Pues siguiendo el método infalible de mi padre.
No, no se necesitan filosofías arcanas, ni heroísmos, políticas, utopías
ni mucho menos frases de Paulo Coelho. Ni poner la fe en ángeles ni en
cristales, ni en sobadas místicas que les dicen reiki para darles caché. Nada
de eso.
Yo vi a mi padre arreglar todos los problemas de este mundo, de uno en
uno. Alguien podía llegar diciendo “Me despidieron del trabajo”, “Me cortó mi
novia”, ó “Se murió mi tío”. Podían llegar con cualquier tribulación; cabizbajos
y desesperanzados. Debiendo dinero, enojados, enfermos. La magia de mi papá
comenzaba con estas pocas palabras:
“A ver, pónganle un plato de sopa. Y unas tortillas.”
Por más protestas que hiciera la persona, la sopa –y las tortillas–
llegaban a la mesa. Y empezaba la plática, los regaños, los chistes, las
anécdotas. Más sopa.
Todos los problemas de este mundo. Al final mi papá cerraba con esta
otra frase:
“Lo que tenías era hambre.”
Quizá seguían debiendo dinero y estando enfermos. Pero el saber que tienes
a alguien con quien puedes llegar y hablar, y de quien puedes recibir así un
plato de sopa, no puede sino hacerte sentir mejor.
Te extraño, papá.
Voy por un plato de sopa. Y tortillas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario