Hay dos cosas que se leen seguido en el internet y que me dan urticaria
mental. Bueno, son tópicos que están en todos lados, pero en el internet se
leen más seguido porque si uno tiene la costumbre de ver redes sociales, son
mensajes que no se pueden evitar ver cada cinco minutos. Son como ruido de
fondo y uno aprende a brincar esos mensajes tan pronto como un golpe de vista
nos revela lo que son; pero son tan frecuentes que a veces no se puede menos
que entornar los ojos y escribir un post.
La primera de las dos cosas es eso de lo “natural”. Alguien me dice por
ahí que quiere bajar de peso, porque para su desgracia no nació durante el
Renacimiento, cuando podría haber sido celebrada como musa de algún pintor
famoso. ¿Qué no es hermosa la vista de ese bajo vientre y esas caderas
munificentes de los cuadros que cuelgan del Louvre? ¡Si tan cerca como los años
sesentas celebrábamos los jamones de Parma de las actrices de cine y las
rumberas! Pero en fin, el caso es que para desgracia general, la moda de verse
como junkie –que francamente es un asalto no sólo a la vista sino al tacto
amoroso, porque ¿quién quiere encajarse la cavidad cotiloide del hueso coxal,
estando en mitad de un arrebato romántico?– pero digo que esa imagen de ‘prisionero
de guerra recién rescatado’ es la que impera, porque hemos decidido –aunque a
mí nadie me pasó el memo– que un infame cártel de zares de la moda
apertrechados en París y Milán, tiene la potestad de decirle a todo Cristo cómo
hay que verse para ser deseable. Y digo yo, ¿deseable para quién? Porque ni un
caldo decente sale de ahí.
El caso es que la chica de la que hablo, a base de pura repetición debe
de tener metida en la cabeza tal necesidad de ser gollumescamente delgada: de
tanto ver a esas pobres creaturas que caminan por la pasarela como robots a
punto de desarmarse debido a algún algoritmo mal programado. Yo para aminorar
su angustia, le espeto sin rubores un chiste de familia:
“Mira: la Naturaleza es sabia. Tú come lo que quieras y deja que el
cuerpo tome la forma que le parezca más adecuada.”
Y sí, le saco el obligado “:D”
pero me dice que no sea salvaje, que comer en demasía blablablablabla. Pero
mujer, le digo (y más en general, a la gente que no tiene idea de lo que
significa un chiste): lo que quiero es hacerte reír y que te olvides por unos
momentos de tus manías, instigadas desde lejos por sabrá Dios qué misógino
glamoroso y decadente.
El humor sutil es sin duda una de las funciones más superiores –si no la
más alta– de entre las funciones superiores de la mente: la más filosófica, la
que muestra un más alto grado de entendimiento. ¿Será que nos estamos haciendo torpes
para reconocerlo últimamente? Quizá el internet nos está haciendo densos, a
base de no poder ver los gestos ni escuchar las inflexiones de voz. Le digo: obviamente,
mujer, no quiero que comas para que te veas como atracción de circo. Pero
cómete una pizza sin remordimientos de vez en cuando. Y ahí es cuando sale con:
“Pero yo prefiero una dieta más natural”.
Um. Pues.
Qué te diré.
Dejemos de lado lo de enflacar o engordar. Pero le digo, una pizza es
tan natural como la miel. Tú no ves un árbol de miel ni un árbol de pizzas.
(Bueno OK, sí está la miel de maple pero me estoy refiriendo a la miel de
abeja. Obviamente. ¿Qué? ¿Que no es obvio? Um, mire, mi estimado lector: estoy
tratando de ilustrar un punto, así que no me mortifique con pequeñeces).
¿Qué decía yo? Ah, sí: que la pizza es como la miel. Ninguna de las dos
cosas se “da” sola: ambas pasan por un proceso, que es encontrar cierto(s)
ingrediente(s), tomarlos y llevarlos a otro lado, y modificarlos hasta que dan
por fin: un panal de miel, o una pizza de salami con aceitunas. Y queso doble.
Y jalapeños para que amarre.
La única diferencia es que un proceso es más largo y complicado que el
otro, pero son procesos naturales. ¿O una abeja es más natural que un ser
humano? ¡No, pero la abeja no usa herramientas! Me dice. Bueno, una herramienta
–un cuchillo y una espátula– son igual de naturales que una presa hecha por un
castor. Tampoco hay árboles de presas, ¿verdad?
“¡Ay, nada que ver! ¡Una pizza no es natural!”
Discúlpame pero perdóname pero.
Una pizza es natural. El cortador de pizzas también. El cuchillo
servidor y la botellita con semillas de chile de árbol, también. Son cosas
procesadas por el ser humano, de la misma forma que las termitas procesan
tierra y hongos y quién sabe qué más cosas, y hacen condominios con aire
acondicionado. Que por cierto se llaman “termitarias”. Y que en la Planicie de
Busanga, en Zambia, se pueden hallar hasta 100 por hectárea. Son fascinantes
realmente, las termitas.
Y son tan naturales como nosotros. Unos más grandes, unos más chicos,
pero hacemos lo mismo: agarramos tierra y algunas cosas más, la amontonamos, y
hacemos condominios. Con aire acondicionado. Y WiFi.
¿El WiFi es natural?
¡Sí !
¿Por qué esa idea de que lo que el hombre hace, deja de ser natural? El
hombre –y lo que hace– no está fuera de la Naturaleza. De hecho, no hay nada
fuera de la Naturaleza: sólo hay cosas con procesos más complicados que otras.
Una fruta, una colmena, una represa de castores, un microprocesador IA-32
Pentium®4 con micro-arquitectura NetBurst™ (del cual tampoco hay árboles).
Misma cosa. Todo es natural.
Qué afán de excepcionalismo.
Por cierto, tampoco hay nada “sobrenatural”. Hay cosas más difíciles de explicar
que otras, y a las cuales les damos explicaciones temporales que pueden irse
refinando. Pero todo es Naturaleza. Y al que no le guste, se pierde de una
pizza deliciosa.
Esto me lleva, con muchos rodeos, a la segunda cosa que me irrita el
encéfalo (porque espero que recuerde el lector que dije que eran dos
cosas): lo de que la Naturaleza es
armonía. Ya sabe: los típicos posters con amaneceres o las melifluas frases mal
asignadas a la Madre Teresa, que nos dicen que hay que hacerse uno con la
naturaleza, y que la naturaleza es hermosa y sabia y todos los sinónimos que se
hallan en el diccionario.
Sí, sí entorno los ojos cuando veo eso. Y no, no soy un grinch. O bueno
a la mejor un poquito, pero no siempre. Sólo cuando me orillan.
Para ser justos con esos posters motivacionales, la Naturaleza es
maravillosa, y nuestra curiosidad y nuestro ingenio para entenderla y sacar
sentido de ella es más maravillosa aún. Y además, seguido necesitamos
motivación. Pero para no ser tan justos: sólo un hippie trasnochado (ó un niño
de 15 años enamorado) cree que la naturaleza está hecha de flores y mariposas,
y de auroras de rosados dedos (Homero dixit) que nos llenan el corazón de
alegría, y las fosas nasales de aromas de rocío acariciando el pasto.
La armonía de la Naturaleza es lucha. A muerte.
Es peste bubónica, tsunamis y un león comiéndose viva a una zebra. Es
una oruga que se convierte en mariposa, sí; pero también es un defecto celular
que desencadena la formación de tumores cancerosos; es la majestad del mar y es
explosiones de estrellas que podrían calcinar en un segundo todas las obras de
arte creadas por el hombre, con planeta incluido. La naturaleza es salvaje y
terrible en su hermosura; es una pizza de champiñones, es crueldad de asesino,
es un colisionador de hadrones bajo la campiña suiza. Pero nadie manda un
póster motivacional hablando de la triquina. Está bien que veamos la parte que
inspira a la supervivencia y los sentimientos nobles; pero Shiva, el danzante
sagrado, lleva en una de sus manos el tambor de la creación y en la otra el
fuego de la destrucción. El ideal debe ir acompañado de entendimiento.
Via V&A |
Y si el humor es como dije más arriba, la más alta forma de
entendimiento, no muy a la zaga le sigue el entendimiento poético. Ambas son percepciones
totales e inexplicables, tan sólo comunicables en sus propios términos y que
exigen de un espíritu afín –o por lo menos que se encuentre en en un momento afín
de percepción– para poder crear resonancia, para poder reír o asentir, y que en
los más comunes momentos de sopor de la conciencia pueden antojarse
sobrehumanos, o inhumanos. Pero al igual que con la Naturaleza, no hay nada que
hacemos ó pensamos que no sea humano; sin importar qué tan alto o tan bajo.
Chuang Tse se puso a tocar el tambor y a cantar a la muerte de su
esposa: no por locura sino por entendimiento y por coherencia con su propio
pensar. Y Baudelaire, en sus “Flores del Mal”, escribió acerca de un cadáver
(Une Charogne):
Y el sol veía ese soberbio cadáver
como flor que se abre…
como flor que se abre…
Zumbaban las moscas sobre este vientre
pútrido,
del cual salían negros batallones
de larvas que manaban como un líquido espeso
por aquellos vivientes andrajos…
del cual salían negros batallones
de larvas que manaban como un líquido espeso
por aquellos vivientes andrajos…
Y este mundo producía una música extraña
como el agua que corre y el viento,
o el grano que un ahechador con movimiento rítmico
agita y voltea con su criba.
como el agua que corre y el viento,
o el grano que un ahechador con movimiento rítmico
agita y voltea con su criba.
Si hay cosas que son así de chocantes para aceptar, es porque el humor y
la poesía son bofetadas Zen, aprehensiones totales que revuelven ó espantan. En
un tono más accesible por su obvia muestra de dolor, en “Hoy como nunca”, López
Velarde habla así de la inminente despedida:
Hoy, como nunca, es venerable tu esencia
y quebradizo el vaso de tu cuerpo.
Y sólo puedes darme la exquisita dolencia
de un reloj de agonías, cuyo tic-tac nos marca
el minuto de hielo en que los pies que amamos
han de pisar el hielo de la fúnebre barca.
y quebradizo el vaso de tu cuerpo.
Y sólo puedes darme la exquisita dolencia
de un reloj de agonías, cuyo tic-tac nos marca
el minuto de hielo en que los pies que amamos
han de pisar el hielo de la fúnebre barca.
No puede ignorarse la indecible tristeza, pero tampoco la sublime
belleza de esas palabras.
La sublimación es quizá la más bella de las aspiraciones, la más bella
alegoría; tomar plomo y transmutarlo en oro: leitmotiv eterno de nuestros
cuentos y mitos, cuánto más cuando el plomo es dolor. Así que algunas veces tornas
tus lágrimas en puños, algunas veces tornas la pena en canción. Y otras veces
eres lo suficientemente afortunado para tomar un sorbo de té, sentarte y sonreír,
viendo la aurora de rosados dedos.
De modo que dejaré aquí lo dramático, y diré que el crear bellas
ilusiones y pequeños engaños también es Naturaleza; creamos marcos de
percepción que nos permiten entender el mundo –y de paso un poco a nosotros
mismos– para tener un norte que consideramos deseable. El concentrarse en la
belleza del momento es también naturaleza. Yo tampoco quiero pensar en
elefantiasis sólo por ser incluyente, cada vez que veo una orquídea. Así que digamos
que fue un exabrupto matinal, y que quizá no me había sentado a tomar el café
antes de ponerme a despotricar contra un mensaje a todas luces bien
intencionado. Como dice Laurence Sterne, no es lo mismo escribir recién comido
que en ayunas. Así que prometo no poner comentarios cínicos en los pósters que
me envíen hoy, de pájaros alimentando a sus crías y de bosques por donde se
filtra la luz del sol.
Ahora discúlpeme el lector, que voy por una pizza de pepperoni como Dios
manda.
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