Antoine Lavoisier (1743-1794)
fue un científico francés, considerado como uno de los padres de la química
moderna. No sólo fue uno de los hombres de ciencia que identificó y aisló el
oxígeno, sino que predijo la existencia del silicón, y aportó evidencia para la
teoría de la Conservación de la Masa en reacciones químicas. Sus notas, extensísimas,
fueron salvadas por su políglota esposa Marie-Anne Paulze
Lavoisier (1758-1836) y traducidas en Inglaterra al inglés, donde causaron el
revolucionario impacto que merecían.
El matrimonio
Lavoisier, desgraciadamente, tuvo la desventura de vivir en tiempos difíciles:
en el periodo inmediatamente después de la Revolución Francesa, llamado el “Reino
del Terror”
(1792-1794), en el que fueron guillotinados indiscriminadamente una enorme
cantidad de aristócratas y toda persona que pudiera catalogase como “elitista.”
Muchos pensadores y científicos cumplían con estas arbitrarias calificaciones.
En aras de “purificar al pueblo” de los excesos del Viejo Régimen, esos dos
tristes años fueron testigos de una locura masiva que hemos vista escenificada
después en muchos otros escenarios: el fascismo italiano, la dictadura
franquista, las purgas soviéticas, la Revolución Cultural china.
La locura que
normalmente se apodera de los “revolucionarios”, aunque fundamentada en
agravios reales, casi siempre desemboca en el exceso de querer destruir todo
lo que huela o suene a “lo anterior”: ese mal primigenio que causó todos los problemas y que
hay que extirpar de raíz. En la hoguera, en la guillotina, en los gulags. Ese "otro" no sólo debe ser vencido, sino exterminado; y la sencilla forma de identificarlo es que
su denominación sea diferente de quien detenta el poder.
Lavoisier fue una
víctima de este tipo: él era un científico extraordinariamente reconocido, y
muchos abogaron por él durante su juicio, pero el juez fue inflexible, pues
además era cercano de un antiguo rival intelectual de Lavoisier. Cuando sus defensores mostraron
ante el tribunal las grandes contribuciones del científico, se dice que
la respuesta lapidaria fue:
“La República no requiere
de eruditos.”
Este triste
oscurantismo es el que periódicamente retrasa el reloj y sume a las sociedades
en periodos violentos o decadentes, de los cuales toma mucho tiempo recuperarse. Francia todavía tuvo que pasar por los
periodos de la Segunda República (1848-1851) y el Segundo Imperio (1852-1870)
hasta poder estabilizarse de nuevo.
VIDEO DEL DÍA
Por supuesto que
necesitamos eruditos y sabios si queremos tener un futuro como especie. En este
video por ejemplo, podemos ver una maravillosa explicación de un tema muy
moderno y complejo: la computación cuántica.