Escribir un libro como El Principito (1943) es algo tan extraordinariamente
difícil, que francamente me parece que no tiene paralelo. Existen antes de él
muchas obras en las que se desnuda y se exhibe la condición humana, pero
quienes escriben son eruditos como
Voltaire y cuyas tramas son bastante más complejas y con estilos mucho más
elevados. Tiene uno que remontarse a la tradición de las Fábulas de Esopo para
encontrar tal simplicidad y profundidad mezcladas, con miembros insignes como
los cuentos persas de Afanti, o las diversas colecciones de cuentos cortos y
parábolas que existen en casi todas las culturas. Pero si bien estas
colecciones pueden muy bien superar al Principito en solidez filosófica ó
escrutinio sicológico, ninguna usa a un niño como su personaje principal ni
ponen de relieve la inocencia del descubrimiento como éste lo hace. Y en todo
caso son colecciones episódicas, pero no una historia de principio a fin. Afanti
es un hombre del más alto ingenio; el Quijote y Sancho son adultos que tienen
convicciones bien formadas aunque exóticas; Cándido es un simplón pero sus
situaciones son eminentemente adultas. No por nada el Principito ocupa el lugar
que ocupa en la literatura.
A mi ver, tan sólo otros dos libros lograron con éxito una
tarea tan difícil, con personajes de niños, y ambos fueron publicados con un
año de diferencia: Momo (1973) de Michael Ende; y Señor Dios, Soy Anna (1974) de Sydney Hopkins,
alias Fynn.
Momo es una niña vagabunda y solitaria, que tiene la extraña virtud de
saber escuchar, y con esa sola característica puede resolver casi todas las disputas
de la gente de su pueblo. Y en una aventura fantástica, lucha contra los
nefastos Hombres Grises que intentan robarse el tiempo de la gente, quitándoles
su presente con promesas de futuro. Las lecciones enseñadas son tan sencillas y
claras como en el Principito, y la historia las ilustra de esa bella manera de “mostrar,
no decir” que mucha literatura contemporánea parece desechar (véase La Profecía
Celestina, El Secreto, Dios vuelve en una Harley, El Monje Que Vendió Su Ferrari y un largo etcétera de modernos libros de autoayuda,
que son torpes, sermoneadores y faltos completamente de sutileza).
Anna, por otro lado, es también una niña vagabunda pero sin ningún
elemento fantástico. Es encontrada en las calles de Londres por Fynn, quien la
acoge en su casa, y a lo largo de su relación él aprende de ella todo tipo de
maravillas acerca de cómo un niño ve a Dios, el sexo, los idiomas y la
velocidad de la luz. Aquí las lecciones no son tan importantes como el
reconocimiento de la naturaleza misma de la inocencia, y el estilo, si bien
diferente de los dos anteriores, funciona a la perfección. Hay dos secuelas
menos logradas: El Libro de Anna (1986) y Anna, el Señor Dios y el Caballero
Negro (1990) que no llegan a capturar la magia del primero, pero valen la pena
de verse.
¿Quién será el siguiente autor que pueda ofrecer un personaje infantil
de tal trascendencia? Seguimos esperando.
VIDEO DEL DÍA
Momo
se ha llevado al cine un par de veces ya, pero ambas versiones pasaron sin pena
ni gloria. Se acaba de hacer una versión nueva, que parece muy prometedora:
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