Fredrik
Andersen, Rani Lill Anjum, Elena Rocca
ABSTRACT
Los científicos buscan eliminar todos los sesgos posibles de sus
investigaciones. Aun así, al llevar a cabo sus actividades, todos ellos necesariamente
trabajan bajo varios supuestos de naturaleza no-empírica, como los conceptos de
causalidad, determinismo y reduccionismo. Nuestro argumento es que, ya que estos
“sesgos filosóficos” no pueden ser evitados, deben ser debatidos críticamente.
Los sesgos de cualquier tipo van en contra de los ideales científicos de
objetividad, transparencia y racionalidad, de modo que los científicos tratan
de evitarlos a toda costa. La comunidad de la ciencia ha realizado grandes
esfuerzos para detectar y examinar críticamente los diferentes tipos de sesgos
que pueden aparecer en sus labores. Un ejemplo de esto es el catálogo de sesgos que afectan la
evidencia médica, compilado por el Centro de Medicina Basada en Evidencia, de
la Universidad de Oxford. Esta visibilidad es considerada crucial para hacer
que la ciencia avance hacia la objetividad y la transparencia.
Sin embargo, hay una excepción a la regla, y a esta excepción la llamamos
“sesgo filosófico”. Este sesgo se refiere a supuestos implícitos en la ciencia,
que nos dicen cómo es el mundo (ontología), qué podemos saber de él (epistemología)
y cómo debe practicarse la ciencia misma (normatividad). Estos sesgos filosóficos
influencian, justifican y permiten la práctica científica: esto es, son parte
integral de la ciencia.
Una suposición filosófica cuenta como sesgo porque direccionan el
desarrollo de las hipótesis, el diseño de experimentos, la evaluación de la
evidencia y la interpretación de resultados. Para dar un ejemplo relacionado
con la Causalidad: al escoger un método para establecer la relación entre una condición
médica y un virus, primero debemos saber cuál es nuestra idea de “causalidad”;
y esta idea es una parte de la ciencia que no se descubre por experimentación,
sino que es una suposición tácita en nuestra metodología.
Ejemplos de sesgo
filosófico
Practicar la ciencia sin suposiciones filosóficas básicas es imposible.
La pregunta es: ¿todas estas suposiciones son sesgos? Afortunadamente no es
así: con frecuencia estas suposiciones se escogen de forma deliberada y
explícita, y se usan como premisas auxiliares. Por ejemplo, para lograr que un
modelo funcione, se adopta una suposición filosófica de determinismo; que
quiere decir que si sabemos las condiciones iniciales de un sistema, sólo
podemos tener un resultado. Digamos que creamos un modelo de crecimiento
poblacional que asume que el crecimiento está completamente determinado por la densidad
inicial. Así, si observamos una desviación de nuestra predicción, tendremos
evidencia de que hay
otros factores que afectan el crecimiento, además de la densidad inicial.
Por lo tanto, aún si no “creemos” que el determinismo es verdadero en toda situación,
el hacer la suposición sirve este propósito práctico al experimento.
Al escoger suposiciones de esta manera explícita, no les llamamos “sesgos”.
Pero en la mayoría de los casos, de hecho los científicos no están conscientes
de ciertas suposiciones y de cómo influencian su trabajo. Cuando existe una premisa
implícitamente aceptada en nuestros métodos y teorías, es que se convierte en
sesgo filosófico. Ahora bien, ¿cómo afectan estos sesgos a las ciencias de la
vida?
Los sesgos filosóficos típicamente son adquiridos durante la educación científica,
la práctica profesional y otras tradiciones que definen un paradigma; es por
esto que personas con diferente formación científica adoptan diferentes tipos
de sesgo. Por ejemplo: la biología se ocupa tanto de entes como de procesos,
y la suposición ontológica más común es que los entes (v.g. proteínas) son cosas más fundamentales que los procesos,
ya que éstos se generan por la interacción de los entes. Los biólogos
moleculares normalmente asumen esta postura; la habilidad de un ente como una
proteína para interactuar con otra, depende de su estructura, de modo que para
entender las interacciones hay que entender primero el detalle de los entes involucrados.
Sin embargo, hay quienes toman la postura de que los procesos son más fundamentales
que los entes. Desde este punto de vista, los entes son resultado de procesos que
son estables en el tiempo, y la mejor manera de entender el comportamiento de
un ente es estudiar sus relaciones con otros, no su estructura interna. Este
punto de vista es más típico de quienes estudian ecología, pensando en términos
de sistemas en donde las propiedades de un individuo o de una especie están determinadas
por sus relaciones entre sí y sus relaciones con el medio ambiente.
La tensión entre estas dos posturas ontológicas no es puramente
abstracta: puede tener consecuencias en lo práctico. Por ejemplo, los ecólogos
y los biólogos moleculares sostenían diferentes posiciones respecto a los OGMs
en los primeros debates acerca de su seguridad. Los ecólogos por un lado, se
enfocaban en lo impredecible de los efectos que estos cultivos podrían tener en
el medio ambiente, mientras que no tenían opiniones fuertes acerca de las diferencias
entre estos organismos y los cultivos tradicionales. Por el otro lado, los biólogos moleculares
enfatizaban la equivalencia fundamental entre uno y otro cultivo, ignorando la
cuestión de impacto ambiental.
Un debate
similar surgió en el tema de aplicar métodos tradicionales de reproducción,
a organismos genéticamente modificados. Un lado consideraba a la nueva planta
como un híbrido convencional y argumentaba que su seguridad se puede inferir a
partir del conocimiento previo acerca de la seguridad de sus progenitores. Esta
postura asume que la complejidad es definida como combinaciones de partes que
en sí mismas no cambian. Pero ante esta opinión, se oponía otra que argumentaba
que no se puede inferir la seguridad de la planta de esta forma; su concepto de
complejidad es el de una cualidad emergente, en donde las partes pueden perder
sus propiedades en el proceso de interacción.
Con estos ejemplos podemos darnos cuenta de que es crucial que los
tomadores de decisiones, como gobiernos o agencias reguladoras, estén
conscientes de estos aspectos no empíricos de la ciencia, al debatir regulaciones
en temas controvertidos.
Debates filosóficos
en ciencia y medicina
¿Los científicos se preocupan por este tipo de sesgos filosóficos? En su
Estructura de las Revoluciones
Científicas, Thomas Kuhn propuso la idea de paradigmas y de los cambios de
paradigma en la ciencia. En un paradigma, existe un consenso generalizado
acerca de las principales teorías, conceptos, preguntas relevantes, procedimientos
y mecanismos básicos de investigación. A esta fase, Kuhn la llamó “ciencia normal”,
y argumentó que en ella el principal trabajo del científico es ir llenando las
lagunas de conocimiento presentes dentro de ese paradigma. Aquí, hay poco
interés en discusiones filosóficas acerca de los conceptos fundacionales de una
teoría. Pero de acuerdo a Kuhn, cuando la comunidad científica empieza a
meterse en debates filosóficos acerca de su tema, puede ser que sea inminente
un cambio de paradigma.
Probablemente el ejemplo más famoso de este proceso es el ascenso de la Teoría
Cuántica en la física, que desafió muchos conceptos básicos acerca de la
causalidad, el espacio, el tiempo y el determinismo. Los famosos debates entre
Einstein y Bohr jugaron un papel central en el desarrollo del entendimiento de
esta teoría.
Actualmente, podemos ver síntomas de una crisis paradigmática en los
debates que se están dando en la ciencia médica en muchas de sus ramas: modelos para entender
la diferencia entre salud y enfermedad, enfoques para llegar a
decisiones óptimas, normas
para la recolección de conocimiento médico. Una de las discusiones importantes
es acerca del modelo que discrimina entre salud y enfermedad y que ha dominado
la práctica médica por décadas. Los críticos de este modelo argumentan que es
reduccionista, que se enfoca únicamente en el nivel físico y que ignora la influencia
de factores sicológicos y sociales en la biología humana.
Otro debate filosófico actual en la ciencia médica es acerca de las pruebas
controladas aleatorizadas (PCAs) y su estatus como “regla de oro” para el establecer
la relación causa-efecto. En una PCA, un factor se define como causal si los
resultados del grupo de prueba y los resultados del grupo de control son diferentes
de forma estadísticamente significativa. De acuerdo a las normas vigentes, los
resultados de un PCA deben
ser usados como guía para decisiones clínicas en individuos. Sin embargo
esta postura crea una tensión entre la perspectiva de la salud pública —en
donde las recomendaciones se dan a nivel poblacional— y la perspectiva clínica,
que es a nivel individual. Se puede argumentar que tratar a un paciente desde
el punto de vista de “qué funciona para un grupo” es una muestra de la falacia
ecológica; o sea, de inferir de lo grupal a lo particular. Pero por otro lado esta
inferencia es válida bajo el punto de vista del “frecuentismo”, que asume
propensiones derivadas de verdades estadísticas. Podemos ver así que las
tensiones entre la teoría y la práctica médica son tensiones con orígenes en
sesgos de ontología, epistemología y normatividad.
¿Deberíamos tratar de evitar el sesgo
filosófico en la ciencia?
Normalmente, la concientización es el primer paso hacia superar
cualquier tipo de sesgo; pero esto no aplica en el caso de sesgos filosóficos. Acabamos
de ver que es fundamental tener premisas básicas con las cuales trabajar; éstas
representan el prisma con el que evaluamos nueva información. Así que si estas
premisas son desafiadas, lo único que podemos hacer es reemplazarlas por nuevas
premisas y nuevos sesgos. Por ejemplo, si rechazamos el dualismo, el
reduccionismo o el determinismo, tenemos que adoptar una alternativa: holismo,
emergencia, indeterminismo. ¿Por qué los investigadores debieran molestarse con
estas cuestiones?
En primer lugar, el reconocer sesgos filosóficos es útil porque expone
la realidad de perspectivas
en competencia, lo que es crucial para el progreso de la ciencia, pues evita
que se convierta en una empresa dogmática. Un ejemplo: el riesgo toxicológico
de exposición a químicos complejos se ha calculado tradicionalmente por medio
de una fórmula “por partes”. Se toma cada componente del químico a evaluar, se
evalúa su toxicidad individual y se le asigna una fracción dentro del todo, con
una “dosis de referencia” que es considerada segura. Después se usa una fórmula
para combinar todas las fracciones de los componentes, y se llega a la predicción
de toxicidad total.
Este método ha sido criticado como una
forma de reduccionismo, tomando partes individuales y recombinándolas para
llegar a una conclusión. Aunque ha sido aceptado por largo tiempo como el más confiable,
se han empezado a considerar
suposiciones que proponen que los riesgos aparecen al nivel de emergencia del todo, y
no pueden ser evaluados viendo meramente las partes. Esta nueva postura ha
llevado a la creación de un nuevo sistema de predicción de riesgos llamada
Toxicología Basada en Ecosistemas.
En segundo lugar, los sesgos pueden influenciar resultados, en especial
cuando el sesgo es epistemológico (“qué podemos saber”). Esto es, ante cierta
evidencia, un investigador puede enfocarse en la Confiabilidad como la característica
más importante de su prueba. Este investigador valuará un PCA por encima de
evidencia epidemiológica. Pero otro investigador preferirá tener evidencias
convergentes de varios métodos, como epidemiología, respuesta a dosis, y
mecanismos probables. Otro más preferirá la “validez externa”, con muestras representativas
de casos relevantes. Idealmente, cualquiera de estos tres investigadores debería
de poder argumentar porqué considera su propio método como superior a los otros,
y el concientizarse de los sesgos es parte necesaria para tale argumentos.
La discusión acerca
de ciencia y filosofía
¿Qué podemos hacer para promover el debate acerca de sesgos filosóficos
en la ciencia? El reconocer su existencia es punto de partida, pero la
responsabilidad no puede ser de los investigadores solamente. Debemos
desarrollar una cultura de discusión crítica de temas conceptuales y
meta-empíricos, que debería incluir a universidades, centros de investigación y
revistas especializadas. Los filósofos de la ciencia debemos contribuir al
proceso tratando de invitar a investigadores y estudiantes a discusiones acerca
de normas, métodos y prácticas de la ciencia.
En nuestro instituto (el Centro Noruego de Filosofía Aplicada) hemos
visto que estudiantes e investigadores se han interesado en el tema una vez que
se concientizan de él. El sistema de educación noruego tiene una larga tradición
de inclusión de filosofía de la ciencia en sus currículums, y las universidades
polacas son famosas por su rigurosa educación científica impartida a sus
estudiantes de filosofía. Este tipo de iniciativas apuntan hacia donde queremos
ir: científicos informados en temas filosóficos, y filósofos de la ciencia con
conocimiento científico, preparados para debatir entre sí en temas que son de
alta relevancia para ambos.
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