La verdad, la pura verdad, así sin falsa modestia, soy muy buen maestro. Además, como decía mi abuela, la modestia es para los que no tienen nada qué presumir.
Mi
fantasticidad para enseñar no viene sólo del hecho que durante 30 años me he
dedicado a enseñar todo lo que he aprendido: es algo que, para mi fortuna, ha estado siempre conmigo. ¿A qué me refiero? Aquí una estampa:
Una
vez, estando en quinto de primaria, llegó mi mamá a recogerme a la escuela. Mi
profesor le dijo, “Venga conmigo, tengo algo que mostrarle de Alfonso.” Se lo
dijo con tal solemnidad y la hizo caminar con tal sigilo por el pasillo, que mi
mamá pensó que había apuñalado a otro niño o algo por el estilo. Cuando
llegaron a donde el profe quería, que era la biblioteca de la escuela, le hizo seña
de no hacer ruido y abrió la puerta, indicándole que se asomara dentro.
Mi mamá no vio ninguna escena sangrienta: ahí estaba yo, en una mesa rodeado de
otros niños, diciéndoles de los tamaños relativos de los planetas y cómo había
una tormenta en Júpiter que era más grande que toda la Tierra.
Ya
antes he explicado que he sido un nerd toda la vida, pero eso no basta para
poder enseñar. El enseñar requiere de una combinación de varias cosas en
medidas muy precisas: un deseo de compartir, otro deseo de ser aceptado, una o
muchas pizcas de exhibicionismo… es ser un chismoso de lo peor, acerca de todo
el conocimiento que vas acumulando.
Otra
cosa que ha contribuido a que sea un maestro fantástico es que mis padres, los
mejores padres en la historia del universo, siempre promovieron en mi hermana y
en mí la curiosidad. En todo tema, aún en temas que no eran en absoluto de su
interés o a los que incluso se oponían: míralo, estúdialo y saca tus conclusiones.
Mi padre fue uno de esos hombres renacentistas y autodidactas de los que ya no
existen, porque hoy en día para todo necesitamos licencias y papeles que nos
avalen. Pero él se hizo ingeniero civil a base de disciplina férrea, y prácticamente
no había cosa que practicara en la que no fuera un experto: cocina, jardinería,
reparación de cualquier máquina que le pusieran enfrente. Probablemente podría
haber reparado el Tardis si Dr. Who se lo hubiera llevado roto. Eso sí, decía
que “para el violín no servía”, pero esa frase lo que quería decir es que claro
que habrá cosas para las que no seas bueno, pero que no sea por falta de
haberlo intentado.
A
lo que voy es que esa misma curiosidad me llevó a intentar aprender varias
cosas, que luego he enseñado con entusiasmo: inglés, música, historia, artes
marciales. Enseñar cada una de esas es completamente diferente de las otras en
muchos aspectos, pero muy parecido en otros, y este reconocimiento te va dando
lentamente una idea de qué significa enseñar, más allá del tema específico.
Otra
cosa que me ha servido infinitamente es haber enseñado en muchos lugares y a
mucha gente diferente: he enseñado artes marciales en México, música en España,
computación en Estados Unidos, e inglés en China. En China particularmente,
enseñé inglés por dos años, a alumnos desde pre-primaria hasta posgrado, y de
todas las extracciones sociales.
Todas
estas experiencias han contribuido a que al día de hoy, pueda decir sin rubor
que, si estamos hablando de los cinco ó seis temas con los que me siento a
gusto, me puedo plantar sin problema ante la audiencia que me pongan enfrente.
Quizá uno de los momentos más sorprendentes fue una vez en 2007, en el que me
invitaron a participar en un “Foro Internacional de Educación” en Morelia,
Michoacán, para hablar de mi experiencia como profesor en China. Yo acepté
encantado, pero cuando llegué al evento, me horrorizó ver que eso no era un
simposio como lo había imaginado, sino un mítin político de una de las secciones
más radicales del sindicato de maestros de México. Había más de cuatro mil participantes
y las sesiones a las que me metí eran verdaderos rallies de consignas en contra
de un intento de reforma educativa que se estaba promoviendo en ese momento.
Cuando finalmente empezó mi evento, estaba yo con otros tres panelistas: un
brasileño, un argentino y un venezolano en cuyos discursos no hicieron más que
hablar de resistencia, del imperialismo yanqui, de la lucha de clases y del
activismo en las calles. El público, alrededor de 1500 maestros, estaba gritando
y aplaudiendo tales consignas. Yo estaba ahí completamente fuera de lugar.
Finalmente
fue mi turno de hablar.
No
sé si esperaban que les empezar a decir de las luchas de Mao contra la opresión
del imperio, pero no hice nada ni remotamente parecido. De lo que les hablé fue
sólo de mi experiencia en China como profesor, y de cómo el ver a una sociedad que
durante milenios ha dado el valor más alto a la educación y la disciplina, me
cambió la vida. Les conté anécdotas vividas en carne propia: cómo respetan al maestro, cómo
la relación maestro-alumno es sagrada, y cómo tienen asumida la disciplina y el
estudio.
No hubo
ni un grito ni una rechifla. En la sesión de preguntas y respuestas, cada uno de
los otros ponentes tuvo dos ó tres, y yo tuve casi 40.
Sin
ningún tipo de jactancia puedo decir que ha sido uno de los momentos más
exitosos que he tenido como maestro. La pregunta final que me hicieron, fue
literalmente, “¿cómo crees que podemos salir de nuestros problemas sociales,
políticos, económicos y de relaciones internacionales?”
Mi respuesta
fue: “Si pudiera contestar eso, no estaría Calderón de presidente, sino yo. No
sé cuál es la respuesta, pero sé que necesariamente pasa por las manos de ustedes,
que todos los días tienen frente a sí a los niños de nuestro país.”
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Me
precio mucho, muchísimo, de ser un buen maestro. Amo profundamente a mis
alumnos y ocasionalmente encuentro reciprocidad en ellos, y eso es invaluable.
Y luego, ver a un exalumno tener éxitos espectaculares en su vida y saber que
has sido una pequeña parte de eso, es un sentimiento que de ninguna manera se
puede describir con palabras.
Y
sin embargo, aún con todo lo que me precio de mi habilidad, sé que hay cosas,
muchísimas cosas incluso dentro de la educación, que no puedo hacer; para las que soy
totalmente incompetente. Hace poco escribí acerca del Principio de Peter: esa
teoría que dice que puedes ir subiendo escalones jerárquicos en una organización
y ser bueno en todos ellos. Pero llega un punto en el que el conjunto de
habilidades que se necesitan para el siguiente escalón son muy diferentes y si
no las posees, pasas de ser muy bueno en el Nivel 5, a muy malo en el Nivel 6.
Por supuesto, todo eso de lo de “ser fantástico”
no es nada más que hipérbole y juego. He
dedicado mi vida a la educación, soy buen maestro, hasta muy bueno. Pero estoy
seguro, más allá de toda duda, de que si mañana me ofrecieran ser el Secretario
de Educación Pública de México, y lo aceptara, crearía ahí una catástrofe. No
podría aceptar ese puesto de ninguna manera: mi vida de educación no me ha enseñado
cómo administrar un monstruo de ese tamaño, cómo lidiar con sindicatos
agresivos, cómo cabildear para implementar una política pública; ni mucho menos
tengo las conexiones personales de años que me pudieran permitir navegar esa organización.
Sería, en suma, un acto de extrema irresponsabilidad de mi parte aceptar ese
puesto.
No
importa qué tan buen profe sea, ni qué tan buenas sean mis intenciones.
VIDEO DEL DÍA
Instinct
es una película de 1999 con Anthony Hopkins y Cuba Gooding, Jr. En esta magistral escena, conocida como
“Control” ó “Ilusiones”, un hombre que ha descubierto la libertad más salvaje,
confronta a su civilizado interrogador: