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Antes —quizá hace 15 años— decía(mos) que “le pasó al amigo de un
amigo”, ó que “escuché que le pasó a un conocido”, o alguna otra relación
igualmente vaga. Hoy, digo que me ha pasado a mí, y a amigos cercanos, a familiares.
Asaltados, golpeados y abandonados en mitad de la carretera, secuestrados, desaparecidos,
muertos. Sin sentido.
En los ochentas y noventas, era el DF ese lugar peligroso, que
atemorizaba. Hoy es en todos lados. Sé lo que es tener el cañón de una pistola
apuntándome a la cara dentro de mi propia casa. Seis años después de ese día,
sigo aquí, pero muchos otros no.
Todos morimos, esa no es la cuestión. El punto es que es diferente vivir
en un tiempo en el que la mayor parte de la gente muere de vejez, de alguna
enfermedad o algún accidente; que en un tiempo en el que grandes cantidades de
personas empiezan a morir de muerte violenta y sin razón. Tampoco hablo de una
guerra formal, en la que por lo menos hay un suprasentido, un marco de
referencia aceptado. No: no es lo mismo morir en medio de una guerra que en medio
de la putrefacción social y la degradación humana. No es lo mismo luchar juntos
con la cabeza en alto, con rabia, que matarse unos a otros como menos que
bestias. Parafraseando al personaje interpretado por Al Pacino en Perfume de Mujer
(1992): es triste ver a un soldado regresar de la guerra con el cuerpo
mutilado; pero es trágico ver a una sociedad entera con el alma mutilada.
Dentro de la medicina tradicional china una de las historias mejor conocidas
—que ejemplifica la decadencia del cuerpo pero que tiene mucho hacia dónde
extrapolar— es la siguiente:
En una visita al palacio, el médico imperial notó cierta palidez e incomodidad de movimiento en el rey, a quien dijo, “Señor, su cuerpo ha contraído una enfermedad, permítame darle una sopa que restablezca su vigor.” El rey, enojado, le dijo, “¿Acaso quieres traerme mala suerte? ¡Me siento bien y mi salud es inmejorable! Aléjate de aquí con tus malas intenciones.”
Más adelante el médico vio de nuevo al rey, y le dijo, “Señor, veo en su semblante que la enfermedad avanza, déjeme prepar una infusión de hierbas y raíces medicinales para usted.” Pero el rey, que se sentía bien todavía, lo alejó de nuevo.Un mes más tarde, el médico volvió a decir, “Señor, necesita usted un tratamiento urgente con las agujas de acupuntura; su enfermedad avanza.” El rey, que se había sentido mareado durante unos días, de nuevo ignoró el consejo con disgusto.Al poco tiempo, el médico imperial tomó sus cosas y huyó de la capital con su familia. Dos semanas más tarde, el rey comenzó a sentirse realmente mal y llamó al médico, pero nadie pudo hallarlo. En pocos días, el rey empezó a vomitar sangre y murió.Cuando muchos años después alguien encontró por casualidad al antiguo médico imprerial, le cuestionó su decisión. Este dijo, “Cuando la enfermedad está en la piel, puede tratarse mejorando la alimentación; cuando pasa a los músculos se requiere de hierbas potentes; cuando se infiltra en los huesos es necesario tomar medidas drásticas como las agujas y hasta la amputación; pero cuando llega a la médula, no hay nada más que hacer sino esperar la muerte. El rey no quiso reconocer a tiempo su enfermedad ni tratarla sino hasta que fue demasiado tarde. Yo no podía hacer nada para salvarlo cuando finalmente me llamó.”
Un país —una sociedad— puede degenerar de forma similar a un cuerpo
humano, y aunque no ‘muere’ como un cuerpo, sí puede pasar por periodos
dramáticos de enfermedad que debe ser reconocida y tratada, enfermedad que si
se deja avanzar deja daños irreparables. Al parecer, México no tiene ya una simple
gripe: ha pasado a etapas mucho más graves. La enfermedad está cerca de los
huesos. El tratamiento requerido es más drástico cada día que se pospone su
aplicación. La gangrena requiere de amputación. El procedimiento es horrible y
la secuela difícil de aceptar sicológicamente, pero el paso del tiempo orilla a
que las opciones se reduzcan más y más hasta que la decisión se tenga que tomar
porque ya no quede más opción, porque estemos acorralados y la alternativa sea
la desintegración. Amputación, quimioterapia: son palabras que nunca
quisiéramos escuchar respecto a nuestrpo cuerpo. De igual manera nunca
quisiéramos escuchar las frases Estado de Excepción, o Ley Marcial, en nuestra
sociedad.
Y no es tampoco cuestión de endurecer los castigos. Algunas veces he
discutido con amigos acerca de la Pena de Muerte. Yo en lo particular no tengo
ninguna objeción moral contra el concepto. ¿Aplicarla en México contra ciertos
tipos de delincuentes, como algunos pregonan? Absolutamente no. La pena de
muerte puede estar presente si y sólo si el sistema legal funciona con un
mínimo de confianza. Tomemos por ejemplo a Estados Unidos, Francia y China,
tres países radicalmente diferentes en sus ideologías y sus formas de
estructurarse, pero que sin embargo tienen algo en común: si tú cometes el acto
X, la respuesta es el acto Y. Poca importancia tiene si la consecuencia de un
acto son tres cachetadas en la plaza pública o un hachazo en el pescuezo, lo
esencial es que a X, sigue Y. Pero cuando puedes cometer el acto X, sin que
pase absolutamente nada, a ningún nivel, y no sólo es la norma aceptada sino
que además es glorificada y ostentada sin rubores, entonces es que la
enfermedad está en los huesos.
El lector dirá que en los tres países mencionados —y de hecho en toda
la historia de la humanidad— la justicia siempre es y ha sido bastante menos
que perfecta. En Estados Unidos, de donde tenemos más noticias, ha habido
barbaridades siempre, desde Sacco y Vanzetti hasta OJ Simpson. Pero no se pide
lo perfecto, sino un nivel mínimo de consistencia que, como decía, cree la
confianza generalizada en el sistema.
Recientemente en China se hizo famoso el caso de un matrimonio joven que
tontamente dejó solo en el coche a su bebé de 7 meses por unos cuantos minutos,
para regresar y descubrir que un ladrón se había llevado el vehículo (sin saber
que llevaba un bebé dormido). Cuando el bebé se despertó, el ladrón entró en
pánico y sin saber qué hacer, arrojó a la criatura a la nieve, donde murió. A
los pocos días, no pudiendo soportar la culpa, se entregó a la policía
voluntariamente. Las palabras literales de la policía en los medios fueron: “El
hombre hizo lo correcto al entregarse y se lo reconocemos. Su castigo, sin
embargo, es la muerte.” La decisión fue universalmente aceptada.
La foto del comienzo del artículo es un acercamiento de un brazo
gangrenado. La parte del centro hacia la derecha es la muñeca. Si el lector se
atreve, puede seguir el link para ver la foto original y observar el tejido negro,
totalmente muerto, de la mano. Tomó tiempo llegar a ese estado tan espantoso, y
esa mano ya no se puede salvar. ¿Dónde está la línea, cuál es el límite de
dolor que hay que cruzar para aplicar el tratamiento, o para pedir ayuda?
Porque puede ser que un día el olor a putrefacción obligue a que vengan los
vecinos, lo queramos o no.
Es mas facil acatar un problema cuando es pequeño y todavía no crece, pero cuando ya toma fuerza la situación se vuelve mas difícil y como mencionas, las medidas que se tienen que tomar son mayores, mas fuertes y requieren de un esfuerzo mayor.
ResponderEliminarPero nunca debes de perder la esperanza, nunca podemos dejar de luchar para ser mejores personas, y yo creo que se debe de empezar con lo primordial: tú mismo, ya que uno se encuentra listo y apto para la batalla es cuando empiezas a contagiar a las personas que te rodean y estas a las que las rodean y asi la pelea ya no es de una persona contra un gran problema, ahora es de un grupo de personas con un mismo objetivo y eso siempre es mejor !
Saludos !
Gonzalo Baxter E.
De acuerdo, Gonzalo: el propio esfuerzo, el ejemplo que contagia, es la mejor arma. Estamos y seguimos juntos en esto.
ResponderEliminarAcabo de descubrir tu blog, Alfonso, gracias a un comentario de Gusa en un grupo de Facebook. He leído sólo dos posts de "El mundo es extraño" y ya me parece interesante.
ResponderEliminarGonzalo comenta que es más fácil abordar un problema cuando es pequeño, y lleva razón. Lo que ocurre, en general, es que no hacemos caso de los problemas pequeños (como esperando a que crezcan) y nos dejamos llevar por la parálisis del análisis cuando son mayores.
Reflexiones como a tuya invitan a pasar a la acción. Muchas gracias y comparto.
Lourdes Tebé
Hola Lourdes, muchas gracias por tu comentario! Cierto lo que dices acerca de los problemas pequeños que no nos llaman la atención... quizó creemos que somos inmortales y no necesitamos hacer nada ahora mismo. Espero que podamos departir de este y otros temas aquí en el blog o en algún foro de FB. Saludos.
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