La novela de detectives es uno de los géneros más populares que hay,
pero a 170 años de haber sido inaugurado, seguimos sin tener personajes tan
memorables como los creados en sus primeros años.
Siempre ha habido historias y cuentos de misterios que son resueltos por
algún hombre de ingenio. Por ejemplo, hay una historia china del siglo II, que
relata cómo el rey Sun Liang encuentra al culpable de poner excremento de rata
en una jarra de ciruelos enmielados, por medio de una deducción digna de
detective moderno:
Hizo que uno de sus asistentes tomara una pieza de excremento, y que la cortara con un cuchillo. Observándola, Sun Liang sentenció, ‘El interior está completamente seco. Si el cocinero lo hubiera puesto ahí desde un principio, para este momento ya debería de estar embebido también de miel. De modo que no hay duda que fuiste tú el que lo colocó ahí después de sacar los ciruelos del jarrón.’
Las tradiciones persas y turcas también son ricas en cuentos con este
tipo de deducciones, y Voltaire hace uso de varios de estos recursos en su
novela Zadig (1747), que de hecho está basado en un cuento persa. Aunque Voltaire
usa esto más como complemento del relato, y no como parte principal.
Edgar Allan Poe fue quien fundó la novela de detectives moderna con su
historia Los Crímenes de la Calle Morgue en 1841, e inauguró también la convención
de los personajes principales: el detective genial, que en este caso es Auguste
Dupin; y su compañero que lo ayuda a esclarecer el crimen, pero que aquí
permanece sin nombre y es quien narra la historia. El detective Dupin todavía protagonizó
un par de historias más hasta 1844, la más famosa es La Carta Robada, que
populariza la idea de “esconder algo a plena luz”: el documento que busca la
policía no puede encontrarse por más que ponen patas arriba el departamento del
ladrón, buscando hasta dentro de las patas de las sillas. Pero Dupin llega y la
encuentra en segundos, pues estaba ‘escondida’ justo encima de la chimenea. Poe
le llamó a este tipo de cuentos, “historias de raciocinio.”
Luego fue por supuesto Arthur Conan Doyle quien tomó estos elementos y creó
al icónico detective Sherlock Holmes y a su fiel Doctor Watson, e introdujo
otro de los que pasarían a ser parte favorita de los clichés del género: Moriarty
o la némesis, el enemigo perpetuo cuyos poderes mentales igualan o rebasan a
los del héroe. Estudio en Escarlata, la primera historia de Sherlock Holmes,
apareció en 1887; y aunque Doyle quiso matar a su creación, sus fans no se lo
permitieron y siguió publicándose hasta 1927.
Y en este momento entra a escena la ama y señora, reina indiscutible del
género: Agatha Christie. Mientras que los cuentos de Poe son prototipos y
Holmes es el clásico, Agatha Christie definió el género como se conoce, en
específico la parte en la que el lector es, digamos, cómplice del detective,
pues va sabiendo los mismos datos que éste. Esto es muy diferente de las
historias de Sherlock Holmes, en las que el lector tan sólo puede seguir el
relato, y maravillarse ante los poderes de deducción del detective, pero no
tiene ninguna manera de adivinar el misterio. Las obras de Christie son, por
otro lado, una invitación al juego: un reto divertido de convertirse en
detective, y ver si nuestra deducción fue correcta al final.
Sus más famosos personajes, el obsesivo detective Hércules Poirot y su
fiel Capitán Hastings, no son tan queridos como Holmes y Watson, pero tampoco
les van mucho a la zaga. Hicieron su aparición en 1920 con El Misterioso Caso
de Styles y protagonizaron docenas de historias, de las cuales la más popular
es por supuesto Asesinato en el Orient Express (1934).
Mucho furor ha causado J.K. Rowling con las increíbles ventas de los
libros de Harry Potter, pero la falta bastante para alcanzar a Agatha Christie
como reina de las ventas: el total de sus obras está en tercer lugar de los
libros más vendidos, sólo detrás de la Biblia y de Shakespeare. Casi dos mil
millones de copias.
Publicó 66 novelas de detectives, y la sexta, El Asesinato de Roger
Ackroyd (1926) es mencionada con frecuencia como obra maestra del género, por su final extremadamente
sorpresivo.
SPOILERS:
En él, Agatha Christie usa el recurso
de “narrador no confiable” para dar un final que hoy llamamos ‘twist’, y que
pone al lector de cabeza. Esta técnica fue explorada por Ambrose Bierce en su
magnífico cuento corto El Incidente del Puente del Búho (An Occurrence at Owl Creek Bridge, 1890) y
continúa siendo efectivo cuando se hace bien, sobre todo en cine, con obras
como Se7en (1995), The Usual Suspects (1995) y The Sixth Sense (1999).
FIN DE SPOILERS.
Si nunca se ha puesto a leer novelas de
Agatha Christie, todas son fantásticas y cada una es más frustrante que la
anterior porque rara vez podemos adivinar quién diantres es el asesino. Si no
tiene nada que hacer un fin de semana, le recomiendo mis favoritas:
El Misterio de las Siete Esferas (The
Seven Dials Mystery, 1929)
El Misterio de la Guía de Ferrocarriles (The
ABC Murders, 1936)
Diez
Negritos (And Then There Were None, 1939)
Cinco
Cerditos (Five Little Pigs, 1942)
La
Ratonera (Three Blind Mice, 1950)
Intriga
en Bagdad (They Came to Baghdad, 1951)
El
Espejo Roto (The Mirror Crack'd from Side to Side,
1962)
Después de ella vinieron una gran cantidad de otros autores. Por
ejemplo, siguiendo la línea clásica, Ellery Queen y Perry Mason fueron muy
exitosos; y luego hubo otros detectives pero en géneros nuevos como el hard-boiled
ó el noir, con personajes a lo Mike Hammer, que explotaban más que el misterio
en sí mismo, el ambiente gangsteril y el machismo del protagonista. Sin
embargo, hasta hoy seguimos sin tener quién sea el heredero de Sherlock Holmes
ni de Poirot, y como prueba están las nuevas series y películas que se siguen
haciendo de ellos.
Nada como los clásicos.
VIDEO DEL DÍA
La inmortal Marlene Dietrich
estelarizó esta adaptación de 1957 de una de las mejores historias cortas de
Agatha Christie, Testigo de Cargo (A
Witness for the Prosecution, 1948):
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