Bien dicen que no nos
llevamos nada, pero sí que dejamos mucho.
Hoy que es Navidad,
me dispongo a ver como todos los años “A Christmas Carol”, la historia del
miserable Ebeneezer Scrooge y de su sufrido empleado Bob Cratchit. El otro día
decía que “El Niño del Tambor” es mi villancico favorito por su imagen de
empatía; y este cuento es mi favorito por su historia de redención, que es una
de las aspiraciones más humanas que hay: el saber que existe siempre en algún
momento la posibilidad de enmendar los errores y llegar a un entendimiento
mejor, a un curso de acciones mejor; sin importar qué tan miserables hayamos
sido hasta ese momento de reconocimiento. Es un anhelo universal: la
iluminación de Buda que se da cuenta de lo que lo ata y causa su sufrimiento,
el arrepentimiento de Pablo al ver una visión, la “cachetada Zen” que confiere
una súbita iluminación.
Esta es la imagen
poderosa y conmovedora de la historia: cuando Scrooge ve, en toda su terrible
desnudez, las oportunidades perdidas y las consecuencias de sus acciones: la
muerte del pequeño Tim, la gente bailando en su tumba, los barrenderos
vendiendo sus cosas y riendo de él.
Antes de las visiones
de los fantasmas de Navidad, Scrooge se espanta al ver a Morley, su antiguo
socio y alma gemela. Es un espíritu en pena, que arrastra pesadas cadenas que
le dice, forjó él mismo con su crueldad. Pero le advierte al aún reticente
avaro: “Veo tus cadenas, y son mucho más largas y pesadas que las mías.”
En la magnífica
versión de 1984, Scrooge (George C. Scott) se ve a sí mismo como un joven,
viendo alejarse en la nieve al amor de su vida, al haber él decidido perseguir
una vida más material. El diálogo entre él y el Fantasma de la Navidad Pasada
es así:
- ¡Casi fui tras ella
en aquel momento!
- El “Casi” no tiene
peso alguno.
En la versión de
1970, cuando Scrooge ve su propia tumba y la silla vacía del pequeño Tim, le
parece insoportable contemplar la crueldad de su legado, y al llegar a su
destino final, el Diablo le dice, dejándolo en un cuarto helado, “Serás el
único que padezca frío… en el infierno”. Ese frío es la representación de lo
que fue su ausencia completa de empatía en vida. Las cadenas de Morley son en
realidad para el corazón en el presente, y las visiones del futuro son nuestro
legado, la memoria que dejamos en otros.
No hay momento más
fuerte que el despertar en su cama solitaria y helada después de las visiones
traídas por el Fantasma de la Navidad Futura: espantado, aliviado, trascendido;
se da cuanta al abrir la ventana y preguntar a un niño que pasa, de que aún
tiene tiempo, aún tiene un día más para ser otro.
El tener una
oportunidad más. Eso es lo que queremos, porque sabemos que lo podemos hacer
mejor. Sabemos que nuestro espíritu puede volar más alto, y cuando vemos esta
historia, tenemos esa pequeña iluminación: ese deseo de despertar mañana a una iluminación
mayor, a esa oportunidad extra. Queremos saber que aún hay tiempo.
Pero sólo tenemos
este solo momento, y ni uno más. Bien dicen que no nos llevamos nada, pero sí
que dejamos mucho en este mundo. ¿Qué nos dirían los fantasmas al dormir hoy?
Mi querido Alfonso... los fantasmas inteeriores y la construcciones a base de errores de nuestro propio infierno tienen un momento de luz en que destruios para renacer.... saludos desde Paris.
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