Para Coco
Hoy por la mañana recibí en el correo un regalo: el más reciente libro
de Antonio Mezcua, doctor por la Universidad de Granada y que ha dedicado los
últimos 15 años de su vida a la investigación de la cultura china, en especial
su pintura paisajística. Antonio y yo nos conocimos en el año 2000, ambos
recién llegados a China en aquél momento. Desde ese entonces, él se convirtió
en artista visual –combinando sensibilidades occidentales y orientales en
fotografía, pintura y performances visuales/musicales–, en profesor titulado de
yoga, y en catedrático que ha desarrollado su trabajo de investigación en
Granada, en París y en Oxford.
Su primer libro y tesis doctoral fue “Concepto de Paisaje en China”, del
que conservo con infinito cariño una copia en la que me invitó a participar
como primer lector; y el nuevo libro que ahora leo es una continuación de aquel
trabajo, menos académica y más poética, titulada “La Experiencia del Paisaje en
China”, que con una maravillosa combinación de erudición y sensibilidad
describe esta manifestación artístico-cultural, y lo hace de una forma a la vez
vivida de forma íntima, como englobadora en sus alcances. Como él mismo dice, “desde
un punto de vista unificado… teniendo en cuenta todas sus manifestaciones de
pintura, diseño de jardines, literatura o asentamientos en parajes montañosos.”
Abordando los temas del paisaje como lugar de jornada espiritual, de
espacio social y de recinto familiar, podemos ir apreciando la infinidad de
manifestaciones filosóficas, lúdicas y sicológicas que tan caras son al
pensamiento oriental, si bien no son tan explícitos como en nuestra propia
tradición crítica. Así, viendo al paisaje como trasfondo callado pero
indispensable, vemos cómo se manifiestan en primer plano la música, los juegos,
los paseos y las ceremonias, siendo cada uno matizado sutilmente por ese fondo
benevolente y que todo lo abarca.
Reproduzco aquí el breve prólogo de este libro, para dar al lector una
idea de la sensibilidad con la que se desarrolla este magnífico texto:
*
Miramos una montaña, y en sus perfiles anatómicos pareciera convertirse
en un perfil humano. Miramos la palma de nuestra mano, y en sus líneas
parecieran reflejarse las nervaduras parpadeantes de las raíces de un árbol.
El paisaje son las líneas que la historia grava en la palma de la mano
de la naturaleza, caminos entremezclados y superpuestos en jeroglíficos de una
escritura que brota sólo cuando se contempla.
La naturaleza inabarcable, en su infinito transcurrir lítico, se
humaniza en el paisaje. La humanidad, en su fulgor atropellado, puede
armonizarse y reconciliarse consigo misma en el paisaje. Pero la humanidad es
aún salvaje y transforma el paisaje en una pálida imagen agónica de lo que pudo
ser su paraíso.
El infierno es una pesadilla adherida en las nervaduras de la historia,
y en el paisaje quedan las heridas, las llagas que supuran esa fiebre
autodestructiva que guía nuestros pasos. Testimonios ciegos de catástrofes,
guerras, genocidios, masacres, paisajes desolados por la muerte hueca. ¿Qué
miedo sostiene la huída del hombre de sí mismo? ¿Qué aberrante sed le empuja
por una sinrazón milenaria de lucha contra sus fantasmas?
Miramos a nuestros ojos y sus iris radiolares tienen las manchas de un
dolor atávico que sólo un océano infinito podrá redimir.
Océano que existe más allá de estas montañas. En su ausente centro hay
una isla donde sobrevive el primer (último) ser humano. Esta isla se denomina
la Isla del Fin (del comienzo). Caminando hacia sus entrañas encontramos un
jardín que se expande según los pensamientos de este último ser. Es éste el
primer paisaje que contemplara la utopía de un paraíso nunca perdido
(encontrado), serenidad de unos seres que consiguieron llegar a ser plenos y
cuyos perfiles contemplamos en las anatómicas metamorfosis cambiantes de las
montañas.
*
Mezcua López, Antonio José. La
Experiencia del Paisaje en China. 《Shanshui》 o Cultura del Paisaje en la Dinastía Song. Madrid: Abada Editores.
El libro se puede conseguir aquí:
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