jueves, 25 de diciembre de 2014

Navidad, y qué dejamos aquí




Bien dicen que no nos llevamos nada, pero sí que dejamos mucho.

Hoy que es Navidad, me dispongo a ver como todos los años “A Christmas Carol”, la historia del miserable Ebeneezer Scrooge y de su sufrido empleado Bob Cratchit. El otro día decía que “El Niño del Tambor” es mi villancico favorito por su imagen de empatía; y este cuento es mi favorito por su historia de redención, que es una de las aspiraciones más humanas que hay: el saber que existe siempre en algún momento la posibilidad de enmendar los errores y llegar a un entendimiento mejor, a un curso de acciones mejor; sin importar qué tan miserables hayamos sido hasta ese momento de reconocimiento. Es un anhelo universal: la iluminación de Buda que se da cuenta de lo que lo ata y causa su sufrimiento, el arrepentimiento de Pablo al ver una visión, la “cachetada Zen” que confiere una súbita iluminación.

Esta es la imagen poderosa y conmovedora de la historia: cuando Scrooge ve, en toda su terrible desnudez, las oportunidades perdidas y las consecuencias de sus acciones: la muerte del pequeño Tim, la gente bailando en su tumba, los barrenderos vendiendo sus cosas y riendo de él.

Antes de las visiones de los fantasmas de Navidad, Scrooge se espanta al ver a Morley, su antiguo socio y alma gemela. Es un espíritu en pena, que arrastra pesadas cadenas que le dice, forjó él mismo con su crueldad. Pero le advierte al aún reticente avaro: “Veo tus cadenas, y son mucho más largas y pesadas que las mías.”

En la magnífica versión de 1984, Scrooge (George C. Scott) se ve a sí mismo como un joven, viendo alejarse en la nieve al amor de su vida, al haber él decidido perseguir una vida más material. El diálogo entre él y el Fantasma de la Navidad Pasada es así:

- ¡Casi fui tras ella en aquel momento!
- El “Casi” no tiene peso alguno.

En la versión de 1970, cuando Scrooge ve su propia tumba y la silla vacía del pequeño Tim, le parece insoportable contemplar la crueldad de su legado, y al llegar a su destino final, el Diablo le dice, dejándolo en un cuarto helado, “Serás el único que padezca frío… en el infierno”. Ese frío es la representación de lo que fue su ausencia completa de empatía en vida. Las cadenas de Morley son en realidad para el corazón en el presente, y las visiones del futuro son nuestro legado, la memoria que dejamos en otros.

No hay momento más fuerte que el despertar en su cama solitaria y helada después de las visiones traídas por el Fantasma de la Navidad Futura: espantado, aliviado, trascendido; se da cuanta al abrir la ventana y preguntar a un niño que pasa, de que aún tiene tiempo, aún tiene un día más para ser otro.

El tener una oportunidad más. Eso es lo que queremos, porque sabemos que lo podemos hacer mejor. Sabemos que nuestro espíritu puede volar más alto, y cuando vemos esta historia, tenemos esa pequeña iluminación: ese deseo de despertar mañana a una iluminación mayor, a esa oportunidad extra. Queremos saber que aún hay tiempo.

Pero sólo tenemos este solo momento, y ni uno más. Bien dicen que no nos llevamos nada, pero sí que dejamos mucho en este mundo. ¿Qué nos dirían los fantasmas al dormir hoy?



1 comentario:

  1. Mi querido Alfonso... los fantasmas inteeriores y la construcciones a base de errores de nuestro propio infierno tienen un momento de luz en que destruios para renacer.... saludos desde Paris.

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