“Hay fenómenos que, aunque grotescos, son muy comunes, y sus causas pueden encontrarse en lo más profundo del corazón”, nos dice Balzac, ese buen observador de la naturaleza humana.
En su magnífica novela Papá Goriot (1835), el escritor francés nos relata una historia más o menos típica del joven estudiante sin dinero (Eugene de Rastignanc), que se enamora de una bella aristócrata (Delphine de Nucingen) y de la rica sociedad parisina. Su idealismo juvenil y sus escrúpulos lo hacen dudar ante las tentaciones que van desfilando ante él, ofrecidas tanto por baronesas como por ex convictos, mientras que su piedra de toque es el humilde Papá Goriot, un viejo amable que vive en la misma pensión que él.
Pero la historia no es sino el escenario ante el cual van desfilando las certeras observaciones de Balzac acerca de la sociedad y de “lo más profundo del corazón” del individuo. Comparto aquí algunas de sus frases más agudas:
“Hay quienes saben que no pueden ya esperar nada de aquellos con quienes viven; han mostrado el vacío de sus corazones a los que los rodean y en lo más íntimo, saben que son juzgados con dureza y que se han ganado tal juicio. Pero aún así, sienten un deseo irrefrenable de escuchar halagos que no merecen, y se consumen con el deseo de aparentar cualidades que no poseen, en espera de ganarse la admiración de una audiencia siempre nueva.”
“Esta cuestión va a la raíz de tantas injusticias sociales: quizá es parte de la naturaleza humana el inflingir sufrimiento en cualquier ser que lo soporte, ya sea por su propia naturaleza humilde, por indiferencia o por pura impotencia. ¿No gustamos de sentir nuestra propia fuerza, aún a costa de otro? Aún el más bajo pordiosero intentará escribir su nombre en el mármol inmaculado de un monumento.”
“Una de los hábitos más detestables de una mente diminuta es achacar a otros su propia, maligna mezquindad.”
“Sabes los pasos que debes dar y yo por mi parte, sé de la pureza de tus intenciones. Así que te digo sin ninguna duda, “¡Adelante, mi amor!” Si al decirlo tiemblo, es porque soy tu madre.”
“El talento es escaso y la corrupción abunda: la corrupción es el arma superflua de la mediocridad... y su enemigo es la honestidad.”
La aristocrática Madame de Nucingen está con el joven estudiante Eugene de Rastignac y éste dice que aún le falta mucho para poder ser exitoso y que es una tarea formidable, a lo que ella contesta, “¡Lo harás! Mírame a mí, que no creía poder ser tan dichosa.” Balzac comenta:
“Es prerrogativa de la mujer el probar lo imposible con lo posible y el aniquilar los hechos con presentimientos.”
Y más adelante, cuando ambos se hallan juntos en un palco de la ópera:
“El rostro de Madame de Nucingen, reflejando dicha, era tan hermoso que al verlo la gente se permitía esos pequeños chismes contra los cuales las mujeres se hallan indefensas, porque los dichos escandalosos que se profieren con ligereza, son creídos con seriedad. Quienes de verdad conocen la sociedad de París, no creen nada de lo que escuchan y no dicen nada de lo que en verdad pasa.”
* *
“Cuando el hombre no es una mera máquina cubierta de piel, sino que es un teatro en donde se despliegan los más grandes pensamientos y sentimientos, entonces se convierte en un dios. Un sentimiento, ¿qué es esto, si no el súbito encapsular el mundo entero en la mente?”
“Hay un rasgo característico que define la estrechez mental de muchos miembros de la burocracia: una reverencia mecánica, involuntaria e instintiva hacia El Nombre: el de aquél que es el Gran Ministro de su sección. Ese Ministro es administrativamente infalible, tanto como el mismo Papa para los católicos, y su aura toca todo lo que hace o dice, y lo que se hace o dice en su nombre. Su nombre lo cubre y todo lo legaliza todo, pues su mero título es garante de la pureza de sus intenciones y de la rectitud de su voluntad. Ese rango puede usarse como salvoconducto de ideas que el pequeño funcionario no osaría realizar por sí mismo. La obediencia pasiva es bien conocida en la burocracia y la milicia: el sistema silencia la conciencia, aniquila al individuo y termina por convertirlo en poco más que un engrane de una gran maquinaria.”
“La indiferencia ante la suerte de los otros es lo más común en este mundo egoísta: a la mañana siguiente de la tragedia buscamos entre los eventos del día una nueva sensación para ese insaciable apetito de emociones.”
“Eugene había contemplado la sociedad en sus tres fases: obediencia, lucha y rebelión, y dudaba de su decisión. La obediencia es tediosa, la rebelión imposible, la lucha peligrosa... Eugene no quería ver las cosas con demasiada claridad, y deseaba encontrar una razón para vender su conciencia.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario