó tres, y yo tuve casi 40.

Sin ningún tipo de jactancia puedo decir que ha sido uno de los momentos más exitosos que he tenido como maestro. La pregunta final que me hicieron, fue literalmente, “¿cómo crees que podemos salir de nuestros problemas sociales, políticos, económicos y de relaciones internacionales?”

Mi respuesta fue: “Si pudiera contestar eso, no estaría Calderón de presidente, sino yo. No sé cuál es la respuesta, pero sé que necesariamente pasa por las manos de ustedes, que todos los días tienen frente a sí a los niños de nuestro país.”

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Me precio mucho, muchísimo, de ser un buen maestro. Amo profundamente a mis alumnos y ocasionalmente encuentro reciprocidad en ellos, y eso es invaluable. Y luego, ver a un exalumno tener éxitos espectaculares en su vida y saber que has sido una pequeña parte de eso, es un sentimiento que de ninguna manera se puede describir con palabras.

Y sin embargo, aún con todo lo que me precio de mi habilidad, sé que hay cosas, muchísimas cosas incluso dentro de la educación, que no puedo hacer; para las que soy totalmente incompetente. Hace poco escribí acerca del Principio de Peter: esa teoría que dice que puedes ir subiendo escalones jerárquicos en una organización y ser bueno en todos ellos. Pero llega un punto en el que el conjunto de habilidades que se necesitan para el siguiente escalón son muy diferentes y si no las posees, pasas de ser muy bueno en el Nivel 5, a muy malo en el Nivel 6.

Por supuesto, todo eso de lo de “ser fantástico” no es nada más que hipérbole y juego. He dedicado mi vida a la educación, soy buen maestro, hasta muy bueno. Pero estoy seguro, más allá de toda duda, de que si mañana me ofrecieran ser el Secretario de Educación Pública de México, y lo aceptara, crearía ahí una catástrofe. No podría aceptar ese puesto de ninguna manera: mi vida de educación no me ha enseñado cómo administrar un monstruo de ese tamaño, cómo lidiar con sindicatos agresivos, cómo cabildear para implementar una política pública; ni mucho menos tengo las conexiones personales de años que me pudieran permitir navegar esa organización. Sería, en suma, un acto de extrema irresponsabilidad de mi parte aceptar ese puesto.

No importa qué tan buen profe sea, ni qué tan buenas sean mis intenciones.





VIDEO DEL DÍA

Instinct es una película de 1999 con Anthony Hopkins y Cuba Gooding, Jr.  En esta magistral escena, conocida como “Control” ó “Ilusiones”, un hombre que ha descubierto la libertad más salvaje, confronta a su civilizado interrogador:



  

3 comentarios:

  1. Me dio gusto leer su post. Yo soy profesor y de morelia; y tambien estuve en varios eventos así a veces como ponente y son experiencias invaluables. Me hubiese gustado verlo.

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